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Potosí, la puerta del infierno

Las recientes protestas en la región boliviana del Potosí sacaron a la luz la situación de un lugar que alberga una enorme riqueza, pero es inmensamente pobre.

Beatriz Miranda Cortés
05 de agosto de 2015 - 02:33 a. m.
Ciudadanos potosinos celebran la llegada del Comité Cívico Potosinista. / EFE
Ciudadanos potosinos celebran la llegada del Comité Cívico Potosinista. / EFE

En la década de 50, la Revolución Nacional Boliviana derrocó al gobierno y Bolivia se convirtió en un laboratorio de cambio de América Latina. En aquel entonces sus iniciativas de nacionalización del cobre, reforma agraria y redistribución de la riqueza fracasaron. Hace una década, Bolivia aún era el país más pobre de la región después de Haití.

En la Bolivia gobernada por Evo Morales, los indicadores económicos sorprenden. En los últimos diez años el país ha registrado una tasa de crecimiento promedio del 5%, una inflación de 6% y un gasto público moderado a pesar de las significativas inversiones sociales. “Las reservas internacionales en divisas de Bolivia, con respecto al PIB, alcanzaron el 47%, ubicando a este país, por primera vez, muy por delante de Brasil, México o Argentina”. La deuda pública representa el 33% del PIB y la tasa de desempleo de 3,2% es la más baja de América Latina, más de un millón de bolivianos –el 10% de la población– han salido de la pobreza.

En Bolivia la palabra clave pareciera ser cambio. Desde que asumió el gobierno en 2006, el presidente Evo Morales ha optado por un nuevo “modelo económico social comunitario productivo”.

Bolivia es un país marcado por una compleja geografía, lo que ha dificultado la integración física de su territorio. Está étnicamente conformada por 36 naciones, lo que desde luego ha aplazado un proyecto de integración cultural y lingüística en dónde quepan todos los bolivianos.

Ante este complejo escenario, Morales, primer indígena en llegar al poder, promulgó una nueva Constitución que establece un “Estado plurinacional”, que reconoce el derecho de las diferentes naciones que hoy conforman a Bolivia.

A partir de 2006, el presidente, en una actitud controvertida e inesperada, nacionalizó a sectores estratégicos tales como hidrocarburos, minería, electricidad, recursos ambientales, con el objetivo de invertir parte de estos excedentes en los siguientes sectores: industria, manufactura, artesanía, transporte, desarrollo agropecuario, vivienda, comercio.

En 2011, Bolivia decidió retirarse de la Convención sobre los estupefacientes de 1961 para corregir “el error histórico” respecto a la utilización de la hoja de coca por los indígenas. En una fuerte campaña internacional ante los organismos competentes, el Estado ha defendido el mascado y la infusión de coca como “prácticas milenarias en los Andes con fines terapéuticos, contra el hambre, la fatiga y los efectos de la altitud, además de las utilizaciones rituales”. Su objetivo es que la hoja de coca deje de ser considerada como una droga a nivel internacional.

En 2012, Bolivia retornó a la Convención Antidroga de la ONU de 1961, con una excepción sobre el masticado de la hoja de coca. Según fuentes oficiales, ahora la meta es promover investigaciones para mostrar las propiedades benéficas de la planta con el objetivo de exportarla.

La sufrida historia de Bolivia está directamente vinculada a sus riquezas minerales. Actualmente, su principal fuente de ingresos es el sector de hidrocarburos, el cual produce aproximadamente 16 millones de barriles de petróleo al año. Bolivia tiene la segunda reserva de gas natural de América del Sur y posee la más grande reserva de potasio y litio del mundo.

Desde sus rincones más enigmáticos salen plata, oro, estaño, hierro, cobre, zinc, tungsteno, manganeso. De este escenario se desprenden las Minas de Potosí. Sus minas de plata la convirtieron en la ciudad más rica de América Latina en el siglo XVIII y aportaron al imperio español más plata que cualquier otro lugar del mundo.

Potosí vive a la sombra del Cerro Rico, que en pleno siglo XXI, sigue siendo la base de la economía local. En el siglo XVII, la mitad de la plata que circulaba en el mundo salía de estos cerros. Hoy, Potosí está ubicada en el estado más pobre de Bolivia.

En su libro Las venas Abiertas da América Latina, Eduardo Galeano estima que, entre los siglos XVI y XIX, cerca de ocho millones de personas murieron debido al trabajo en el Cerro Rico. La plata prácticamente se acabó. Pero, lejos de abandonar la cultura minera, la explotación de la deteriorada montaña aún sigue viva y letal.

En los túneles sobreexplotados de las minas de Potosí, miles de bolivianos, incluyendo niños, han dejado sus vidas. La mayoría de los mineros saben que su esperanza de vida es de aproximadamente 45 años, debido a la silicosis.

Potosí es una mezcla de aventura sin retorno y una forma adictiva de sobrevivencia. En las entrañas de las minas se cruzan el ruido de la dinamita, el olor a alcohol y a la hoja de coca, paliativos para afrontar la tensión y al pánico al adentrarse a los rudimentarios y peligrosos túneles al interior de la mina, casi siempre desprovistos de la mínima seguridad.

Los que ya conocieron las minas afirman que algunas palabras de los guías turísticos, como “Hasta este punto exacto está Dios. Pero aquí dentro Dios no existe”, ratifican a las minas de Potosí como una verdadera puerta del infierno, eso sí, cubierta de plata.

En los últimos días, los mineros de Potosí han intentado negociar con el gobierno nacional, sin éxito. En las recientes protestas contra el gobierno de Morales, claman por mejores condiciones de seguridad, inversión en infraestructura y educación. Tras finalizar su última huelga, declararon “persona non grata” al vicepresidente del país, Álvaro García Linera, y a los ministros del Gobierno, al considerar que no aportaron soluciones al conflicto.

La Potosí colonial desafía el proyecto del Estado plurinacional de Evo Morales e indica que a pesar de los avances, así como en varias partes de América Latina, no ha sido posible cambiar el modelo.

Por Beatriz Miranda Cortés

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