Publicidad

¿Se acerca el ocaso los grandes capos narco?

La captura del líder de los Zetas, pocos días después de la caída del jefe de los Templarios, apunta a un cambio de patrón en el crimen mexicano.

El País
05 de marzo de 2015 - 09:32 p. m.
AFP
AFP

Ocurrió a las cuatro de la madrugada de ayer, en San Pedro Garza (Nuevo León), el municipio más rico de México. Allí, en un cómodo chalet de formas cúbicas y cristales ahumados una era llegó a su fin con la captura de Omar Treviño Morales, alias Z-42, líder desde 2013 del cartel de Los Zetas. Con su caída, cinco días después de la detención de Servando Gómez Martínez, La Tuta, cabecilla de Los Caballeros Templarios, la lista de criminales que un día hicieron temblar las estructuras del Estado queda prácticamente vacía. Atrás han quedado años de persecución y sangre, pero el terror, ese espectro que nadie consigue enterrar, aún domina amplias zonas del país.

Con las grandes organizaciones criminales en pelo ocaso, la violencia, como se demuestra a diario en Michoacán, Guerrero o Tamaulipas, ha pasado a manos de grupúsculos cada vez más atomizados y de casi imposible control. Es el amanecer, según los expertos, de una nueva época del narco, en la que leyendas como Joaquín Guzmán Loera, El Chapo, o Nazario Moreno, El Chayo, han pasado a ser historia.

Este cambio de signo hunde sus raíces en la feroz batalla contra el crimen emprendida por el presidente Felipe Calderón (2006-2012). Un ataque frontal a las estructuras del narco en el que se llegó a emplear a más de 50.000 soldados. La espiral de violencia dejó un reguero de 70.000 muertos y 23.000 desaparecidos, una sociedad extenuada y unos carteles en pie de guerra, armados hasta los dientes e inmersos en continuas matanzas.

La llegada de Enrique Peña Nieto a la presidencia a finales de 2012 supuso un giro en la conducción del frente. Sin renunciar al empleo de la fuerza militar, los nuevos dirigentes dieron un uso mayor a los servicios de inteligencia. También abandonaron la altisonancia verbal empleada por Calderón. El resultado pronto se sintió. A siete meses del inicio de su mandato, cayó Miguel Ángel Treviño, Z-40, el capo más sanguinario, el hombre que pobló México de decapitaciones y que en sus orgías de sangre llegaba a morder los corazones de sus víctimas.

Ocho meses después le llegó el turno a Nazario Moreno, El Chayo, cabecilla de la narcosecta de Los Caballeros Templarios, cuya implacable maquinaria de extorsión en Michoacán desató la revuelta de las autodefensas. Unos días antes de que El Chayo fuese abatido en un enfrentamiento con las fuerzas de seguridad, esta ofensiva policial había logrado su gran trofeo. En un hotel barato del Pacífico, fue sorprendido, junto a su esposa e hijas, el líder del cartel de Sinaloa, El Chapo, el criminal más buscado del planeta. Esta tanda se completa con La Tuta y desde ayer con Z-42, capturado sin un tiro.

El impacto político de estos arrestos, en un momento en que el Gobierno de Peña Nieto atraviesa una profunda crisis de confianza, es evidente. Marcan un éxito que Calderón nunca logró. Pero el respiro difícilmente durará.

México asiste ahora, según los expertos, a la emergencia de los pequeños grupos zonales, de estructura ligera y con gran capacidad para eludir el hostigamiento policial. Forman un universo fragmentado, que sin prestar tanta atención al negocio internacional de la droga, buscan el beneficio rápido del secuestro, el robo y la extorsión. También se ofrecen como asesinos a sueldo de los grandes carteles. Su empleo como franquicias violentas es constante en las guerras que las bandas mantienen entre sí, como lo atestiguan los propios Zetas, enzarzados desde hace años en un cruento pulso con el cartel del Golfo por el control de Tamaulipas.

En este contexto, la detención del Omar Treviño, de 41 años, por quien EE UU ofrecía 4,5 millones de euros de recompensa, cobra importancia, más que por el personaje, que siempre vivió a la sombra de su hermano y heredó el trono ya en plena decadencia, por la terrible hilera de cadáveres que arrastra la organización.

Formados por desertores de las fuerzas especiales del Ejército mexicano, Los Zetas nacieron como un brazo armado del cartel del Golfo para hacer frente a sus rivales. De un sadismo extremo, sometían a torturas bestiales a sus enemigos, los mutilaban y decapitaban. Muchas veces grababan sus aberraciones y las colgaban en YouTube. Cuando querían hacer desaparecer cuerpos, los sumergían en ácido o los quemaban en barriles de aceite. Hacia 2010, cada vez más fuertes y enloquecidos, rompieron con el cartel de Golfo. Fue entonces cuando iniciaron una terrible expansión que sembró México de cadáveres.

Se les atribuye la matanza y tortura de 72 inmigrantes centroamericanos en San Fernando (Tamaulipas) o la desaparición de 300 personas a plena luz del día en Allende y Piedras Negras (Coahuila), para castigar una traición. En su época de esplendor llegaron a tener presencia en 14 Estados. Su terrible fortaleza les hizo blanco preferente de las fuerzas de seguridad. La constante intervención del Ejército, la sucesiva caída de sus líderes y también su propia incapacidad para asentarse pacíficamente en un territorio, propiciaron su declive. Pero no su desaparición. Aunque forzados a contratar bandas locales y a reclutar a la fuerza inmigrantes irregulares, mantienen su actividad. Y Tamaulipas o Veracruz, siguen siendo sinónimo de muerte.
 

Por El País

Temas recomendados:

 

Sin comentarios aún. Suscribete e inicia la conversación
Este portal es propiedad de Comunican S.A. y utiliza cookies. Si continúas navegando, consideramos que aceptas su uso, de acuerdo con esta política.
Aceptar