Lo que queda tras las elecciones en EE. UU.

Los partidos y la sociedad quedan fragmentados en medio de una crisis de confianza hacia los medios y los políticos tradicionales. Hoy, el mundo conocería al sucesor de Barack Obama en la Casa Blanca.

Redacción Internacional
09 de noviembre de 2016 - 03:00 a. m.
Estados Unidos no seguirá igual a partir de hoy. Los efectos de las elecciones se comienzan a sentir.  / AFP
Estados Unidos no seguirá igual a partir de hoy. Los efectos de las elecciones se comienzan a sentir. / AFP

Las elecciones presidenciales de este año en Estados Unidos son singulares no sólo porque uno de los candidatos, Donald Trump, carece de toda experiencia pública y aún así recogió a su alrededor a miles de votantes, sino porque es el resultado de una desconfianza casi total en la democracia y en la utopía de una sociedad más equitativa. Cientos de miles de estadounidenses creen que la economía y la política están en declive y que tanto Trump como Clinton son el producto de dicha crisis. “Tenemos más de 300 millones de habitantes. ¿Estos son los dos mejores candidatos que pudimos tener?”, se preguntó un votante hace algunos meses. (Vea acá el especial ELECCIONES EN ESTADOS UNIDOS 2016)

Sea quien sea el próximo presidente de Estados Unidos, las elecciones ya dieron un parte de cómo queda la sociedad tras un embate en el que Clinton y Trump se castigaron por sus escándalos personales y por su experiencia (o por la falta de ella) en la arena política. Los partidos Republicano y Demócrata tendrán que rehacerse desde sus bases y los medios de comunicación deben reevaluar su influencia real sobre la sociedad. Instituciones como el FBI y la Corte Suprema entraron a jugar en las elecciones mucho más que en anteriores ocasiones y también salieron maltratadas. Está claro que los votantes quieren algo más de lo que les están ofreciendo y ese momento no es particular de Estados Unidos: lo pidieron a gritos, también, los británicos durante el Brexit.

Una sociedad partida y desconfiada

Desde las primarias estuvo claro que los candidatos de antaño (a los que, en cierto sentido, representa Hillary Clinton) no iban a ser los más favorecidos por los votantes. Clinton tuvo buena suerte al ser elegida como candidata de su partido, pero Bernie Sanders, su contrincante, forjó una línea política que incluso podría contarse como un tercer partido: todos aquellos votantes que ya no creen en la buena salud y en la grandeza del país; que quiere, de hecho, recuperar esa grandeza. Además de divididos, quedaron deshechos: un 82% de los estadounidenses se declaró asqueado tras las elecciones.

Los votantes de Trump desean lo mismo pero por otros medios y con otros fines, y por eso eligieron a un candidato que desde siempre se mostró como un outsider y que se convirtió en el representante de una clase trabajadora, por lo general sin estudio y blanca, que se siente amenazada por la migración y la globalización. El gran logro de Trump fue mostrar la pobreza y la decadencia del Estados Unidos profundo y encontrar que la fórmula política para atraerlos era simple pero había sido olvidada: hablarle a la gente sobre sus problemas más básicos y cotidianos.

De ese modo, las elecciones dividieron en tres a la sociedad estadounidense: aquellos que no vieron en Clinton a una candidata seria y confiable y prefirieron votar por Sanders (y que ni siquiera la amenaza de Trump los hizo voltearse hacia Clinton), aquellos que siguieron a Clinton y aquellos que dieron la espalda a los candidatos acostumbrados del Partido Republicano para ir a la avanzada con Trump. El nuevo presidente tendrá que conciliar con sus contrarios para obtener un equilibrio incluso político.

El papel de los medios

Cuando Donald Trump comenzó su campaña, los medios prestaban atención a sus propuestas y declaraciones irreverentes de un modo mucho más amplio que al resto de candidatos (un estudio reciente encontró que hubo tres veces más reportes sobre Trump que sobre el resto de opcionados en su partido). Lo que comenzó como una broma, sin embargo, se convirtió en una realidad: Trump era un candidato sin experiencia y con un rango de inestabilidad que no le sería muy adecuado a un presidente. Entonces, casi al final de la campaña, comenzaron a desmentir cada una de sus afirmaciones, a hacer un chequeo constante de sus propuestas y, como arma final y que pensaban que era contundente, a apoyar a Hillary Clinton sin restricciones a través de los editoriales y columnas de opinión. Sugerían entre líneas que el candidato menos peligroso de los dos era Clinton. Pese a todo su esfuerzo final, los medios fueron en parte los responsables del ascenso meteórico de Trump: él reconoció que su imagen les daba rating y acertó, al menos en su estrategia política, al aprovecharse de ello. Cada tuit que Trump publicaba en su cuenta se convertía en noticia en los medios; sus insultos y sus imprecaciones contra los musulmanes y los mexicanos no despertaban la indignación sino la curiosidad, pues Trump era una candidato singular y sui generis. Hasta los últimos meses comenzaron a brotar aquí y allá, en los diarios principales, reportajes sobre los votantes de Trump, que intentaban comprender de qué se trataba ese fenómeno y por qué Clinton, que tenía todas las credenciales para ganarle, no era capaz de aventajarlo de manera severa. Los medios, entonces, tendrán que hacer un mea culpa y evaluar qué tan certera es su influencia en la sociedad de a pie.

Ni tan libre mercado

Una de las pocas cosas en las que Hillary Clinton y Donald Trump se mostraron de acuerdo durante la campaña presidencial, fue su rechazo al Acuerdo de Asociación Transpacífico (TPP, por sus siglas en inglés), un tratado que flexibiliza el comercio entre varios países, entre ellos Estados Unidos, Canadá y Japón.
Trump lo hizo en reiteradas ocasiones, asegurando que este era “un golpe mortal para la industria manufacturera de Estados Unidos”.

Clinton, aunque lo apoyó en un primer momento, luego lo criticó, apartándose del presidente Barack Obama, uno de sus promotores, y en cambio acercándose a su otrora rival, el senador Bernie Sanders, quien durante las primarias no hizo sino criticar este acuerdo. Mejor dicho, desde antes del 8 de noviembre ya se sabía que, ganara quien ganara, Estados Unidos iba a estar menos abierta al libre comercio; aunque, por supuesto, con sus matices.

La pregunta es si en un mundo interconectado y multipolar, en el que Estados Unidos y China se pelean el honor de ser la mayor economía mundial, tal rechazo a los Acuerdos de Libre Comercio que Estados Unidos promovió durante años, es la mejor opción. Eso explica el nerviosismo de los mercados que este año ya habían sufrido otro golpe al libre mercado, con la decisión, por parte del Reino Unido, de separarse de la Unión Europea, poniendo en riesgo a ese bloque económico: una de las mayores economías del mundo. La crisis del 2008 sigue generando consecuencias y el panorama para el libre comercio parece cada vez peor.

Partidos y revueltos

Estas elecciones dejan a ambos partidos, Republicano y Demócrata, en crisis. A los republicanos, divididos entre quienes apoyaron a Donald Trump y quienes se apartaron de él. Incluso, para ser más específicos, entre las bases del partido y los dirigentes republicanos.

Los primeros apoyaron al empresario neoyorquino incondicionalmente, mientras que los segundos lo apoyaron con ciertas reservas. Como por ejemplo, el presidente de la Cámara de Representantes, Paul Ryan, que aunque reconoció haber votado por Trump, nunca hizo campaña por él y ni siquiera se atrevió a compartir tarima con el empresario neoyorquino.

Otros hasta se apartaron de él, anunciando que votarían por su rival, Hillary Clinton. Por ejemplo: el expresidente George W. Bush y varios de sus exasesores. O como algunos veteranos de ese partido, como el senador John McCain.

Pero por el lado de los demócratas el panorama no es mejor. Ese partido quedó dividido entre los seguidores de Clinton y los de su rival en las primarias, el senador Bernie Sanders, pese a que este apoyó a Clinton tras ser derrotado. Muchos de ellos la apoyaron por miedo a Trump y no por otra cosa. Pero, ahora, es a otro precio y Clinton no cuenta con todo el apoyo de su partido.

En este panorama, la posibilidad de una tercera fuerza, sea una disidencia del Partido Republicano o del Partido Demócrata, es bastante posible. Al final, ambos candidatos, casi que los menos populares en toda la historia de los Estados Unidos, no hicieron sino debilitar a sus propios partidos y profundizar esta crisis.

Desinstitucionalizado

Las instituciones o, mejor, la institucionalidad fue una de las grandes perdedoras de estas elecciones. De hecho, la incredulidad en ellas fue uno de las razones del voto republicano y de muchos de los seguidores de Bernie Sanders, en las primarias demócratas.

Y durante la contienda hubo varios ataques a la institucionalidad. Por ejemplo, al poner en duda las mismas elecciones presidenciales, asegurando que estas estaban amañadas.

Una creencia que tuvo una difusión inusitada, sobre todo, teniendo en cuenta las fortalezas del sistema electoral estadounidense y que recordó las elecciones de 2000, cuando George W. Bush venció a Al Gore por un estrecho margen, generando acusaciones de fraude.

La polarización produjo otras inesperadas víctimas, como por ejemplo, el FBI, cuyo director James Comey ha sido condenado al ostracismo por cuenta de las decisiones que tomó respeto al escándalo de los correos electrónicos de Hillary Clinton. Desde ambos partidos no han hecho sino criticarlo e, incluso, algunos han pedido su renuncia.

Y esta misma polarización promete afectar a otras instituciones, como por ejemplo, la Corte Suprema de Justicia, que se encuentra casi que en suspenso, debido a la negativa del Senado de avalar al candidato presentado por el presidente saliente, Barack Obama, para reemplazar al fallecido Antonin Scalia. Sin mencionar otras elecciones que dependen del Legislativo. Con los partidos en crisis y con la institucionalidad debilitada, esta promete ser una de las mayores crisis en Estados Unidos, desde el fin de la Guerra Civil.

 

Por Redacción Internacional

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