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¿A quién le importa Yemen?

El desgobierno en este país plantea una amenaza para la estabilidad de su vecino millonario, Arabia Saudita, y para el éxito de la estrategia antiterrorista global de Estados Unidos.

Daniel Salgar Antolínez
28 de enero de 2015 - 03:02 a. m.

Tras los levantamientos sociales que derrocaron a los presidentes de Túnez y Egipto, en 2011 estallaron en Yemen las protestas que acabaron con el gobierno de Ali Abdullah Saleh, quien tuvo que renunciar el 27 de febrero de 2012 después de 33 años en el poder. Su vicepresidente, Abd Rabbu Mansour Hadi, asumió la presidencia y el desafío de lograr una transición política pacífica y capitalizar la cooperación económica internacional (prometida por el Consejo de Cooperación del Golfo y países de Occidente que crearon la organización Amigos de Yemen) para sacar al país de la inestabilidad.

Nada de esto se logró. Al contrario, Yemen se convirtió en epicentro de varias problemáticas: el activismo chiita de los hutíes en el norte se incrementó, con el supuesto apoyo de Irán; la presencia de Al Qaeda en el centro planteó nuevas amenazas a nivel interno e internacional; las corrientes secesionistas suníes del sur no abandonaron sus causas; la corrupción rampante del Gobierno generó más inconformismo social; se agudizaron las divisiones internas en el ejército entre familiares de Saleh y otras figuras del antiguo régimen, así como las divisiones y conflictos entre diversas tribus cuyas leyes y poderío son, en muchas zonas, más importantes que las del gobierno central.

La semana pasada, ante la presencia armada de los hutíes alrededor del palacio presidencial en la capital, Saná, el presidente Hadi presentó su dimisión, convirtiendo al país en lo que muchos lo consideraban ya: un Estado fallido.

Los hutíes, una organización fundada por el clérigo Husein al Huti en 1992 y también conocida como Ansar Alá, buscan controlar el norte del país y reclaman hace más de una década mejores condiciones para la minoría zaydí (cercana al islam chiita), a la que representan. En septiembre pasado extendieron su presencia hasta la capital, con el pretexto de luchar contra la corrupción, reivindicando su derecho a integrarse en las fuerzas armadas y apareciendo como la fuerza más poderosa del país, por encima del ejército oficial.

Hoy, esta agrupación tiene en jaque la gobernabilidad de Yemen. Tanto el presidente Hadi como el jefe del Gobierno, Jaled Bahah, y siete ministros del gabinete se encuentran en una situación similar al arresto domiciliario, con sus casas asediadas por los rebeldes.

Pero no sólo los hutíes son protagonistas del conflicto. En el centro de Yemen está la rama más poderosa de Al Qaeda, llamada Al Qaeda en la Península Arábiga (AQAP), organización considerada por Washington la mayor amenaza para Occidente. AQAP existe al menos desde 2003 y, tras perpetrar una serie de atentados en Arabia Saudita, fue prácticamente desmantelada por las autoridades de Riad. Luego se reorganizó en 2006 en Yemen, desde donde planificó el fallido atentado suicida contra un avión comercial estadounidense cuando se aproximaba al aeropuerto de Detroit en 2009, entre otras acciones terroristas.

Días antes de que los hutíes forzaran la dimisión del presidente, AQAP reivindicó la masacre contra el semanario satírico francés Charlie Hebdo en París.

EE.UU. desarrolla una estrategia antiterrorista en Yemen desde 2001, especialmente mediante “ataques selectivos” con aviones no tripulados contra militantes de AQAP. Según New American Foundation, van al menos 117 ataques desde el inicio de las operaciones. La estrategia la ha desarrollado Washington con el beneplácito de sus gobiernos aliados, tanto el de Saleh como el de Hadi.

Cuando Obama impulsaba la creación de una coalición internacional para luchar contra el Estado Islámico (EI) en Irak y Siria, puso como referente su “exitosa” estrategia en Yemen y Somalia. Pero ahora que Hadi podría salir del poder en Yemen, y ante un eventual triunfo de los hutíes —que rechazan tanto a Washington como a AQAP— la estrategia estadounidense podría quedar en entredicho. De hecho, ahora que los hutíes controlan la mayoría de las fuerzas de seguridad, Washington tuvo que suspender operaciones contraterroristas.

Lo decía Jon B. Alterman, director del programa para Oriente Medio del Center for Strategic and International Studies (CSIS): los problemas de Yemen siguen a muchos años del tipo de mediación internacional y del apoyo mediante ataques teledirigidos que se están proponiendo para otros conflictos árabes. “¿Qué significa cuando un buen ejemplo de lo que los países occidentales y sus aliados han estado tratando de hacer ha degenerado en más caos?”.

No sólo a EE.UU. le preocupa Yemen. También el nuevo monarca de Arabia Saudita, Salman ben Abdelaziz, tiene los ojos puestos en su vecino. Tanto el avance de los hutíes como el de AQAP representa una amenaza para el Estado más rico y representativo del islam suní, que a través de la represión ha mantenido su estabilidad en medio de las revueltas del mundo árabe.

La frontera entre Arabia Saudita y Yemen ha sido escenario de enfrentamientos, disputas territoriales, diferentes tipos de contrabando e inmigración ilegal a través de la historia. Más recientemente, Riad se enfrentó con los hutíes en una guerra fronteriza de carácter sectario para impedir la llegada a su reino de milicias apoyadas por Irán, el Estado más representativo del islam chiita y el principal contrapeso regional de los saudíes. Ahora la monarquía busca crear una zona de seguridad en la frontera, mediante la construcción de una inmensa barrera de concreto y una billonaria cerca electrónica para separar los dos países.

No es una coincidencia, pues, que durante la visita de Obama al reino saudí tras la muerte del rey Abdalá, uno de los temas principales de la agenda entre ambas potencias aliadas haya sido la búsqueda de una forma de evitar el desgobierno total en Yemen.

 

dsalgar@elespectador.com

Por Daniel Salgar Antolínez

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