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Mi lucha contra el Ébola

Pierre Trbovic, antropólogo belga, llegó en agosto a Monrovia, la capital de Liberia, para ayudar con la respuesta de Médicos Sin Fronteras (MSF) a la epidemia.

Pierre Trbovic, Médicos Sin Fronteras
17 de septiembre de 2014 - 11:55 a. m.
Una calle de Monrovia, capital de Liberia, donde aumenta el ébola.  / EFE
Una calle de Monrovia, capital de Liberia, donde aumenta el ébola. / EFE
Foto: EFE - AHMED JALLANZO

Poco después de llegar a Monrovia, me di cuenta de que mis colegas estaban desbordados por la magnitud del brote de Ébola. Nuestro centro de tratamiento - el mayor que MSF haya abierto en su historia - estaba lleno, y Stefan, nuestro coordinador de terreno, estaba de pie en la puerta informando a la gente que no se podían aceptar más pacientes. En una misión de MSF, uno tiene que ser flexible. Esta no era una labor que hubiéramos planeado y asignado para que alguien la hiciera, pero alguien tenía que hacerla - y yo di un paso adelante.

Durante los tres primeros días que estuve en la puerta, llovió mucho. Las personas estaban empapadas, pero permanecían ahí esperando porque no tenían otro lugar adonde ir.

La primera persona que tuve que rechazar, fue a un padre que había llevado a su hija enferma en el maletero de su coche. Se trataba de un hombre educado, y me suplicó que aceptáramos a su hija adolescente, diciendo que, si bien sabía que no podíamos salvar su vida, al menos podríamos salvar al resto de su familia del contagio. En ese momento tuve que irme detrás de una de las tiendas de campaña para llorar. No me sentía avergonzado de mis lágrimas, pero yo sabía que tenía que ser fuerte para mis compañeros - si todos empezábamos a llorar, entonces realmente estaríamos en problemas.

Otras familias sólo llegaban en sus coches, dejaban a su familiar enfermo y se marchaban, abandonándolos. Una madre trató de dejar a su bebé en una silla, con la esperanza de que así no tendríamos más remedio que atenderlo.

Tuve que rechazar a una pareja que llegó con su pequeña hija. Dos horas más tarde, la niña murió al frente de nuestra puerta, donde permaneció hasta que el equipo de remoción de cuerpos se la llevó. A menudo recibíamos ambulancias que venían con pacientes sospechosos de Ébola desde otros centros de salud, pero no había nada que pudiéramos hacer. No podíamos enviarlos a ningún otro lugar – porque todos los lugares están, y siguen estando, saturados.

Una vez que entré en la zona de alto riesgo, entendí por qué no podíamos admitir a más pacientes. Todo el mundo estaba completamente abrumado. Existen procesos y procedimientos en un centro de tratamiento de Ébola que permiten mantener a todos a salvo, y si la gente no tiene tiempo para seguirlos, pueden empezar a cometer errores.

Vestirse completamente con el equipo de protección personal puede tomar 15 minutos, y una vez dentro, sólo puedes permanecer durante una hora antes de que estés completamente agotado y cubierto de sudor. No puedes quedarte dentro más tiempo, porque comienza a ser peligroso. Los pacientes están también muy mal, y se requiere de mucho trabajo para mantener las tiendas de campaña limpias de excrementos humanos, sangre y vómito, y para eliminar los cadáveres.

No había manera de admitir a más pacientes sin poner a todo mundo, y a todo nuestro trabajo, en situación de riesgo. Pero explicar esto a la gente que estaba rogándonos para que admitamos a sus seres queridos, asegurándoles que estábamos ampliando el centro lo más rápido que podíamos, era casi imposible. Todo lo que podíamos hacer era darle a la gente kits de protección en casa, que contienen guantes, batas y máscaras, para que puedan encargarse del cuidado de sus seres queridos con menos posibilidades de infectarse ellos mismos.

Después de la lluvia vino el sol abrasador. Un día, un anciano esperó afuera durante cinco horas tan sólo con un paraguas roto para darse sombra. En todo ese tiempo, lo único que me dijo fue: "Demasiado sol”. Le costó un gran esfuerzo. Su hijo estaba con él, pero tenía demasiado miedo de acercarse a él para ofrecerle algún tipo de consuelo. Cuando finalmente fuimos capaces de admitirlo, su hijo vino a darme las gracias con lágrimas en los ojos.

Hubo otros que no estaban realmente enfermos, pero que no estaban durmiendo o comiendo por miedo a que pudieran tener Ébola - sólo querían una prueba. Pero si estábamos rechazando a personas que se estaban muriendo, ¿cómo podíamos admitir a personas que estaban sanas?

Otros venían porque estaban desesperados por un trabajo - dispuestos a hacer cualquier cosa, incluso si eso significaba transportar cadáveres.

Cuando las enfermeras, para las que tengo tanta admiración, comenzaron a sentir lástima por mí y me decían que no podían haber hecho mi tarea, me di cuenta de que lo que estaba haciendo era aún más difícil de lo que pensaba. Después de una semana, la gente me decía que tenía que parar. Podían ver la carga emocional que estaba cargando sobre mí.

Esa misma tarde un compañero vino a buscarme, diciendo que había algo que tenía que ver. Cada vez que las personas se recuperan, realizamos una pequeña ceremonia para los pacientes que son dados de alta. El ver que el personal se reúne para celebrar este momento excepcional, el oír las palabras de los pacientes dados de alta, que nos dan las gracias por lo que hemos hecho, nos da a todos una buena razón para estar allí. Mirando a mi alrededor vi lágrimas en los ojos de todos mis compañeros. A veces, hay buenas razones para llorar.


 

Por Pierre Trbovic, Médicos Sin Fronteras

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