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Las Malvinas son Argentinas; las Falkland, inglesas

Al cumplirse un nuevo aniversario de la guerra, los Kelpers, como se conoce a los isleños, se reconocen ingleses.

Nicolás Cuellar, Especial para El Espectador / Buenos Aires
01 de abril de 2012 - 09:19 p. m.

La Torre de los Ingleses, donada en 1916 por ciudadanos británicos, se levanta en la calle Libertador, a pocos metros de la estación de trenes y a la terminal de buses de Retiro, en el centro de Buenos Aires. Hace pocos días, un grupo de exsoldados irrumpió en la torre, que funciona como museo, protestando contra el gobierno. Eran antiguos combatientes que 30 años atrás habían sido enviados al sur del país, para proteger al continente de una posible invasión inglesa, tras la victoria británica en la guerra de Malvinas.

A pocos metros de allí, del otro lado de la avenida, en el Monumento construido en homenaje a los caídos en la guerra, reina el silencio. Por estos días, veteranos de Malvinas, recuerdan a sus compañeros muertos. Al frente, miran la Torre de los Ingleses.

La guerra de Malvinas duró tan sólo un par de meses, pero ha quedado en la memoria de unos y otros. Más de 600 argentinos y 258 británicos fallecieron en combate. Luego de terminada la guerra, 450 ex combatientes argentinos y 300 ingleses se han suicidado.

La soberanía de las islas aún se discute y desde principios de este año, Argentina ha emprendido una cruzada diplomática para lograr que organismos multilaterales discutan el tema. Toda América del Sur ha apoyado al vecino austral, Estados Unidos pidió a los gobiernos de David Cameron y Cristina Fernández de Kirchner sentarse a dialogar, y la Unión Europea, enfrentando problemas propios, ha puesto poca atención sobre el pedido de apoyo por parte de los británicos.

Ni argentinos ni ingleses ceden. Hoy, como hace 30 años, las Malvinas siguen siendo argentinas; y las Falklands, inglesas. Así las llama la corona británica.

“No fue una invasión”

En el pequeño archipiélago está aún el recuerdo fresco de la guerra. Pedazos de helicópteros, de tanques y de morteros, se oxidan en las praderas de las islas. Vastos campos cercados con alambre alertan la existencia de minas explosivas. Por esta época, antiguos soldados argentinos viajan a visitar a sus muertos: compañeros que cayeron en combate y fueron enterrados en las islas, en un cementerio completamente argentino.

Los excombatientes caminan los montes, las antiguas trincheras, recuerdan, lloran. Las cicatrices que ha dejado la guerra son difíciles de olvidar.

Y no sólo entre quienes empuñaron las armas, sino también en la población de campesinos que en 1982 se vio invadida de repente de soldados. “No fue una invasión, fue una recuperación”, aclara Carlos Mercante, veterano de esta guerra.

Así lo creyeron los soldados argentinos que llegaron a la isla el 2 de abril y que rápidamente se apoderaron de la capital, Puerto Stanley, izaron la bandera argentina y pidieron a su gobernador rendirse. Lo que no sabían era que el ataque no había tomado a los ingleses desprevenidos, y un contingente enviado desde Gran Bretaña, surcaba ya los mares del Atlántico hacia el sur.

Los soldados argentinos tenían pocas municiones, pocos víveres y no venían preparados para las condiciones climáticas adversas en el archipiélago. Un frío ensordecedor fue la gran tortura para cientos de argentinos que venían acostumbrados a entrenar en el litoral.

En Buenos Aires las noticias eran alentadoras. “Estamos ganando”, informaban diarios y noticieros radiales. Era información falsa, difundida por una dictadura que buscaba con la guerra, distraer la atención sobre el declive económico que vivía el país.

Tal como señala el Informe Rattenbach, recientemente desclasificado por el Gobierno Argentino, la Junta Militar condujo al país a una guerra “sin adecuada preparación”, con un ejército sin capacitación para sostener un conflicto de tal magnitud.

Para los kelpers, como se conoce a los habitantes de las islas, la guerra tampoco fue fácil. Aquellos de ascendencia inglesa fueron obligados a salir del archipiélago por los soldados argentinos.

John Fowler, quien estaba a cargo del único colegio isleño durante la guerra, recuerda como un misil que cayó en su casa, terminó con la vida de tres vecinas que habían ido a refugiarse allí. “El peligro era para todos”, dice hoy.

Los isleños quieren ser británicos 

El aumento de la tensión por Malvinas, y las acciones tomadas por el gobierno Argentino, ha hecho que en las islas resurja un sentimiento pro-británico. Las banderas del Reino Unido enarbolan cada esquina y los kelpers se aferran a eso que, paradójicamente, es el argumento usado por el gobierno de Fernández: el derecho de autodeterminación de los pueblos.

“Los pobladores quieren ser británicos”, reafirmó hace poco el gobernador del archipiélago, Nigel Haywood. Y si con lupa se mira, hay poco de argentino en las islas, donde se canta “God Save the Queen”, y donde el idioma oficial es el inglés.

Entre tanto, el bloqueo a los buques con bandera de las Malvinas continúa en Argentina, Chile, Perú, Uruguay y Brasil. El canciller argentino, Héctor Timmerman, confirmó recientemente que el gobierno iniciará acciones legales contra las empresas que explotan petróleo en el área del archipiélago.

Expertos en relaciones internacionales indican que es en el petróleo que está la razón de unos y otros por querer la soberanía de las islas. Y es que hace un par de años, fue encontrada una importante reserva petrolera en aguas pertenecientes a Malvinas, que le daría un fuerte impulso económico a Inglaterra, de mantenerse la división política actual.

Por su parte, liderados por Adolfo Pérez Esquivel, seis premios Nobel de la Paz enviaron una carta al primer ministro británico para pedirle que acepte dialogar con Argentina para darle una solución al conflicto.

En Ushuaia, la ciudad más austral del mundo, la presidenta Cristina Fernández, encabezó ayer un acto de conmemoración por la guerra. “Ushuaia, capital de Malvinas”, dicen calcomanías pegadas en autos, locales, ventanas.

Los discursos recordaron que algunos indígenas patagónicos habrían llegado a las islas aún antes que los europeos; que un grupo del movimiento guerrillero Montoneros había izado banderas argentinas en Malvinas tras secuestrar un avión comercial en 1966 y hacerlo aterrizar allí; que en 1974 el gobierno Británico le propuso al presidente Juan Domingo Perón compartir la soberanía de las islas, semanas antes de que este muriera, y el plan quedara trunco.

En Argentina hay un consenso general sobre la soberanía de las islas. Sin embargo, algunos académicos ponen en duda los gentiles esfuerzos del gobierno. Recuerdan que fue la dictadura la responsable de la guerra, cuando buscaba tapar los problemas económicos de entonces, y las presiones internacionales por las situaciones de derechos humanos. Tal como escribe Beatriz Sarlo en las páginas de El País, “cuando se reivindican las Malvinas se pasan por alto cuestiones nacionales más urgentes”.

Por Nicolás Cuellar, Especial para El Espectador / Buenos Aires

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