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Migrar hacia Europa: otra variante de la mala suerte

Los migrantes mueren ahogados en el Mediterráneo, son rechazados en las fronteras y obligados a devolverse a sus hogares, aunque eso represente su desaparición.

Juan David Torres Duarte
04 de octubre de 2016 - 09:52 p. m.
Un migrante rescatado de las aguas del Mediterráneo por la ONG  Proactiva Open Arms. / AFP
Un migrante rescatado de las aguas del Mediterráneo por la ONG Proactiva Open Arms. / AFP

Murieron de asfixia. 22 migrantes aparecieron muertos este martes en las costas de Libia. El retrato resulta ordinario: cada tanto, a los muertos los trae la marea o la guardia costera. “Era un barco de madera y había cerca de mil personas en tres plantas —contó un fotógrafo de la AFP en el terreno—. Yo subí y logré contabilizar 22 muertos pero había más en la bodega”. En la bodega y en el resto del Mediterráneo: este año han muerto 3.502 en la travesía entre África y Europa, entre Oriente Medio y Europa. Porque el destino siempre es Europa. Y el camino de muerte siempre apunta hacia Europa.

El mismo día en que mueren 22 en las costas libias, 6.000 marchan en Serbia de camino a la frontera con Hungría. Despliegan un ejército de pancartas: “No queremos comida. No queremos agua. Queremos un hogar”. Cuando lleguen a la frontera, se encontrarán con que de nuevo no hay hogar: Hungría ha levantado una valla eterna en buena parte de su frontera y en Serbia las autoridades han proferido sendas órdenes para que los militares y policías abarquen la frontera de cabo a rabo. Cuando lleguen al borde, recibirán la misma respuesta que han recibido otros cientos desde junio, cuando el gobierno húngaro decidió cercar su territorio como una suerte de campo de concentración sin cadenas ni castigos: “No puede pasar”, “rellene estos formularios”, “espere”. Y la respuesta más común: “devuélvase”.

El mismo día en que mueren 22 migrantes en las costas libias y en que 6.000 marchan hacia las fronteras entre Serbia y Hungría, Amnistía Internacional recuerda en un informe que el 52% de los migrantes del mundo —que son 21 millones— encuentran refugio en 10 de los países más pobres. Cerca de cinco millones están en Jordania y Turquía, que reciben una afluencia masiva y diaria de desarraigados sirios que perdieron todo en la guerra civil. Entre los 10 países más pobres suman el 2.5% de la economía mundial. Esos 10 países abrigan más migrantes que todo el resto del mundo, de modo que el peso social y económico es para ellos excesivo. Amnistía pide que el reparto supere los tratos entre los países de la Unión Europea y que se haga una redistribución equitativa entre los países con más recursos y los que menos tienen. En aquellos países, los migrantes carecen de oportunidades laborales, de una cama buena y de un techo decente. La vida se hace con muy poco y es muy breve.

El mismo día en que mueren 22 migrantes en las costas libias y en que 6.000 marchan hacia las fronteras entre Serbia y Hungría y en que Amnistía Internacional dice que los países más ricos evitan a los migrantes, la Unión Europea revela un trato —aún no firmado— con Afganistán para devolver a cientos de miles de migrantes afganos a su país de origen. El trato recuerda el acuerdo que cerraron este año la Unión Europea y Turquía, que le prohíbe el paso a los refugiados desde Turquía hacia los países de Europa. Restringir, prohibir, cerrarse: en muchos sentidos, la estrategia de Europa de mostrarse fuerte la hace verse débil. Levantar restricciones y prohibiciones por doquier es la señal leal del miedo. La Unión Europea también firmó un contrato por US$200 millones con Afganistán para financiar sus instituciones. Se ha dicho que el embolso del dinero no depende del número de migrantes que se devuelvan.

El mismo día en que mueren 22 migrantes en las costas libias y en que 6.000 marchan hacia las fronteras entre Serbia y Hungría y en que Amnistía Internacional dice que los países más ricos evitan a los migrantes y en que la Unión Europa esboza un tratado para devolver a refugiados a tierras de guerra, miles de somalíes refugiados en Kenia esperan con indiferencia —producida por la inalterada apetencia por la realidad— volver a su país porque así lo ordenan la ONU y el gobierno de Kenia. Han devuelto ya a cerca de 30.000. La ONU lo llama un “retorno voluntario”; sin embargo, cientos de migrantes aseguran que de cualquier modo el gobierno keniano los iba a sacar y que lo mejor era salir por cuenta propia. Vuelven, pese a todo, a tierra de conflicto. Vuelven a pesar de que las razones de su huida siguen intactas: el grupo yihadista al Shabab ataca a los pobladores y roba las tierras, asesina a niños y mujeres, y amenaza también a Kenia. Ni aquí ni allá están seguros. Imagine usted que hubieran devuelto a Bojayá a un desplazado de Bojayá luego del ataque en Bojayá. La repetición gramatical tiene el mismo sentido nauseabundo que el retorno de los desplazados.

La secretaria general de Amnistía General, Salil Shetty, concluyó de manera sencilla: “Los líderes del mundo deben explicar por qué el mundo puede sacar de apuros a los bancos, desarrollar nuevas tecnologías y pergeñar guerras, pero no puede encontrar hogares seguros para 21 millones de refugiados”.

Por Juan David Torres Duarte

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