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Rusia, la piedra en el zapato

El gobierno de Putin entregará un escudo antimisiles para la defensa del régimen de Damasco, una decisión que va contra los intereses de la Unión Europea y EE.UU.

Víctor de Currea-Lugo*
29 de mayo de 2013 - 10:00 p. m.

El ajedrez de Oriente Medio repite un libreto que algunos creyeron olvidado: el de la Guerra Fría. Los Estados Unidos y la Unión Europea incrementan, esta vez haciéndolo público, su apoyo a los rebeldes sirios, apoyo al que se suman otros países como Qatar, Kuwait y Arabia Saudita, aunque no tengan una agenda homogénea sobre Siria. Los antecedentes son conocidos: desde el suministro de limitados pertrechos de guerra a los rebeldes (incluyendo equipos de comunicación), hasta el despliegue militar en la frontera turco-siria, a nombre de la OTAN.

Por otro lado, luego de mostrar cierta debilidad militar, el régimen sirio recupera terreno con cuatro estrategias: los grupos paramilitares (los “shabiha”), el creciente apoyo de combatientes de Hizbolá que han cruzado la frontera con Líbano para apoyar a Al Asad, la presencia militar de combatientes de la Guardia Revolucionaria de Irán y el uso de armas químicas.

Un quinto elemento aparece precisamente como respuesta a la suspensión europea del embargo de armas a favor de los rebeldes: la declaración rusa de apoyar con un sistema antimisiles a Siria, para que ésta pueda defenderse de una potencial agresión internacional.

La Unión Europea, definida como un gigante económico y un enano político, ya no es el gigante económico que presumía ser y su oferta militar internacional sigue atada al marco de la OTAN. La política exterior europea continúa enredada en dos grandes obstáculos: la prioridad de resolver sus crisis internas antes que volcarse a solucionar problemas ajenos, y el consenso como forma de tomar decisiones. Esto último hace que se necesite del permiso de 27 países antes de dar un paso, lo que la hace un elefante con reumatismo.

Rusia dejó atrás su pasado comunista, pero no sus ilusiones de ser un actor relevante en la política exterior. Junto con China, se ha opuesto a las acciones militares de Occidente en Kosovo (1999) y en Irak (2003). Aunque se abstuvo de rechazar la acción militar internacional en Libia, ahora sí hace frente a las amenazas sobre Siria.

La agenda rusa está determinada por un concepto de soberanía más férreo (con el que se protege de las críticas sobre sus crisis interna en Chechenia), una vieja relación política y militar con el régimen de Siria (relevante comprador de armamento ruso) y el temor a que el avance de Occidente sea sólo una fase en su intento por controlar Irán, socio importante para Rusia.

La posición rusa tiene como elemento central su rechazo a un modelo internacional unilateral, por eso le resulta relativamente fácil ganar el apoyo chino. La política exterior de Obama no ha logrado ofrecer un espacio convincente a Rusia en la solución del caso sirio.

Más que lo que Rusia dice, cuenta lo que Europa calla; un silencio que refleja que otra vez su política exterior va a depender más de aliados externos (como los Estados Unidos y eventualmente Israel) antes que de una política exterior propia y definida.

Este vacío europeo contrasta con una política exterior rusa que no es timorata. Rusia trata de jugar un papel de contrapoder en Oriente Medio, como ya lo hace China en África. El desgaste del argumento de la “lucha contra el terror” para legitimar la pretensión hegemónica de los EE.UU. libera a la comunidad internacional del juego estadounidense.

La excusa de lo “humanitario” elevada por Europa a veces es tan cínica como la de la “soberanía” defendida por Rusia. El problema es que en ambos discursos hay un actor ausente: el pueblo sirio, que es el que pone los muertos.

 

Por Víctor de Currea-Lugo*

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