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La resistencia de los refugiados en Europa

El movimiento de protesta exige desde hace tres años una política de inmigración más humana e incluyente. Con la reforma en la ley de asilo, el gobierno alemán acelera las deportaciones sin notificación previa.

Vanessa Castro
06 de noviembre de 2015 - 11:55 p. m.

En el frío invierno de 2012, Mohammad Rahsepar se suicidó en un centro de acogida para refugiados en Würzburg, al sur de Alemania. Era oficial de policía en Irán hasta que rechazó un comando. Fue torturado por el régimen islámico, logró escapar y buscó asilo en Alemania, pero su solicitud fue denegada. Iba a ser deportado. Su muerte y otras anteriores motivaron a sus compañeros a levantar tiendas de campaña en el centro de Würzburg e iniciar una huelga de hambre. Las dos acciones de protesta se extendieron a otras nueve ciudades. En septiembre de ese mismo año, cientos de solicitantes de asilo caminaron durante cuatro semanas desde el sur del país hasta Berlín para exigir la abolición de las deportaciones y los Lager, centros de internamiento para extranjeros, custodiados por la Policía, ubicados en las periferias de las ciudades. Reclamaban el derecho a la educación y al trabajo y la eliminación de la ley de residencia obligatoria que les prohibía desplazarse libremente de una ciudad a otra.

Así inició la historia reciente del movimiento de protesta de los refugiados que se ha expandido por Alemania y que demanda una política de inclusión más que de asistencialismo. Los activistas se han manifestado recientemente para rechazar la nueva normativa de asilo que entró en vigor la semana anterior. Con la reforma, el gobierno alemán deportará más rápido y sin aviso previo a las personas cuya solicitud sea denegada. El verano europeo finalizaba con la imagen de una Angela Merkel solidaria y empática que se tomaba selfies con los refugiados sirios y les abría las fronteras omitiendo el tratado de Dublín.

Desde entonces, miles de personas han emprendido su viaje por la ruta de los Balcanes, pero no todos podrán quedarse en territorio alemán. La administración clasifica a los que llegan en "refugiados económicos" y "refugiados de guerra", siguiendo una lista de "Estados seguros", en la que incluyen a países como Serbia, Bosnia, Macedonia, Albania, Kosovo y estados de África. Los que provengan de estas zonas tienen menos posibilidades de recibir el derecho al asilo y no se les otorgará permiso de trabajo. En cambio, el trámite será más ágil para quienes lleguen de zonas reconocidas de guerra como Siria, según lo ha anunciado el gobierno. Sin embargo, en muchas de estas áreas poblaciones como los Sinti y Roma son discriminados y perseguidos.

En las calles el país se divide entre la solidaridad y la xenofobia. El discurso político cataloga a los refugiados entre "buenos y malos", y hace énfasis que aquellos que lleguen por motivos económicos no tienen el derecho a quedarse. Esta situación es utilizada por políticos y movimientos de ultraderecha. En Dresde, al este de Alemania, una ciudad con pocos inmigrantes el movimiento xenófobo pegida infunde el miedo hacia los refugiados y pide deportaciones masivas. Sus seguidores creen que los refugiados van a quitarles su trabajo y que el sistema económico va a colapsar. La realidad es otra, a menudo pasa mucho tiempo antes de que un refugiado pueda obtener un permiso de trabajo y la ayuda económica que reciben está por debajo del nivel de subsistencia en Alemania, a partir de 2016, 670 euros al mes, pero con la nueva ley recibirán esta ayuda en más bonos o alimentos que en dinero.

La espera

“Decidimos dejar el sistema del Lager atrás y rompimos las barreras”, recuerda Adam Bahar, esbozando una sonrisa. Este activista de 32 años era estudiante de economía cuando tuvo que huir de Darfur, Sudán, en 2008 al ser perseguido por el régimen de Omar al Bashir. Había vivido tres meses en un centro de acogida para extranjeros cuando decidió unirse a la marcha en 2012. Al llegar a Berlín los refugiados levantaron un largo campamento de protesta en la Plaza Oranienplatz, en Kreuzberg, un distrito central de la capital. Pronto despertaron el interés y el apoyo de ciudadanos y de organizaciones benéficas. “El campamento se convirtió en un símbolo de nuestro movimiento”, asegura Adam. “Los solicitantes de asilo en Alemania han sido forzados a permanecer en campos o edificios aislados de la sociedad, en condiciones de vida inhumanas, a veces hasta ocho personas viviendo en un cuarto. Tener nuestro propio lugar dentro de la ciudad fue esencial para crear conciencia sobre nuestra situación. El sistema capitalista sólo lo recuerda cuando usted está visible”, afirma.

Desde el campamento y en una escuela abandonada en el mismo sector organizaron acciones de desobediencia civil, conferencias, clases de alemán y talleres de arte. Ambos espacios fueron desalojados. Hoy sólo queda una carpa en la plaza que sirve como punto de información de las actividades a realizar, pero Kreuzberg sigue siendo escenario de la resistencia. “Esperar y esperar por una respuesta de asilo es normal en Alemania y mientras tanto no tienes derecho a trabajar o estudiar, solo dormir, comer y recibir atención médica, conozco gente que vive en esta situación por años, decidimos no esperar, sino luchar por nuestros derechos.”, asegura Turgay Ulu, activista.

En la Oficina para solicitar asilo en Berlín la situación es cada vez más difícil. Desde hace dos meses entre 300 y 500 personas acuden al edificio para registrarse. Algunas viajaron desde Afganistán, Siria e Irak por la ruta de los balcanes, superaron las barreras en Hungría y caminaron cientos de kilometros desde Austria. Lucen exhaustos, unos se quedan dormidos en la larga fila y a muchos no les apetece ni comer. Quieren que su número aparezca en pantalla, pero hay pocos funcionarios. Una familia de Kobane se queja por el tiempo que llevan esperando. “Venimos desde hace cuatro días y aún no tenemos suerte”, dice el padre, acompañado de su mujer y su hijo de 14 años.

Los refugiados deben aguardar varios días en el frío y la lluvia hasta obtener los primeros documentos para recibir atención médica y alojamiento. Dos hombres llegaron a tal punto de desesperación que amenazaron con tirarse del décimo piso. Familias enteras acampan en los jardines del edificio. Otros duermen en parques cercanos, en campamentos temporales afuera de la ciudad o con familiares en apartamentos hacinados. Cuando obtienen el número de registro algunas personas son enviadas a hostales, pero en ocasiones son rechazados por los retrasos de la administración en el pago de las cuotas. Voluntarios de Moabit Hilf (Moabit Ayuda) y otras organizaciones sociales se han echado al hombro el trabajo que la burocracia hace más lento. Durante estos meses cientos de alemanes se han integrado solidariamente a esta iniciativa, informan a los recién llegados, coordinan la atención médica, la alimentación, el transporte y los alojamientos temporales.

Después de registrarse ante la autoridad administrativa los solicitantes de asilo son enviados a centros iniciales de acogida, donde funcionarios de la Oficina de Migración y Refugiados determinan si cumplen los requisitos para recibir asilo, de lo contrario son deportados. El plazo para vivir en un centro de acogida son tres meses, pero el trámite puede tardar años. Con la nueva modificación en la ley deberán permanecer allí hasta que la administración decida sobre su petición. Los que pasan el trámite inicial son distribuidos a diferentes ciudades, según la cuota del programa de asilo. Si la solicitud es aceptada reciben un permiso de residencia por tres años y los derechos del ciudadano europeo. Alemania es el estado de la UE que ha acogido más solicitudes de asilo en la guerra de Siria.

A finales de 2015 el gobierno espera recibir más de 800.000 solicitudes. Adam Bahar ha obtenido la residencia después de tres años. Para él esto no es sólo un problema de Alemania, sino de todo Europa. “Es una ley estúpida”, reacciona, refiriéndose al tratado de Dublín, que estipula que el primer país al que lleguen los refugiados debe ser el encargado de tramitar la solicitud de asilo. Así áreas limítrofes con menos capacidad como Grecia e Italia están desbordados para tramitar un correcto procedimiento, poniendo en riesgo de deportación a personas que están en peligro. “Si pudiera iría a Gran Bretaña, yo conozco el idioma y sería bueno para mí y para Europa, no tendrían que invertir dinero en cursos de idioma, sería más fácil integrarme a la sociedad”.

La marcha continúa. Cuando Hungría suspendió el servicio de los trenes en Keleti, los refugiados recorrieron a pie miles de kilómetros para llegar a Alemania, otros están en camino desde nuevas rutas como Croacia o Eslovenia. Su determinación por una mejor vida sobrepasa los controles, tal como lo hicieron los refugiados del movimiento de protesta en 2012. Desde Europa construyen obstáculos para frenarlos, el más reciente la valla de Australia, en la frontera con Eslovenia.

Por Vanessa Castro

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