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¿Por qué prevalece la democracia?

Desde hace 60 años, Estados Unidos ha buscado la estabilidad en Medio Oriente a costa de la democracia y ha apoyado regímenes autoritarios.

Condoleezza Rice *
10 de septiembre de 2011 - 09:00 p. m.

“¡Dios mío! ¡Esto es un ataque terrorista!”. Me acababa de enterar de que un segundo avión se había estrellado contra el World Trade Center en Nueva York. Treinta minutos después me enteraría de que otro avión había golpeado el Pentágono. “¡Tiene que irse al búnker, pero ya!”, me gritó un agente del servicio secreto. “Hay aviones sobrevolando todo Washington. La Casa Blanca ha de ser el próximo blanco”.

Mientras me llevaban casi en vilo y me empujaban a la seguridad del Centro Presidencial de Operaciones de Emergencia, me detuve para llamar al presidente Bush.

“No puede regresar aquí”, le advertí. “Voy a regresar”, me respondió.

“Quédese donde está”, contesté, elevando la voz de una manera que nunca antes había hecho, y que nunca volvería a hacer con el presidente de Estados Unidos. “Nosotros, quiero decir, Estados Unidos, está siendo atacado”.

Para quienes ocupábamos un cargo, ese día fue como si el tiempo se hubiera suspendido. Para nosotros y para la familia de las víctimas, cada día desde entonces ha sido el 12 de septiembre.

Se alteró irrevocablemente nuestro concepto de lo que constituye la seguridad y de lo que se necesita para proteger al país. Estados Unidos, el país más poderoso de la tierra en términos militares y económicos, había sufrido un ataque devastador. Y éste había sido llevado a cabo por un grupo apátrida de extremistas, que operaba desde el territorio de lo que en ese tiempo era un estado fallido, Afganistán.

En los meses que siguieron a los ataques reflexionamos una y otra vez en las causas profundas. ¿Qué pudo haber provocado el odio que hizo que un grupo de personas estrellara unos aviones contra los edificios en ese brillante día de septiembre?

La perspectiva, diez años después, es que esos ataques hicieron que fuera una necesidad global fomentar la democracia y apoyar las instituciones políticas.

En 2002, un grupo de académicos árabes en Naciones Unidas emitió el Reporte sobre Desarrollo Humano Árabe. En éste se identifican tres brechas —respeto por la libertad humana, condición de las mujeres y acceso al conocimiento— que están impidiendo el progreso de millones de personas. Y esas brechas causan aún más daño: generan la desesperanza que, a su vez, crea el vacío en el que fluyen el extremismo y el odio.

Esa es la relación entre lo que sucedió el 11 de septiembre de 2001 y la urgencia de una reforma democrática en todo el Medio Oriente. Desde hace 60 años, Estados Unidos ha buscado la estabilidad a costa de la democracia y ha apoyado regímenes autoritarios. Pero debimos haberlo previsto.

Si el pueblo no tiene manera de pedirle cuentas a su gobierno a través de un cambio pacífico, lo hará de forma violenta. Hay una razón para que los extremistas sean las fuerzas políticas más organizadas en el Medio Oriente actual. Los regímenes autoritarios no permiten la política en la plaza pública y, por tanto, la “política” se refugia en cambio en las mezquitas radicales y en las madrazas.

Ahora, las fuerzas políticas decentes —aquellas que defienden los derechos de la mujer y la tolerancia étnica y religiosa— necesitarán tiempo para organizarse y llenar el hueco. El autoritarismo simplemente es insostenible. Por difícil que pueda ser la jornada hacia la democracia, es el único camino a la verdadera estabilidad.

La muerte de Osama bin Laden, pocos meses antes del décimo aniversario de los atentados de septiembre de 2001, y el estallido de la primavera árabe el mismo año, conjuntan las lecciones de esa fecha devastadora. El extremismo se irá marchitando conforme la gente obtenga medios legítimos para controlar su futuro. No creo que gane el extremismo cuando la plaza pública permite el debate abierto de las ideas.

Surgirán instituciones políticas; débiles al principio pero, a fin de cuentas, necesarias para definir la relación entre la autoridad del estado y los derechos del individuo.

En Bagdad y Kabul, los ciudadanos están tratando de usar las nuevas instituciones democráticas para garantizarse una vida mejor como hombres y mujeres libres. Ese camino es largo, pero al menos ya lo emprendieron, con una constitución que define la relación entre aquellos que gobiernan y aquellos que aceptan ser gobernados.

Los pueblos que están experimentando atisbos de libertad en Túnez, Egipto, Libia, Siria y a través del Medio Oriente, apenas han empezado a erigir las instituciones que garantizarán sus libertades. Y en algunos lugares los dictadores están luchando por posponer el día de su caída. La libertad puede demorarse, pero no negarse.

Desde el 11 de septiembre de 2001 hemos llegado a entender que ningún país puede asegurarse a sí mismo de manera aislada y que ayudar a la recuperación de estados fallidos ya no es simple cuestión de generosidad... ahora es una necesidad.

En consecuencia, Estados Unidos ha seguido una política exterior que es tan práctica como compasiva y transformativa. Fomenta el desarrollo económico y social, fomenta el facultamiento y la protección de los sectores vulnerables y lucha por un mundo civilizado y, a fin de cuentas, más pacífico.

Estos ideales trascienden los partidos políticos y constituyen los valores básicos por los que lucha la democracia estadounidense y que nosotros, como ciudadanos estadounidenses, representamos. Quienes perecieron el 11 de septiembre recibirán hoy el homenaje de familiares, amigos, conciudadanos y gente simpatizante de todo el mundo. Las vidas perdidas nunca podrán recuperarse y dejan atrás a padres e hijos en duelo, esposos y esposas, hermanos y hermanas que nunca volverán a sentirse completos de nuevo.

Pero quizá haya algo de consuelo para ellos —para todos nosotros— en el hecho de saber que hubo mucho más significado en los horrores de ese día. Gracias a la fortaleza de Estados Unidos, el 11 de septiembre no es un día que nos recuerda nuestra derrota, nuestra vulnerabilidad o el supuesto declive de la potencia global. Es un día que nos une, en la tragedia y en la victoria, para declarar que la libertad va a prevalecer. Muchos de nosotros hemos sido bendecidos por el don divino de la libertad. Es nuestra responsabilidad y nuestro trabajo no descansar nunca hasta que sea disfrutada universalmente.

Condoleezza Rice *
Secretaria de Estado de 2005 a 2008. Asesora de Seguridad Nacional de 2001 a 2005. Es profesora de economía política en la Escuela de Administración de Posgrado de la Universidad de Stanford. Publicará un libro el 1° de noviembre con el título de ‘No Higher Honor’. El 11 de septiembre de 2001 Rice estaba en el Ala Oeste de la Casa Blanca cuando se enteró, por uno de sus asistentes, del ataque contra el World Trade Center.

Cifras

2.700 personas, aproximadamente, murieron durante los atentados.

5 billones de dólares ha tenido que invertir EE. UU. en dos guerras.

1,4% creció el desempleo durante el primer año después de los ataques.

48 países desplegaron a sus tropas en Afganistán.

5 mil mujeres han sido reclutadas para la policía de Afganistán.

65% de los niños afganos ha sufrido heridas por la guerra.

Por Condoleezza Rice *

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