Refugiados ahogan a Hungría

Cinco centros les acogerán hasta que sus peticiones de asilo sean respondidas, mientras este país levanta una valla fronteriza para detenerlos.

BELÉN DOMÍNGUEZ
30 de agosto de 2015 - 07:52 p. m.
Migrantes en el cruce fronterizo entre Serbia y Hungría. / EFE
Migrantes en el cruce fronterizo entre Serbia y Hungría. / EFE

El principal centro de registro de migrantes de Hungría estaba “desbordado”, según Acnur, la agencia de la ONU de ayuda a los refugiados. El campo, que tiene capacidad para unas 1.000 personas, había superado ya las 3.000, tras la llegada masiva de los últimos días, sobre todo de refugiados sirios. Las autoridades húngaras han inundado el recinto con unas 200 tiendas de campaña militares –características por sus dimensiones y su color verde– con capacidad para diez camas cada una, que ayer levantaron un grupo de presos húngaros vigilados por la policía. En ellas, los recién llegados que soliciten asilo no podrán pasar, por ley, más de 36 horas antes de ser trasladados a cinco campos de refugiados repartidos por todo el país. Allí esperarán a que la Administración húngara conteste a sus peticiones de asilo.

En la tarde del jueves, diez camiones del Ejército ya habían llegado a la zona fronteriza entre Hungría y Serbia por donde había entrado horas antes la oleada de migrantes, cerca de la ciudad de Röszke. Se sumaban a los agentes de policía que, con la ayuda de un helicóptero, tratan de sellar el paso. Una valla, repleta de cuchillas y de metro y medio de alto, está desplegada a lo largo de los 175 kilómetros de frontera con Serbia, pero aún existen reductos, como el de Röszke, que permanecen abiertos por obstáculos como las vías del tren. El Gobierno del ultraconservador Víktor Orban, no obstante, quiere acelerar la construcción y cerrar la frontera completamente a final de semana.

El sol apretaba fuertemente en esta estepa fronteriza rodeada de los campos de maíz que están dando de comer estos días a los migrantes. Muchos de ellos, una vez habían conseguido dar el salto desde Serbia, tuvieron que esperar durante horas bajo ese sol abrasador antes de ser trasladados al centro de registro. Sin agua y sin comida, ancianos y bebés se refugiaban bajo unos rústicos toldos improvisados con palos, ramas secas y pañuelos de mujer.

“¿Cuándo viene la policía?”, chillaba sin cesar una joven siria. Estaba tumbada en el suelo, a la sombra de uno de los coches de la prensa internacional. “Mi pierna ya no se mueve, llevo caminando más de 24 horas”, lamentaba entre llantos de desesperación. Las lágrimas quedaban marcadas en su cara por el barro y el polvo acumulado después de más de un mes de travesía. “En diez minutos vendrá el autobús”, contestaba impasible uno de los pocos agentes que vigilaban la zona. El autocar tardó más de tres horas.

Ya a las afueras del centro de registro de Röszke, donde no cabía ni un alfiler, una ciudadana alemana que prefiere no dar su nombre –“por seguridad”– esperaba a un amigo sirio. “Hace dos días que no sé nada de él y he decidido venir conduciendo para llevármelo conmigo”, explicaba. Ayer no le dejaron entrar al centro.

Unas 700 personas que durante los últimos días habían cruzado ilegalmente la frontera con Serbia fueron trasladadas ayer desde el centro de registro hasta la estación de tren de Szeged, a 15 kilómetros de distancia. Allí, las autoridades magiares fletaron un tren de refugiados que serán repartidos en cinco centros. “Allí esperarán al asilo. Cuando lo obtengan, se podrán ir a donde quieran”, explica la voluntaria Petra Pomázi. Muchos de ellos, sin embargo, creen que el período de espera se alargará durante más de un año y no están dispuestos a esperar.

Justo antes de entrar al tren, una veintena de voluntarios de una ONG local repartían un sándwich y una botella de agua por persona. La organización también ha levantado una cabaña de madera donde los inmigrantes y refugiados pueden acceder a Internet y cargar sus móviles. Como M., que no quiere dar su nombre completo para que en su siguiente destino no le reconozcan. Es de Bangladesh y, aunque tiene 30 años, a la policía le ha dicho que nació en 1998. Ha dejado a sus ocho hermanos en el país asiático y, tras ocho meses de tránsito por Irán, Turquía, Grecia, Macedonia y Serbia, al fin ha llegado a la Unión Europea. Ayer por la mañana se sentía “muy contento”, no solo porque por fin pudo asearse en unas fuentes móviles que los voluntarios han instalado fuera de la estación de Szeged, sino porque su móvil ha conseguido conectarse por primera vez a internet y piensa que pronto podrá comunicarse con sus amigos. “Me esperan en Nápoles”, dijo.

Recelos de los lugareños

La masiva llegada de inmigrantes y refugiados también despierta recelos entre los húngaros. “Estoy de acuerdo en que busquen una mejor vida, pero no aquí, no de esta manera”, declaraba Érika, de 28 años y trabajadora en una cafetería cercana a la estación. Los sirios que huyen de la guerra son mejor aceptados en general que los llegados de Eritrea, Somalia, Sudán, Irak, Pakistán, Bangladesh o, incluso, Afganistán. “En esos sitios no hay guerra. Vienen a quitarnos nuestra seguridad social”, afirmaba Zsolt Dobi, de 42 años, rapado y de ojos azules, miembro de Jobbik, partido ultraderechista y socio de Gobierno del primer ministro Víktor Orban. Un grupo de afganos insistía: “Huimos de los talibanes. No son buenos”.

Dobi dijo sentirse “un turista” en su propio país. “Europa es cristiana y al final nos invaden los musulmanes”, sentenció. “¿Por qué tienen que venir por aquí? La valla de espino debería ser mejor y mucho más grande”, añadía. “Hay que sacar al Ejercito y llevar a gente armada para que amenacen, sin disparar, a todo el que quiera entrar en Hungría”, susurraba en una esquina de la estación.

 

Por BELÉN DOMÍNGUEZ

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