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¿Por qué occidente odia al islam?

No imaginábamos, al observar en directo la caída de las Torres Gemelas el 11 de septiembre de 2011, que el mundo entero sería removido por esa fractura hasta ser dividido en sus entrañas y en su historia.

Juan Villamil
02 de junio de 2013 - 09:00 p. m.
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Foto: AP - JEAN-MARC BOUJU

Así que Occidente, liderado por Estados Unidos, atacó Irak (sic). Allá, según información precisa, se ocultaban los terroristas responsables del atentado que nos fracturó en pedazos. Además, el único país del mundo que ha usado armas nucleares contra la población civil estaba seguro de que Irak tenía armas nucleares y no dudaría en usarlas contra la población civil. Miles de personas murieron, pero los terroristas y las armas no fueron encontrados.

Los acontecimientos eran seguidos desde Occidente a través de las pantallas de televisión. Luces de neón sobre Bagdad; fusiles AK-47 en los hombros de peligrosos niños; mujeres de ojos hermosos —¡pero así coartadas en su libertad!— rogando a Dios para que hiciera justicia alzando su mano contra los infieles. El enemigo del mundo se desbordó de las fronteras que Occidente le había trazado, era omnipresente: era Dios. Pronto se habló de la Guerra Santa como de la Santa Inquisición: la barbarie de los musulmanes contra el resto del mundo.

Nada más equivocado. La Guerra Santa o yihad no es una exhortación a la lucha contra los no musulmanes; esto es una tergiversación del libro o, si se quiere, una interpretación zonza del Corán. La yihad es una guerra en dos niveles, uno espiritual y otro físico. Sólo la primera es de carácter obligatorio para todo musulmán: la lucha contra las tentaciones y el mal. La otra yihad es considerada menor o pequeña, y como su carácter externo implica una eventual confrontación bélica, está restringida a la defensa. ¡La yihad es defensiva! La yihad es el instinto de conservación diseñado por la naturaleza, el acto de defensa propia estipulado por nuestra ley.

Muchas otras mentiras han llegado a Occidente, desde las trincheras de los radicales islámicos, sobre esa religión. El Corán no condena a la mujer a un lugar secundario dentro de la sociedad, ni siquiera establece el uso de la burka. La mayoría de restricciones aplicadas en las sociedades modernas no tienen, de hecho, sustento en el libro sagrado del islam, sino en costumbres adquiridas. Entre las tres grandes religiones monoteístas, el islam es la única que da valor sagrado a las otras dos: “Él te ha revelado la Escritura con la Verdad, en confirmación de los mensajes anteriores. Él ha revelado la Torá y el Evangelio” (Corán, 3:3). Alá no puede ser la causa de una guerra entre religiones, pues Él mismo ha sido creador de esas diferencias. La Guerra Santa que dirige Al Qaeda contra Occidente es antiislámica; corrompe, persiguiendo fines económicos y políticos, los principios consagrados en el Corán.

Esas manipulaciones han despertado la respuesta también violenta de un puñado de sectores radicalizados en Occidente. A pesar de los esfuerzos del gobierno por no desatar una oleada racista contra el islam, el asesinato de un militar en Woolwich, Londres, produjo varios atentados con bombas molotov a templos musulmanes en esa ciudad.

Otra vez somos testigos del poder casi absoluto del lenguaje sobre los hombres. El odio que se anida entre ambas culturas, Occidente y Oriente Medio, no está soportado por diferencias ideológicas. El origen de ese sentimiento es el común al miedo: la ignorancia. Y en su sagrado nombre parecemos condenados a desangrarnos hasta morir.

 

Por Juan Villamil

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