Retos para el año que comienza en América Latina

El crecimiento político del continente es notable y hoy la región tiene más peso internacional que nunca.

Miguel Ángel Bastenier / Especial de ‘El País’
01 de enero de 2013 - 04:01 p. m.
El vicepresidente venezolano, Nicolás Maduro, deberá manejar la incertidumbre política que genera la enfermedad del presidente Hugo Chávez. / AFP
El vicepresidente venezolano, Nicolás Maduro, deberá manejar la incertidumbre política que genera la enfermedad del presidente Hugo Chávez. / AFP

Los periódicos suelen estar abarrotados de acontecimientos singulares, que con la hipérbole natural de quien cree que lo que hace cuenta, se califican de lo-que-sea del año, de la década o aún del siglo. Pero 2012, no queda mal clasificado en ese cuadro de honor o de horror, en lo que respecta a América Latina.

El crecimiento político del continente iberoamericano viene siendo notable ya desde hace algún tiempo. Hoy pesa más internacionalmente que en cualquier momento de su historia desde las independencias, a comienzos del siglo XIX, para acá; existe incluso como embrión de bloque, en cuyo interior se establecen agrupamientos y jerarquías, como en la Westfalia de 1648, lo que no es incompatible con que esté fuertemente dividido, porque menudean tanto iniciativas como potencias que aspiran a sacar partido de las mismas.

El año que comienza es aquél en que el chavismo, una de las dos grandes apuestas de poder político latinoamericanas, se juega el ser o no ser. Con el presidente Chávez al frente si, como porfían sus fervorosos partidarios, logra vencer el cáncer que lo aqueja o entregándose a un sucesor, por el momento el vicepresidente Nicolás Maduro, que habría de crecer mucho para compararse en atractivo popular al inventor del populismo llamado socialismo del siglo XXI. Weber ya es un lugar común cuando habla del poder carismático, un ungimiento que no se transmite por ósmosis de líder a delfín, pero que, como señala el analista colombiano León Valencia, sí consiente la transmisión de chequera y de todos los recursos del Estado. Quien suceda a Chávez dispondrá de todo el chavismo para mantenerse, al menos inicialmente, como gobernante.

La segunda —o primera— alternativa de poder la encarna la presidenta brasileña Dilma Rousseff, que es, aun con toda la corruptela heredada, algo más que la designada de Lula; una socialdemocracia, la suya, lo bastante difusa y educada como para que se sienta cómodo en su espacio casi todo el mundo, desde el PRI del presidente mexicano, Enrique Peña Nieto, hasta el poder chileno que se renovará en 2013 con la expectativa de victoria de una segunda —o primera— Dilma, como es la expresidenta Michelle Bachelet, pasando por instancias intermedias como el exindigenista Ollanta Humala, en Perú.

Paralelamente, en 2012, el presidente colombiano Juan Manuel Santos se sentó a jugar la partida a la que parecen estar obligados todos los recientes mandatarios del país: el proceso de paz con las FARC, que no debería demorarse más allá de noviembre de 2013. Una Colombia que dejará atrás la onerosa hipoteca de la narcosubversión se convertiría en un actor a parte entera en ese equilibrio de fuerzas latinoamericano, y si el lugar de Bogotá ha de estar necesariamente más cerca de Brasilia que de Caracas, la ambición del presidente, centro-derecha modernizadora, aspiraría a hacer de su país el mediador universal americano.

El movimiento que augura, con todo, mayores consecuencias es el regreso de México a América Latina. Tras el ensimismamiento de los dos últimos sexenios en el combate contra la droga, al que ha contribuido mucho menos de lo esperado Estados Unidos, la gran nación mexicana quiere figurar de manera prominente en ese plan westfaliano. Y uno de los instrumentos con los que cuenta para ello es la Alianza del Pacífico, signada en junio pasado en el desierto de Atacama, que une a México, Colombia, Perú y Chile, todos ellos países firmantes de tratados de libre comercio con Estados Unidos, más Costa Rica y Panamá de observadores.

La Alianza exhibe una vocación congregadora que, dentro del formato democrático convencional, podría ser alternativa dentro de la alternativa brasileña. México sería así el imán castellanohablante de una organización que propugna la integración económica tanto como su inevitable rival, Mercosur; se blinda de proteccionismo entre Argentina y Brasil, e igualmente querría demostrar mayor eficacia en la integración política que Unasur, otra creación del gigante de Brasilia, que transita sin definición conocida.

¿Y qué decir de Argentina? La presidenta Cristina Fernández, aspirante a fundadora del cristinismo peronista, se embelesa de antiimperialismo a lo Chávez, mientras que, como asegura Morales Solá en La Nación, ambicionaría reconstruir la relación con el presidente Barack Obama. Para ello, tendría que prescindir, sin embargo, de hacer gracias, como cuando ante un auditorio en Harvard dijo que en Estados Unidos no podía haber golpes de Estado, porque no había Embajada americana. 2012 ha sido, por todo ello, un laboratorio de futuro. Pero la composición del precipitado resultante no se conoce todavía.

Por Miguel Ángel Bastenier / Especial de ‘El País’

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