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Papa Francisco, un duro crítico de la desigualdad

Ha denunciado la corrupción y la pobreza en Argentina. Ayer recogió su maleta y pagó su propia cuenta “para dar ejemplo”.

Alejandro Rebossio / Especial de ‘El País’, Buenos Aires
15 de marzo de 2013 - 12:10 a. m.
Tomada del libro ‘El jesuita: la historia de Francisco’. Bergoglio en Semana Santa en Buenos Aires. / EFE
Tomada del libro ‘El jesuita: la historia de Francisco’. Bergoglio en Semana Santa en Buenos Aires. / EFE

Jorge Mario Bergoglio se ha distinguido por sus discursos denunciando la pobreza, la corrupción y lo que él llamaba “crispación” política. Siempre se ha mostrado austero y reservado. Los discursos que irritaban a los Kirchner los pronunciaba en homilías. Pocas veces ha hablado con la prensa. Lo hizo en 2001, cuando negó en una entrevista con el periódico Perfil cualquier colaboración con la dictadura y contó que había ayudado a los jesuitas perseguidos. Bergoglio llegó a ser citado para declarar como testigo en los juicios por los crímenes del régimen.

El primer papa latinoamericano siempre se ha mantenido fiel a la doctrina católica. No proviene de las corrientes progresistas ni de la teología de la liberación. Incluso, cuando se discutió el matrimonio gay en Argentina llegó a escribir en una carta dirigida a unas monjas carmelitas que la oposición a esa ley era una “guerra de Dios” ante una “movida del diablo”.

Bergoglio, no obstante, está lejos de representar al ala más conservadora de la Iglesia. Él siempre representó la alternativa frente a los más ortodoxos del catolicismo argentino. Este sacerdote de la Compañía de Jesús, poderosa orden de intelectuales dentro de la Iglesia, muchas veces enfrentada con Roma y en los últimos tiempos con el Opus Dei, también se ha distinguido por permitir que los curas más progresistas de su diócesis desempeñaran su labor con bastante libertad. En 2005, cuando Benedicto XVI fue elegido papa, Bergoglio fue el candidato opositor, el que representaba a la moderación frente al conservadurismo más extremo. El papa, además, no tiene nada que ver con la burocracia vaticana. Es más: poco le gustaba tener que viajar a Roma.

Bergoglio nació el 17 de diciembre de 1936. Hijo de inmigrantes italianos: él era empleado ferroviario y ella, ama de casa. Fue a la escuela pública. Estudió para ser técnico químico y como tal trabajó en laboratorios hasta que a los 21 años, en 1957, decidió entrar en el seminario jesuita. Estudió Humanidades en Chile y en 1960, de regreso a Buenos Aires, obtuvo la licenciatura en filosofía en el Colegio Máximo San José, de los jesuitas. Entre 1964 y 1966 fue profesor de literatura y psicología, primero en Santa Fe y después en Buenos Aires. De 1967 a 1970 cursó teología en el Colegio Máximo. En 1969 se ordenó sacerdote, a los 33 años. Pero después comenzó una rápida carrera en la Compañía de Jesús. Con sólo 37 años llegó a ser el jefe de los jesuitas de su país. Cuando Argentina estaba inmersa en la dictadura, el régimen militar secuestró a dos sacerdotes de su congregación que actuaban en barrios de chabolas de Buenos Aires. Ambos, Orlando Yorio y Francisco Jalics, tenían posiciones progresistas.

En 1992 fue nombrado obispo auxiliar de Buenos Aires y se convirtió en el jefe de la Iglesia de su ciudad, una de las más pobladas del mundo, en 1998. En 2001 Juan Pablo II lo nombró cardenal. Después llegó a presidente de la Confederación Episcopal Argentina y como tal atravesó una de las crisis políticas, sociales y económicas más graves de su país.

En la crisis se distinguió por su llamado a la lucha contra la pobreza y la resurrección moral de su abatido país.

El nuevo papa, al que se podía ver celebrando misas con cartoneros (personas que buscan metales, botellas y cartones en la basura para revenderlos), dejó la presidencia de la Confederación Episcopal Argentina en 2011.

Pero las batallas de Francisco ahora ya no serán las de la política argentina. Sus desafíos serán globales. Ha tenido experiencia de rivalizar con los sectores más conservadores de su país, que le exigían más dureza contra el matrimonio gay o el aborto. Por ejemplo, Bergoglio nunca se puso al frente de marchas callejeras contra las bodas de personas del mismo sexo, como sucedió con la Iglesia española. Tampoco ha sido escuchado pronunciándose a favor del uso del latín o en contra de manifestaciones populares o modernas de la liturgia. Los que esperan un papa revolucionario tal vez no lo encuentren en Francisco, pero al menos podrán conformarse con que no se trata de otro Joseph Ratzinger.

Por Alejandro Rebossio / Especial de ‘El País’, Buenos Aires

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