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¿Obra de un exespía?

El gobierno argentino no descarta que detrás de la muerte del fiscal Nisman esté Antonio Stiusso, exjefe de Inteligencia del Estado, en malas relaciones con la Casa Rosada por su jubilación anticipada.

Redacción Internacional
24 de enero de 2015 - 03:00 a. m.
Cientos de personas se manifiestan en Buenos Aires para pedir justicia por la muerte del fiscal Alberto Nisman. / EFE
Cientos de personas se manifiestan en Buenos Aires para pedir justicia por la muerte del fiscal Alberto Nisman. / EFE
Foto: EFE - David Fernández

Aceptada, pues, la hipótesis del homicidio del fiscal Alberto Nisman, el gobierno argentino comienza a encauzar una nueva explicación que por fin esclarezca por qué fue hallado muerto en su casa con un tiro en la sien justo la noche previa a sustentar ante un tribunal la estridente acusación lanzada por él: la mandataria Cristina Fernández y el canciller Héctor Timerman son culpables de encubrir el atentado a la Asociación Mutual Israelita Argentina (AMIA), ocurrido el 18 de julio de 1994.

Ya era imposible y contumaz seguir con la misma versión, esa que el oficialismo abrazó desde el primer día: a Nisman le fue tan difícil soportar su existencia por las mentiras que decía y el nerviosismo de ir al tribunal que hasta entendible resultaba que deseara quitarse la vida.

No. No se la quitó, y mientras las investigaciones avanzan, sin voceros ni discursos, el nombre de Antonio Horacio Stiusso comienza a ocupar la silla del nuevo acusado, del señalado. Stiusso, de 61 años, ocupó diversos cargos en la Secretaría de Inteligencia del Estado (Side) y pasó las últimas décadas como jefe de operaciones. Es tal vez el espía más destacado de Argentina y, sin duda, aunque resulte paradójico, el más famoso. Para ejemplificar, apenas en diciembre concedió una entrevista a la revista Noticias, en la que sentenciaba que en su país “cae un meteorito y me echan la culpa a mí”.

Stiusso sigue siendo espía, pero hoy es jefe de nada: el mismo mes de la entrevista, Cristina Fernández relevó por completo la cúpula de la Secretaría de Inteligencia, un organismo al que no le faltaban críticas. El Gobierno insinuó que la acusación de Nisman en sí misma era una retaliación de Stiusso por la salida del organismo. Para el registro habían quedado las palabras de Gustavo Béliz, quien fuera ministro de Justicia de Néstor Kirchner —esposo de Fernández— en 2004: “La Side la maneja un señor al que todo el mundo le tiene miedo porque dicen que es peligroso y te puede mandar a matar. Ese hombre participó en todos los gobiernos y se llama Stiusso”. Tras dichas declaraciones, Béliz tuvo que renunciar a su cargo.

El columnista Julio Blanck, del diario Clarín, opositor de Cristina Fernández, vaticina en su última entrega que el Gobierno se apegará a la tesis de que Stiusso está detrás de toda la trama y luego aparecerá un juez que disponga una investigación: “Se dice fácil. Hacerlo tiene otro precio. Es difícil suponer que el capo operativo de la Side durante tantos años acepte blandamente que lo transformen en jubilado. Y mucho más que lo metan preso. Para empezar, dicen los amigos de Stiusso, van a tener que encontrarlo: ya habría salido del país”, escribió Blanck.

Pocos argentinos conocen tan bien el caso AMIA como Antonio Stiusso, a quien las operaciones derivadas del atentado, en su rol de jefe, le permitieron establecer puentes con organismos de inteligencia como el Mosad, la CIA y el FBI. De hecho, el propio Nisman había confesado en una entrevista: “Lo conozco a Stiusso, estuve con Stiusso. Es de las personas que más sabían de la causa AMIA. Néstor Kirchner, cuando me pone a cargo de la unidad, yo ya lo conocía (a Stiusso), me dice: ‘La persona que más conoce de la causa que usted va a trabajar es ésta”.

Entonces, a la hora de establecer una hipótesis más, una que el Gobierno apoyaría —pues sus opositores no dudan que se trata de un plan criminal fraguado desde la Casa Rosada—, resulta más o menos así: Stiusso fue conduciendo a Nisman —incluso con pruebas falsas fabricadas— por un camino en el que terminaría acusando a la presidenta. Una vez acusada, al espía ya no le resultaba útil el fiscal. Al menos, no vivo.

Por Redacción Internacional

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