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Proyectos políticos en juego

Uruguay, El Salvador, Costa Rica y Panamá elegirán presidente. Los mandatarios de Brasil, Bolivia y Colombia apuestan por la reelección.

Mauricio Jaramillo Jassir*
04 de enero de 2014 - 09:00 p. m.
El presidente de Uruguay, José Mujica, es hoy en día uno de los más populares en el ámbito internacional.  / EFE
El presidente de Uruguay, José Mujica, es hoy en día uno de los más populares en el ámbito internacional. / EFE

Este año será decisivo para algunos Estados latinoamericanos. Bien sea por una tendencia global de contestación social iniciada con la denominada Primavera Árabe, y que se ha sentido en protestas a lo largo del continente, o por proyectos políticos que se ponen a prueba y otros que apenas empiezan.
El año 2013 fue fundamental para el proyecto socialista de Rafael Correa en Ecuador, porque su reelección supuso que finalmente sí era posible que el país rescatara la estabilidad quebrada desde 1997. En Venezuela, por el contrario, la situación es bien distinta. Nicolás Maduro aún está lejos de representar un liderazgo siquiera comparable con su antecesor y su invisibilidad internacional ha hecho que el mundo en general se haya desinteresado del proceso venezolano, tan llamativo durante la dirección de Hugo Chávez. Y en Paraguay la elección de Horacio Cartes debe traducir la normalización de relaciones entre Asunción y sus vecinos, tan maltrecha por el golpe o la destitución exprés contra Fernando Lugo.

El año que inicia también será de la mayor relevancia para Brasil y el proyecto político del Partido de los Trabajadores. Como sobrevivientes de la dictadura militar, miembros del movimiento como Luiz Inácio Lula da Silva y Dilma Rousseff son conscientes de los excesos en los que se incurre por el purismo ideológico y, por ende, Brasil ha conocido lo que para muchos es el proyecto más viable de la llamada nueva izquierda latinoamericana.

No obstante, el año que recién acabó representó duros reveses para la presidenta Rousseff. Las protestas sociales por el despilfarro en la Copa Confederaciones son un mal vaticinio para el Mundial de 2014. A su vez, el precio de los transportes fue la excusa perfecta para que miles de brasileños protestaran por un sistema económico caracterizado por sus altos niveles de exclusión, a pesar de los avances sustanciales de Lula, en una reducción histórica de la concentración de la riqueza y de la pobreza.

Por ende, las elecciones presidenciales de este año son una prueba de la mayor envergadura para un proyecto político de izquierda, que se ha caracterizado por la mesura y por haberle dado a Brasil una proyección internacional que lo ha convertido en una potencia emergente con posibilidades reales en cuanto a influencia global. Aunque los sondeos ubican a Rousseff como favorita, por encima de Marina Silva y Aecio Neves, sus más serios competidores, no se puede desconocer que la protesta social será clave en una de las democracias más jóvenes del mundo, considerada como la potencia latinoamericana con mayor influencia en el globo, lejos de Argentina, México y Venezuela que han reivindicado un estatus similar.

Lo que suceda en Brasil con el proceso electoral será clave, no sólo para la versión moderada de la nueva izquierda, sino por la importancia de esta nación en los procesos de integración del continente, como la recién creada Celac o la Unasur.

 

El sucesor de Mujica

Uruguay, por su parte, irá a las urnas en medio de un clima de protagonismo internacional por la popularidad externa que viene acumulando José Mujica. El hecho de que la prestigiosa y conservadora publicación inglesa The Economist lo eligiera como el país del año, debe traer como consecuencia unos niveles de atracción fácilmente adjudicables al actual presidente y a la coalición de movimientos y partidos del centro izquierda Frente Amplio.

El panorama aún no es claro, porque el sistema no permite la reelección inmediata y la mayoría de encuestas sugieren una incertidumbre. Esto quiere decir que aunque el Frente Amplio ha cosechado éxitos desde el gobierno de Tabaré Vásquez, la oposición ha encontrado en el siempre efectivo eslogan del “cambio” una estrategia sólida con la que puede restarle votos a la izquierda. Es difícil que Uruguay cambie drásticamente el rumbo de muchas de sus políticas, cuando gran parte de ellas parecen haber calado en la mayoría de la población y han confirmado a esta pequeña nación suramericana como una de las democracias más consolidadas del continente.
En Bolivia, el actual presidente Evo Morales, quien será candidato del Movimiento Al Socialismo (MAS), es favorito para lograr un tercer mandato consecutivo. El presidente aymara parece seguro de su victoria y ya declaró que no le causa otra cosa que “risas” que la oposición diga que lo derrotarán. La fecha de la cita electoral en el altiplano se definirá en la segunda mitad del año.


Seguridad en Centroamérica

Otras elecciones trascendentales se desarrollarán en El Salvador. Hace cuatro años este país llamó la atención del mundo cuando resultaba elegido Mauricio Funes, quien figuraba como candidato del Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional (FMLN), partido que en el pasado había sido insurgente. Ahora ese movimiento aparece como favorito en las encuestas y su candidato, Salvador Sánchez Ceres, es quien tiene más opciones de convertirse en presidente.
Dos detalles de suma importancia. Primero, a pesar de ser un partido de izquierda, el derrotero de la política ha sido la seguridad y la represión sin consentimientos contra la delincuencia. Dicho de otro modo, como en el resto de Centroamérica, la seguridad ciudadana es uno de los principales problemas y ningún candidato puede darse el lujo de desviar su atención de él.

Esto ha obligado a que la izquierda salvadoreña se apropie del tema de la seguridad, materia que durante décadas se convirtió en monopolio de la derecha representada por el partido Alianza Republicana Nacionalista (Arena). Como desde que comenzó este siglo es probable que en las elecciones sea vital el tema de la seguridad pública y el manejo que los candidatos propongan dar al flagelo aterrador del pandillaje transnacional.

Hasta ahora no hay nada claro en el panorama para las elecciones del 2 de febrero. Sin embargo, todas las encuestas hacen prever que una segunda vuelta será inevitable. Unos 4,9 millones de salvadoreños están inscritos para elegir al sucesor de Funes para el mandato 2014-2019.
Costa Rica y Panamá, por su parte, asistirán a comicios en medio de un desinterés generalizado de la población por el proceso, y por la poca atención que los medios regionales les han conferido. En el primero, la indecisión parece ser el común denominador y a juzgar por las estadísticas (uno de casa dos costarricenses aún no sabe por quién votar) es muy difícil pronosticar resultados.

La batalla se vislumbra feroz por el inédito favoritismo de la izquierda. Las últimas encuestas ubican al diputado José María Villalta, del izquierdista Frente Amplio, y al exalcalde capitalino Johnny Araya, del socialdemócrata Partido Liberación Nacional (PLN, en el poder), en empate virtual. Cerca de tres millones de electores están convocados a elegir al sustituto de la presidenta Laura Chinchilla, dos vicepresidentes y a renovar el Congreso, de 57 diputados, para un período de cuatro años. Si ningún candidato alcanza el 40% de los votos se celebrará la segunda vuelta el próximo 6 de abril.

En el segundo país la polarización entre la clase política es evidente, sobre todo por las acusaciones entre el vicepresidente Juan Carlos Varela y el actual mandatario Ricardo Martinelli. Varela se ha convertido en uno de los principales contradictores del presidente y como candidato pretende rivalizar con José Domingo Arias del partido de Martinelli.

Colombia enfrentará uno de sus procesos electorales más determinantes de su historia. Con un bipartidismo al borde de la extinción, el país ha conocido una fragmentación de partidos y movimientos políticos como nunca en su historia. La división tradicional entre liberales y conservadores que marcó las elecciones presidenciales hasta 1998 ha sido reemplazada por la polarización alrededor del conflicto. Colombia se debate entre la continuidad del proceso de paz y la terminación unilateral, y en ello parecería resumirse buena parte de los proyectos políticos que poco a poco ha decantado su postura frente a los diálogos, eso sí con matices.
Con todo esto, los colombianos decidirán si el proceso de paz continúa, y Colombia se convierte en un modelo global sobre la resolución de conflictos, como ha ocurrido en otras partes del mundo que se pacifican. O si bien, el país sigue acumulando créditos como uno de los pocos casos en que se puede reseñar una victoria militar contra la subversión. Decisión de grandes proporciones históricas, valga anotar.

En resumidas cuentas, el panorama es complejo, ya que están en juego varios proyectos políticos y la correlación de fuerzas entre izquierda versus derecha, y radicales contra moderados. Lo que se puede afirmar con certeza, a pesar de las incertidumbres, es que el continente confirma una vocación democrática que se expresa en la gran diversidad ideológica.

* Profesor Universidad del Rosario.

Por Mauricio Jaramillo Jassir*

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