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Schengen: ajedrez europeo con caballo griego

El inesperado alcance de la crisis migratoria, que presiona las fronteras de la UE, y las amenazas terroristas han minado uno de los pilares de la construcción europea. ¿Por qué?

Juan Carlos Rincón
27 de marzo de 2016 - 02:00 a. m.

Las fronteras que la Unión Europea siempre quiso abolir y había suprimido físicamente desde 2004 entre la mayoría de sus estados miembros, han sido restablecidas por un 30 % de ellos, incluyendo tres de sus seis miembros fundadores: Alemania, Bélgica y Francia. Nueve países reinstauraron excepcionalmente los controles y tres más adoptaron medidas de inspección y estudian otras.

Luego de los atentados en Bruselas el martes, es previsible que habrá aún más controles fronterizos e internos, y que además el Sistema de Información de Schengen, que almacena las alertas y el fichero policial de personas para garantizar la seguridad, estará en alerta máxima.

Los pesimistas ya hablan del principio del fin de Schengen y la jefa de la diplomacia europea, Federica Mogherini, advirtió en noviembre que la Unión corre el riesgo de desintegrarse si no adopta mecanismos supranacionales para solucionar la crisis de los refugiados.

El empuje mayúsculo de la crisis migratoria y los ataques mortales del autodenominado Estado Islámico el pasado 13 de noviembre en París y esta semana en Bruselas, han llevado a “poner en jaque” uno de los principios fundamentales de la ciudadanía europea: la libre circulación de personas.

Cifras de Frontex (la agencia de gestión de fronteras externas de la Unión Europea) y de Acnur (el Alto Comisionado de Naciones Unidas para los Refugiados) coinciden en estimar que más de un millón de refugiados ingresaron a la UE en 2015 provenientes de Oriente Medio y África y cerca de 200 mil en lo que va de 2016, la mayoría a través de Grecia y la llamada “ruta de los Balcanes”.

Las crisis migratorias no son ajenas a Europa, que las ha sufrido por partida doble. En sus épocas de hambruna, guerras internas, posconflictos o depresión económica, sus ciudadanos emigraron buscando mejores horizontes en otros continentes, principalmente América y África. Debido a las mismas circunstancias trágicas, desde hace dos décadas ciudadanos de África, Medio Oriente y Asia se agolpan a las puertas del bienestar económico y el desarrollo de la Unión Europea, buscando ventura, desahogo y paz.

Las anteriores crisis migratorias en la Unión Europea, que este corresponsal ha seguido en el continente desde 1989, también se produjeron por conflictos (disolución de la ex Yugoslavia, Kosovo, Albania, Kurdistán, Afganistán, Irak, Irán, Palestina, Somalia, Libia, entre otras). La diferencia es que no alcanzaron el nivel generado por la guerra civil en Siria, hasta ahora la peor del siglo XXI.

Según Acnur, los combates han dejado más de 4 millones de refugiados desde el año 2011. A su vez, esta crisis migratoria y además humanitaria, es la mayor que enfrenta Europa después de la segunda guerra mundial, según ha dicho la propia Comisión Europea.

El caos surgió al confluir un inusitado aumento de desplazados, refugiados, desplazados, solicitantes de asilo y los llamados “migrantes económicos” provenientes de Oriente Medio, África, el sudeste asiático y los Balcanes (principalmente desde Siria, Afganistán, Irak, Libia y Somalia) que intentan llegar a los países de la UE a través del Mediterráneo (Italia y Grecia) y el sudeste de Europa.

Disyuntiva condicional

La imposibilidad de controlar eficientemente los inusitados flujos migratorios que sueñan con llegar a Europa Central y del Norte llevó a nueve países de los 26 que conforman el espacio Schengen a reintroducir excepcionalmente los controles limítrofes y al interior de sus fronteras: Dinamarca, Alemania, Francia, Hungría, Austria, Eslovaquia, Suecia, Noruega y Bélgica.

A su vez, la República Checa reforzó las medidas en su frontera con Austria; Holanda incrementó los patrullajes fronterizos; Polonia restablecería temporalmente los controles de sus fronteras por razones de seguridad, y Bulgaria, que no es miembro de Schengen pero sí de la Unión Europea, puso en estado de alerta sus fronteras y prepara el cierre ante el temor de una oleada de refugiados provenientes de Grecia.

De hecho, los controles de Schengen deberían extenderse en 2016 si no hay otras crisis o factores mayores, como nuevos ataques terroristas, un aumento aún mayor de los flujos de refugiados o el fracaso del plan adoptado hace unas semanas por los estados miembros en asocio con Turquía, que prevé recibir un refugiado en suelo europeo por cada migrante expulsado hacia Turquía desde Grecia o los campamentos fronterizos en Macedonia, Hungría, Croacia, Serbia y Eslovenia (ver tope de página).

Es una muy mala señal para Europa y la primera vez que esta coyuntura ocurre desde la puesta en vigencia del Acuerdo de Schengen el 26 de marzo de 1995.

En los primeros días de aplicación del plan de repatriación se han incrementado las llegadas de refugiados a Grecia, a razón de más de 300 diarios, y se sabe que en suelo helénico y en sus cientos de islas están varados más de 600 mil refugiados.

Es una prueba de fuego para la UE y para Schengen, máxime cuando la Comisión Europea ha dado un ultimátum a Grecia hasta el 12 de mayo para que controle eficientemente sus fronteras o de lo contrario podría ser suspendida dos años del espacio Schengen, caso único pero considerado en el artículo 26 del acuerdo.

La normativa de Schengen contempla además la posibilidad, como último recurso, de ampliar los controles temporales en las fronteras interiores hasta un máximo de dos años cuando se detecten “deficiencias graves persistentes” en la gestión de las fronteras exteriores de un país miembro que pongan en riesgo el funcionamiento del área de libre circulación.

Grecia es límite exterior de la Unión Europea y miembro del espacio Schengen, y aunque está separada físicamente del territorio continental de la UE, tiene la obligación de salvaguardar la fronteras de la Unión. En momentos en que sufre una de las peores crisis económicas de su historia, parece incapaz de controlarla y el plan de repatriación de refugiados hacia su “vecino-enemigo” tiene más visos de fracaso que de éxito.

Vivir sin Schengen

El temor creciente es que la crisis de refugiados que llega a Europa pueda terminar con el espacio Schengen y el principio de la libre circulación de personas.

“Esto no significa que no podremos viajar, sino que será como antes: se restablecerán los controles fronterizos”, advirtió Rihards Kozlovskis, ministro del Interior de Letonia, que recuperó su independencia en agosto de 1991 y adhirió oficialmente a la UE en 2004 junto a otras nueve naciones.

Si se llegaran a restablecer las fronteras internas, se calcula que las pérdidas para la economía de la UE serían de entre un 15 y un 20% debido a la disminución estructural de los intercambios.

Alemania y Francia, las economías más sólidas, generan más de la mitad de su comercio exterior con los miembros de ese espacio. Alemania exportó casi 700 mil millones de euros (58 %) y Francia, 270 mil millones (el 59,2 %).

Schengen no es sólo libertad de circulación sino además prosperidad económica. Según cálculos de Bruselas, desmantelarlo costaría entre 5 y 18 mil millones de euros anuales a la UE.

El restablecimiento de las fronteras costaría anualmente a la economía francesa 2 mil millones de euros a corto plazo y más de 10 mil millones a largo plazo, según el Instituto France Stratégie, un “think tank” adscrito al despacho del Primer Ministro. Y ello sin contar que en los pasos habrá que contratar personal aduanero (otros 200 millones de euros anuales) y desplegar policías y militares para su control.

Vuelven las barreras

Además del costo de reforzar militar y policialmente las fronteras en un período de ajuste fiscal, está el impacto jurídico, los efectos sobre los trabajadores fronterizos, el turismo y los negocios. Algunos de esos efectos ya se están viviendo con los controles temporales.

Los trabajadores fronterizos han tenido que armarse de paciencia. Entre Dinamarca y Suecia, donde se han restablecido los controles de identidad, ahora gastan 45 minutos más, y en las fronteras de Bélgica, Alemania, Italia y Suiza, el tiempo se ha extendido hasta 20 minutos. Estudios proyectan que si esta mano de obra itinerante (calculada en más de un millón de personas) se aburre de los controles y deja sus trabajos, aumentaría el desempleo y se reduciría el poder adquisitivo en las zonas fronterizas.

El panorama es aún más preocupante cuando se observan las cifras de desempleo de Grecia (24,5 %) y de España (21,6 %), los países con la mayor recesión económica de la UE y de Schengen.

Para las empresas, la reanudación de los controles ruteros a los camiones, que pueden pasar hasta una hora más en las fronteras, tiene un impacto muy negativo. Un estudio para la Fundación Bertelsmann estima que la reactivación de las fronteras generaría alzas de precios por la imprevisibilidad de las entregas, mayores costos de almacenamiento y aumento de personal.

El turismo de fin de semana, uno de los más lucrativos en Europa gracias a las ofertas y compañías de bajo costo, se ha reducido. El impacto es por ahora menor para el sector hotelero pero se habla de una posible baja equivalente a 1.000 millones de euros anuales en los países de destino recreativo.

Es uno de los efectos de la vuelta de controles de identidad en los principales aeropuertos y fronteras, con el regreso de las cabinas y la extensión de las colas que en ocasiones tardan más de dos horas para verificar a todos los viajeros. De hecho, las compañías aéreas y los sistemas de trenes han doblado el tiempo de abordaje para vuelos y viajes intraeuropeos a 45 minutos. Hay que considerar entonces más demoras y tiempos de espera por los registros e inspecciones en las fronteras temporales. Pero la exención de la visa Schengen que los colombianos empezaron a disfrutar desde diciembre se mantiene. Su restablecimiento no está aún previsto.

Por Juan Carlos Rincón

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