En la reelección de Barack Obama

El 6 de noviembre, el presidente de Estados Unidos se ganó el derecho a permanecer cuatro años más en la Casa Blanca, tras una campaña reñida contra el republicano Mitt Romney.

Diego Alarcón Rozo / Enviado Especial a Chicago
29 de diciembre de 2012 - 04:00 p. m.
El presidente Barack Obama repasaba cada uno de los discursos que dio antes del día de la elección./ The White House
El presidente Barack Obama repasaba cada uno de los discursos que dio antes del día de la elección./ The White House

Las proyecciones de la cadena CBS fueron el respiro que el McCormik Place Convention Center de Chicago necesitaba. Un respiro simultáneo para más de 15.000 personas que esperaban que sus votos tuvieran la fuerza suficiente para que Barack Obama no se fuera de la Casa Blanca. Era muy pronto para ellos: cuatro años de un gobierno de altos y bajos, de promesas que debían esperar, de una crisis que apareció en el mapa para reordenar el tablero y días de radicalización republicana.

Por eso cuando, en las pantallas del McCormick Place, CBS anunciaba que Obama era reelecto, la ovación salió de lo profundo del coliseo. Gritos prolongados, brazos arriba y gente que se tapaba la boca con las manos porque era impresionante, y luego se secaban los ojos entre abrazos. El miedo a la derrota se fue. Ya no había que preocuparse más, ya estaban garantizados los 270 votos electorales de rigor y ya, así los conteos de la Florida, Virginia y Ohio estuvieran avanzando sin arrojar conclusiones, Mitt Romney estaba derrotado y debía reconocerlo.

Fue el descanso para un día de agitación, para una campaña marcada por las soluciones para la crisis. Las encuestas estaban ligeramente inclinadas hacia el presidente, pero la cercanía —incluso el liderazgo transitorio en estados claves— de Romney dejaba un espacio más que moderado para el optimismo. Esas mismas pantallas, en la víspera, reprodujeron al máximo los anuncios televisivos de Obama, el mensaje de continuidad y un contagioso “let´s go change the world” (vamos a cambiar el mundo) que se escuchaba cada tanto en la voz del presidente, como la continuidad del camino trazado en 2008. Anuncios había de sobra después de que entre las dos campañas se invirtieran más de US$800.000 millones sólo en televisión, porque en Estados Unidos es lo que más importa. Las campañas se viven desde casa, sin demasiados avisos en las calles o en la web, sin concentraciones colosales de personas. Veías tu programa favorito y los comerciales eran Obama/Romney/Obama/Romney/Romney/Obama o todas las mezclas posibles, en un monólogo cíclico que en los últimos días de la campaña se tornaba agobiante para el televidente y fructífero para las estaciones de televisión. Para ellos, las campañas electorales son como la Navidad en los centros comerciales.

Obama tardó un poco en salir, quizá esperando a que el escrutinio avanzara, o quizá dando pie a que Romney, quien no perdía las esperanzas de repuntar, rindiera su discurso de reconocimiento al presidente siguiendo el código de honor. Se tardó, pero los asistentes al McCormik Place no tenían mucha prisa. Aplaudían, conversaban, esperaban.

El presidente salió al estrado junto a su familia y para entonces todavía no era conocido que la victoria había sido contundente como al final fue con 332 votos electorales contra 206 de su rival. Ya había pasado la medianoche y era 7 de noviembre. Obama entonces dedicó el triunfo a su esposa, Michelle, y a todos los votantes y prometió lo mejor de su voluntad para conducir el país. El frío del invierno que llegaba se sintió fuerte esa madrugada, cuando los cerca de 2.000 periodistas que asistían al McCormik Place comenzaron a salir tras enviar los primeros reportes. La noche de elección terminaba, pero el trabajo debía seguir por unos días más.

Por Diego Alarcón Rozo / Enviado Especial a Chicago

Temas recomendados:

 

Sin comentarios aún. Suscribete e inicia la conversación
Este portal es propiedad de Comunican S.A. y utiliza cookies. Si continúas navegando, consideramos que aceptas su uso, de acuerdo con esta política.
Aceptar