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Reforma constitucional en Francia para la lucha antiterrorista

Intentar acabar con el Estado Islámico por la vía militar llevará inevitablemente a un fracaso. Se deben erradicar las razones de su existencia.

Massimo di Ricco*
17 de noviembre de 2015 - 03:43 a. m.

Pocas horas antes de las horribles masacres en el centro de París, altos mandos del ejército norteamericano estaban celebrando la eliminación física de Mohammed Emwazi, alias Jihadi Jhon, el verdugo y degollador de los extranjeros en Siria. El londinense Emwazi, graduado de la Universidad de Westminster y convertido en brazo armado de la propaganda del ISIS, había sido alcanzado por un misil mientras se desplazaba en carro por las calles de Raqqa.

Las familias de sus víctimas declararon haber sentido cierto alivio momentáneo, que pronto dejó espacio a la frustración de no poderlo ver en una aula de tribunal y hacerle sentir todo el peso del Estado de derecho. Una victoria pírrica, porque hay serias dudas de que el asesinato selectivo de Emwazi, así como las campañas de bombardeos del último año, hayan afectado de alguna forma la estructura del Estado Islámico.

La sucesión de eventos de las últimas semanas, en los que hay que incluir el atentado contra el avión ruso en Egipto y las bombas en Beirut y Ankara, deben llevar a unos cambios radicales en la postura de la comunidad internacional contra el Estado Islámico y que necesita primero voluntad política. Si realmente existe esta voluntad, tiene que ser una respuesta amplia que intente acabar con las condiciones de su existencia a largo plazo, tanto en la región como en el ámbito global.

En este proceso hay que desconfiar de los que definen al ISIS como el mal absoluto y lo comparan con lo que vivieron nuestros antepasados frente al nazismo. Al Baghdadi no es Hitler y tampoco estamos a las puertas de la tercera guerra mundial, porque el EI es un proto-Estado que está largamente rechazado por más del 99,9% de la población mundial. Lo que ocurre es que cuando las bombas estallan en las capitales de occidente se acciona inconscientemente un uso selectivo de la memoria, efecto directo del terror, y se olvidan los más de 190 muertos en la estación de Atocha en Madrid en 2004, los ataques de 2005 en Londres o la cantidad infinita de ataques terroristas de los años setenta y ochenta. Atentados que fuera del continente europeo resultan en muchos lugares bastante comunes, aunque no capturen la atención.

Jugar a definir el Estado Islámico como el mal absoluto y apresurarse a considerar únicamente la solución militar sólo sirve a los intereses de quien quiere más guerra y más extremismo. El último “mal absoluto”, Al Qaeda, no fue derribado por una proclamada política de guerra al terror que lleva ya casi 15 años. Al Qaeda está debilitado, pero simplemente porque fue reemplazado por algo más atractivo y violento: el ISIS, que de hecho era la rama de Al Qaeda en Irak.

La respuesta tiene que mirar las causas del terror y apuntar a resolver la relación entre autoritarismo y extremismo: o sea, acabar con el apoyo a los gobiernos autoritarios en la región. Asumir una postura de aislamiento frente a Arabia Saudita, verdadero promotor internacional de la ideología del ISIS, y hacia las monarquías del golfo, que siguen financiando directamente o indirectamente la inestabilidad y la violencia en la región. Mismas medidas con Egipto. ¿Cuál es el mensaje que se manda a la población egipcia o al mundo entero cuando el golpista Al Sisi es recibido con todos los honores por el gobierno inglés, olvidando los más de 800 muertos de Rabaa y los centenares de activistas que están en sus cárceles?

También hay que buscar una solución sostenible para Siria, donde se juzguen los que se mancharon de crímenes de lesa humanidad, así como apuntarle a una solución justa y definitiva al conflicto en Palestina. Existe una doble moral de complicidad histórica de las grandes potencias mundiales con los gobiernos autoritarios de la región y sus prácticas nefastas que se constituyen como una de las principales causas de frustración, impotencia y alistamiento de los jóvenes musulmanes en grupos yihadistas.

Desafortunadamente es difícil ser optimista y pensar que las potencias involucradas abandonen sus intereses estratégicos y hagan un mea culpa de los errores que cometieron en fomentar esta máquina de terror. También porque, como afirma un recién informe de Transparencia Internacional, los que más han propiciado la corrupción y la inestabilidad en la región a través del negocio indiscriminado de armas han sido las principales potencias mundiales: Estados Unidos, Rusia, Alemania, Gran Bretaña, Francia y Canadá. Es inútil por todas estas razones sorprenderse frente a los ataques de París.

El problema también es, evidentemente, de las sociedades occidentales, si una pequeña minoría de sus ciudadanos se unen al ISIS, así como muestran las primeras investigaciones sobre los autores de los atentados de París. Otro problema de las sociedades occidentales es simbolizado por la solidaridad selectiva que expresa hacia “sus” víctimas y el escaso interés hacia las que son las primeras víctimas de las barbaridades del enemigo común: sean libaneses, árabes, musulmanes, chiítas, sunitas, yazidis, cristianos, kurdos, sirios o iraquíes. Los atentados del viernes en París, el día siguiente a parecidas atrocidades en Beirut, han desatado un debate moral necesario sobre esta solidaridad selectiva de la que están empapadas las sociedades occidentales, síntoma de un sentimiento de superioridad y de la existencia de víctimas de primera y segunda clases. El debate tiene que alcanzar niveles más profundos para llevar a una necesaria reflexión sobre una postura protocolonial que sólo provoca indignación, frustración y división.

Hace pocas semanas The New York Times preguntaba a sus lectores, a través de un sondeo en Twitter, si teniendo la posibilidad hubieran matado al niño Hitler. Podríamos proponer hoy la misma pregunta reemplazando Hitler con Jihadi John o con Al Baghdadi. Pero, aunque probablemente no tendría tanto éxito, sería más útil preguntarse ¿Por qué siguen existiendo las condiciones para el surgimiento de monstruos como el Estado Islámico y dónde han fracasado las sociedades occidentales si siguen criando en sus entrañas a varios Jihadi John que desprecian todo tipo de vida humana?

* * *

La investigación y reacciones

Redadas en Bruselas
La policía de Bélgica, en donde, según las investigaciones, se organizaron los atentados de París, hizo una redada en Bruselas en busca de Salah Abdeslam, cerebro de los ataques. Su hermano Ibrahim se suicidó en uno de ellos.

Otros terroristas
Cinco de los siete yihadistas suicidas que participaron en los atentados fueron identificados. En la investigación, 23 personas han sido detenidas, 31 armas incautadas y se han hecho 104 arrestos domiciliarios y 168 registros.

Guerra cibernética
Anonymous, la mayor red de “hackers” del mundo, declaró la guerra cibernética al Estado Islámico en “la mayor operación jamás vista”, según consta en un video difundido en internet. “Los ataques en París no quedarán impunes”, dicen.

Refugiados
El presidente de EE. UU., Barack Obama, recordó en la Cumbre del G20 en Turquía que los refugiados huyen del terrorismo y que, pese a la necesidad de controles de seguridad, no se pueden usar criterios religiosos para admitirlos o no.

Ataque en Siria
Francia ya inició una intensa ofensiva de bombardeos sobre la ciudad siria de Raqa, la autoproclamada capital del Estado Islámico (EI). Lanzó una veintena de bombas desde diez cazas, en el ataque de mayor envergadura de los últimos días.

*Doctor en Estudios Mediterráneos y docente de la Universidad del Norte

Por Massimo di Ricco*

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