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La nueva guerra contra el terror

El gobierno de Irak sale fortalecido con el apoyo internacional para derrotar a los militantes del Estado Islámico.

Santiago La Rotta
16 de septiembre de 2014 - 04:40 a. m.
Iraquíes en un café de Bagdad miran la intervención del presidente francés, François Hollande, acerca del plan contra el EI en Irak. / AFP
Iraquíes en un café de Bagdad miran la intervención del presidente francés, François Hollande, acerca del plan contra el EI en Irak. / AFP
Foto: AFP - AHMAD AL-RUBAYE

Un poco de consenso acerca de una situación llena de matices e intereses contrarios: es importante atacar al Estado Islámico (EI) en Irak y también lo es apoyar al nuevo gobierno de Bagdad para derrotar a los militantes islámicos. Nada nuevo, aunque no por eso menos relevante.

Esta es quizá la conclusión general de la conferencia que se celebró ayer en París para intentar hallar una respuesta internacional a un grupo yihadista que se presenta como una afrenta mundial, incluso para muchos países árabes que enviaron sus delegados a la reunión en el Palacio del Elíseo. Los asistentes incluyeron a los miembros permanentes del Consejo de Seguridad de la ONU, representantes de la Comunidad Europea, la Liga Árabe, las Naciones Unidas y el presidente y el ministro de Relaciones Exteriores iraquíes.

Además de una victoria diplomática para el recién formado gobierno de Irak, la conferencia dejó compromisos tangibles, como el comienzo de vuelos de reconocimiento en territorio iraquí por parte de Francia.

La ausencia más notable en la reunión fue Irán, uno de los países más importantes de Medio Oriente y quizá el principal aliado de Irak en la región. Aunque EE.UU. dijo inicialmente que no cooperará con Irán en sus ataques contra el EI, el líder supremo iraní, el ayatolá Alí Khamenei, aseguró que funcionarios estadounidenses habían buscado incluir a Irán en la campaña contra los yihadistas, un esfuerzo que el dirigente vetó personalmente.

La no asistencia de Irán a la conferencia de París revela una de las muchas grietas en el plan internacional trazado por EE.UU. para derrotar al EI, que cuenta con una firme base de apoyo en Irak y Siria.

Este país, donde tiene lugar una salvaje guerra civil de tres años (lo de salvaje es por los más de 190.000 muertos y seis millones de desplazados internos, además de tres millones que han huido de territorio sirio), representa una encrucijada internacional como pocas. Aunque todos parecen estar de acuerdo en querer acabar con el EI, al menos dos potencias se oponen a la intervención en Siria para lograrlo. Una es Rusia, con capacidad de veto en el Consejo de Seguridad en la ONU, y la otra es Irán, país que ha apoyado la lucha contra los yihadistas en Irak, pero también al régimen sirio de Bashar al Asad.

El punto es que, sin ataques en Siria, el Estado Islámico tendría un territorio seguro para reagruparse y empezar de nuevo su misión de instaurar un califato. De hecho, fue en este país en donde los tres occidentales fueron secuestrados para luego ser decapitados. Los videos de la decapitación de los estadounidenses James Foley y Steven Sotloff, y del británico David Haines, aceleraron la conformación de la coalición internacional que, paradójicamente, por ahora no operará en Siria.

Por eso resulta notable que, a pesar de la declaración de buenas intenciones y de acciones respecto a Irak, la conferencia de París omitiera hablar de la vertiente siria del problema, por más que Barack Obama anunciara que atacaría desde el aire al Estado Islámico en sus bastiones sirios, provincias como Deir al Zour y Raqqa.

La cosa es que atacar al EI en Siria tendría consecuencias mezcladas, por decir lo menos: las acciones militares contra los yihadistas podrían tener más de un ganador, un escenario que quizá resulta indeseable para los países occidentales que una y otra vez han presionado para que Al Asad deje el poder.

El lado más evidente de este rompecabezas es que debilitar al Estado Islámico en Siria representa, con seguridad, un alivio para las fuerzas del gobierno central. Y aquí la estrategia se complica un poco más, pues la caída de los yihadistas podría reforzar las posiciones de otras facciones rivales, incluyendo al frente Al Nusra (la rama de Al Qaeda en Siria). Y al fortalecer a los rebeldes, claro, se vulneraría el poder de las fuerzas de Al Asad, lo que va en contravía de los intereses de Rusia e Irán. Por otro lado, la campaña internacional para acabar con el califato puede resultar ser una de las mejores tácticas para incrementar el reclutamiento de una organización extremista que, además de soldados, tiene creyentes.

Resulta algo paradójico decirlo, pero en los primeros años de la guerra siria, cuando la posición estadounidense comenzó a virar hacia el apoyo a facciones rebeldes, el mismo Al Asad advirtió que en el interior del conflicto estaba creciendo el poder de grupos yihadistas que era mejor acabar de una vez. Uno de estos movimientos sería el propio Estado Islámico, que comenzó siendo una rama más de Al Nusra para separarse luego y emprender su camino hacia Irak y el establecimiento del califato.

En ese momento, EE.UU. fue tímido al asistir a los rebeldes sirios, que incluso llegaron a declarar que la ayuda eran migajas para enfrentar una guerra. Hoy se trata de entrenar a los rebeldes moderados en lugares como Arabia Saudita con el fin de evitar desplegar fuerzas occidentales (o de otros países árabes) para acabar con el Estado Islámico.

El mismo ayatolá Khamenei ha advertido que el plan estadounidense en Irak, y particularmente en Siria, es una excusa más para lograr intervenciones militares que, de otra forma, quizá no habrían recibido el apoyo de la comunidad internacional.

Dicho apoyo enfrentará una dura prueba la próxima semana, durante la Asamblea General de las Naciones Unidas, que incluirá una reunión del Consejo de Seguridad. La idea básica es tratar de obtener una resolución que avale los ataques en Irak, al menos. El camino en Siria podría ser más duro debido al poder de veto de Rusia, aliado de Al Asad.

 

 

slarotta@elespectador.com

@troskiller

Por Santiago La Rotta

 

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