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La pelea por la chequera vaticana

Otra faceta que hay que analizar en la crisis del Vaticano por la filtración de documentos es la del manejo del dinero.

Guillermo León Escobar / Roma
03 de junio de 2012 - 09:18 p. m.

Las ambiciones y la política pusieron en jaque las tareas de la Iglesia. El arzobispo Carlo Maria Viganó, exsecretario general y el segundo personaje de la Gobernación del Vaticano, después del presidente emérito, cardenal Giovanni Lajolo, había realizado una gran tarea en la reducción del déficit económico y había recibido de sus superiores más influyentes la certeza de que sería designado cardenal. Sin embargo fue alejado de la cúpula romana y enviado como nuncio a Estados Unidos.

Es aquí donde surge uno de los ejes más sensibles del problema actual sobre la filtración de documentos papales. La vieja guardia del poder de la Santa Sede rodeaba al arzobispo Viganó, todo un grupo del ayer conformado por los cardenales Bagnasco, Ruini , Scola, Re, lo que algunos afirman despertó las susceptibilidades de los nuevos administradores del poder designados por el papa Benedicto XVI. Viganó es un personaje inteligente y lleno de vanidades —no más que otros—, que sabía que era el momento de jugarse el todo por el todo. Y así lo hizo, generando la crisis de hoy y reviviendo todos los interrogantes sin resolver del pasado.

Trajo a colación la historia del Instituto para las Obras de Religión (IOR), llamado impropiamente Banco Vaticano cuando no es más que una exitosa caja de ahorros y no la entidad financieramente más importante de la Iglesia, pese a sus 33 mil ahorradores y a los cerca de 5 mil millones de dólares de depósitos reales. El eje central de la economía eclesial es el APSA, que maneja el patrimonio, opera bajo el cuidado del cardenal Attilio Nicora y está íntimamente vinculado a la Gobernación.

Desde los intrincados y nunca aclarados negocios realizados en los años 70 por los llamados “banqueros de Dios”, el arzobispo Paul Marcinkus y Roberto Calvi, presidente del Banco Ambrosiano, con la participación de la Logia P2 y que llevaron a la quiebra del Ambrosiano, el ámbito financiero vaticano no ha logrado crear la evidencia de transparencia a la que se obligó luego del asesinato de Calvi en 1982 y la muerte de Marcinkus en Illinois, en 2006, quienes se llevaron a la tumba secretos que aún hoy esperan su clarificación.

En el escándalo actual, Viganó supo que alguien se había atravesado en su exitosa carrera y no tuvo otra opción que la de aceptar su nombramiento como nuncio (embajador), pero se vengó. En una carta que le dirigió al papa —filtrada a la opinión pública— reclamaba la atención del pontífice sobre la gran tarea que él había cumplido en el manejo de los dineros y daba pistas sobre el mal uso y las malas costumbres evidenciadas en los ámbitos económicos de la Santa Sede. De esa carta envía luego una versión al secretario de Estado, Tarcisio Bertone, igualmente filtrada, reclamando con dolor la aplicación en su persona del principio romano del promoveatur ut amoveatur (ascenderlo para sacarlo).

Muchos pensaron que de este punto no se pasaba y creyeron que quien había filtrado esos documentos no podía ser otro que Viganó, por fidelidad o venganza.

Pero los gestores del poder financiero se habían dividido desde entonces. Como en muchos de los eventos humanos se midieron las fuerzas, y aunque se conservaban las “buenas maneras” había que resolver aquello que la sabiduría popular ha afirmado siempre y es que hay animales de cien pies pero nunca de dos cabezas.

Esa lucha trae consigo la destitución de manera fulminante de un arzobispo en Sicilia y genera que el papa, preocupado, entregue el IOR al control ético de la Comunidad Europea, que determina que el papa dé la instrucción al presidente de la entidad, Ettore Gotti Tedeschi, de absoluta trasparencia en todas las operaciones financieras. Es por el cumplimiento de esa orden que se divide el mundo de los siete laicos que responden por el “banco” bajo la supervisión de cinco cardenales.

Tedeschi, cercano a Emilio Botín y al Banco Santander, acaba de ser destituido y llamado a declarar por los jueces italianos junto a Paolo Cipriani, por unos giros provenientes de Alemania insuficientemente claros. Las declaraciones tendientes a clarificar la situación del IOR disgustaron a varios de los miembros del Consejo de Administración y a los eclesiásticos que revisan y controlan la acción de los laicos, llevando a una definitiva división ente ellos.

Fuera del evento judicial en curso hay algunos casos singulares que los dividen aún más y que ya se han filtrado hasta la saciedad, pero que parecen haber encontrado la realidad de un imperio privado manejado por el sacerdote Luigi Maria Verzé —conocido como Don Verzé—, gran promotor de las obras vinculadas al nombre de los hospitales San Rafael.

El presbítero en cuestión llega a ser tan importante que es denominado “el manager de Dios”, a pesar de que desde el 12 de setiembre de 1973 se sabe que el sacerdote Verzé no actúa a nombre de la arquidiócesis y no puede ejercer en ella ninguno de los ministerios sacerdotales desde 1964.

Pero su obra —con el apoyo de Silvio Berlusconi— creció y llegó a ser un punto de referencia obligado de la cooperación internacional, y sólo al final se llegó a saber lo que ocultaba la interesante máscara de Don Verzé, quien murió el 31 de diciembre de 2011, luego de haber sido convocado con múltiples acusaciones por las autoridades civiles italianas, dejando la casa central de San Rafael en una profunda crisis financiera. Tal parece que uno de los puntos de la ruptura definitiva en el interior del Vaticano tiene como motivo el salvamento o no de la obra de Don Verzé.

Con razón se vuelve a hablar del “humo de Satanás”, expresión que se debe al papa Pablo VI cuando le comentaron de algunos sucesos semejantes a los de hoy. Y es posible que la humareda sea ahora mayor.

* Exembajador de Colombia ante la Santa Sede, profesor de la Universidad Gregoriana y actual consultor pontificio.

Por Guillermo León Escobar / Roma

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