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Se esfuma la esperanza

Bangladesh. El mundo se acordó de los rohingya hace unos días, cuando se revelaron imágenes de cientos de ellos amontonados en barcos y abandonados en alta mar.

ACNUR
15 de junio de 2015 - 02:00 a. m.
Un niño migrante de la etnia rohingya, en el campo de refugiados temporal Taung Pyo, cerca a Bangladesh. /AFP
Un niño migrante de la etnia rohingya, en el campo de refugiados temporal Taung Pyo, cerca a Bangladesh. /AFP

La familia de Hasan Sharif huyó del estado de Rakhine, en Myanmar (Birmania), a principios de los 90 y se instaló temporalmente en Kutupalong, uno de los dos campamentos de refugiados, gestionados por el gobierno en el sudeste de Bangladesh.

“Mis padres decían que en Myanmar no hay libertad, que no te puedes mover libremente por ningún sitio”, dice Hasan, de 16 años. “Se sintieron perseguidos por ser rohingya y pensaron que, si se quedaban, no habría futuro para su familia y sus hijos. Entonces vinieron a Bangladesh”.

Cientos de miles de rohingya del estado de Rakhine, son apátridas porque no están considerados como ciudadanos por ninguna ley nacional de Myanmar. Antes de que estallara la violencia entre comunidades en junio y octubre del año pasado, hubo dos grandes éxodos de población desde Myanmar hacia Bangladesh: en 1978 y 1991-92. Aunque muchas personas regresaron, los rohingya han tenido que seguir haciendo frente al trabajo forzoso y a restricciones en su libertad de movimiento y en su derecho a contraer matrimonio

Hasan nació en el exilio. De hecho, cerca de tres cuartos de la población del campo, más del 70% de los 30.000 refugiados registrados, han nacido en Bangladesh o han llegado allí cuando tenían menos de 10 años.

Su realidad incluye el reparto regular de alimentos, ropa y materiales para el hogar en los campos de refugiados. Saben que también tendrán agua, saneamiento y servicios médicos básicos, y que podrán estudiar hasta el 5º grado en las 21 escuelas de primaria que hay en los dos campos.

Mohammed Islam, llegó a Bangladesh cuando tenía siete años. Veinte años después es jefe del comité de gestión del campo de Nayapara. “Estoy preocupado por la próxima generación” dice. “El mayor problema aquí es que no tenemos educación superior”. La agencia de la ONU para los Refugiados no tiene recursos para ofrecer educación secundaria en los campos. “Hay muchos chicos como yo en el campamento de refugiados” dice Hasan. “No tienen nada. Quieren conseguir un certificado de secundaria. Les gustaría ser ingenieros, pilotos, sastres…Pero, si no tienen la oportunidad de recibir una educación fuera del campo, ¿cómo van a mejorar sus vidas?”.

Al contrario que otros chicos, Hasan está un poco más cerca de alcanzar su sueño. Este aspirante a ingeniero informático, está trabajando actualmente como formador en un centro informático de ACNUR en el campo de Kutupalong.

Sin embargo, el camino que tiene por delante no está claro. El reciente estallido de violencia intercomunal en el estado de Rakhine, se ha llevado por delante las esperanzas de una posible repatriación voluntaria en un futuro próximo. La vida en Bangladesh no parece que vaya a cambiar para ellos.

Por ACNUR

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