Suma prudencia en Jerusalén

En la ciudad de la discordia religiosa, el papa debe medir cada uno de sus pasos.

Daniel Salgar Antolínez
25 de mayo de 2014 - 02:00 a. m.
Por las calles de la ciudad vieja, una mujer griega ortodoxa pasa junto a un aviso de la visita del papa.  / AFP
Por las calles de la ciudad vieja, una mujer griega ortodoxa pasa junto a un aviso de la visita del papa. / AFP

Tal vez en ningún otro lugar se han rezado tantas oraciones y se ha derramado tanta sangre como en Jerusalén. La ciudad que visita el papa es siempre problemática y disputada, porque es un punto clave del conflicto palestino-israelí y porque alberga importantísimos símbolos del judaísmo, el islam y el cristianismo.

Para los judíos Jerusalén es sagrada, porque allí se supone que se construyó su primer reino, de la mano del mítico rey David. Allí, además, está el Muro de los Lamentos. Para los musulmanes, fue allí donde el profeta Mahoma ascendió al paraíso, justo en el lugar donde hoy se erige el Domo de la Roca, lo que convirtió a Jerusalén en la tercera ciudad más importante del islam, después de La Meca y Medina. Los orígenes del cristianismo y la muerte y la resurrección de Jesús también se desarrollaron en esta ciudad, donde se encuentra la iglesia del Santo Sepulcro construida sobre la que se considera la tumba de Cristo.

Como dice Yusef Daher, secretario ejecutivo del Jerusalem Inter-church Center, “a cada grupo religioso le gustaría reclamar mayores vínculos con esta ciudad, pero cuando alguno reclama exclusividad es cuando empieza el problema”. Bergoglio tiene que ser sumamente cuidadoso para no aparecer como si soportara las tesis de judíos, musulmanes o cristianos sobre Jerusalén. Pero en una ciudad que alberga tantos significados e intereses cualquier recorrido, visita o palabra del pontífice puede ser visto como improcedente desde algún ángulo político o religioso.

Un punto muy delicado de la visita será la misa que oficie el papa en el cenáculo de Jesús, un lugar que sirve para armarse una imagen del pluralismo religioso de Jerusalén. El cenáculo es donde la tradición indica que tuvo lugar la última cena de Jesús con los apóstoles. En la planta inferior de ese mismo espacio es donde judíos ortodoxos tienen una sinagoga desde la que se accede a lo que se supone que es la tumba del rey David. Además, durante siglos, el cenáculo fue una mezquita, custodiada por la familia de Daoudi entre 1534 y 1948, año en que se creó el Estado de Israel y el lugar quedó bajo control de este país. La familia Daoudi reclama que el edificio sigue siendo propiedad de los musulmanes.

A un sector de judíos ortodoxos no le agrada que el papa haga una misa en el cenáculo y han planeado protestas contra la presencia del pontífice allí. Las autoridades israelíes han tenido que restringir el acceso de un grupo de jóvenes radicales llamado Tag Mejir a Jerusalén por estos días y, por si acaso, alrededor de 8.500 agentes formarán parte del dispositivo de seguridad “Manto Blanco II” que cuidará a Bergoglio.

Ante las sensibilidades que puede despertar su visita, el papa ha decidido ir en compañía de un líder judío, el rabino Abraham Skroka, y uno musulmán, el imán Omar Abboud. De hecho, uno de los propósitos principales del viaje es promover el diálogo interreligioso y conmemorar la visita que realizó allí Pablo VI hace 50 años.

El cenáculo de Jesús no es el único lugar polémico en la visita papal. En la agenda también está programado ir a la tumba de Theodor Herzl, el principal impulsor del movimiento Sionista. Es la primera vez que un pontífice visita la tumba de Herzl, 110 años después de que éste buscara el apoyo de la Iglesia católica para establecer un Estado judío en Palestina, cuando estaba controlada por el imperio otomano.

Esa visita irrita a muchos palestinos, que han expresado su inquietud porque se entienda como un reconocimiento al sionismo y su “ideología manifiestamente racista”. Omar Barghouti, un líder palestino del movimiento Boycott, Divestment and Sanctions, calificó ese punto de la agenda como un intento de “blanquear la ocupación y el Apartheid impuesto por Israel”.

El Vaticano ha sostenido que la visita papal tiene una agenda enfocada en lo ecuménico, pero la ofrenda para Herzl podría no ajustarse del todo a ese programa. Ignacio Gutiérrez de Terán, experto en mundo árabe e islam de la Universidad Autónoma de Madrid, dice que la tumba de Herzl no es un símbolo de una confesión o creencia, sino de uno de los grandes postuladores de la creación del moderno Estado de Israel, un personaje secular y laico que tenía un proyecto político, no religioso.

“Es criticable que se incluya la visita a un lugar que representa mucho para el sionismo como ideología, pero no tiene por qué asimilarse el sionismo a la religión judía ni mucho menos a la historia israelita. Para los palestinos puede ser una señal de que el papa no ha tenido en cuenta sus sentimientos nacionales y religiosos, de que no ha tenido en cuenta que en buena medida lo que supuso la creación de Israel en 1948 y la posterior guerra de 1967, en la que Israel conquistó Jerusalén. Ese fue un gran desastre para los palestinos, quienes tuvieron que salir de su territorio, en este caso Jerusalén y alrededores”, dice el experto.

La visita del papa saca a la luz una ciudad que parece condenada a estar en disputa por la eternidad, después de continuos fracasos en los intentos por lograr la paz entre israelíes y palestinos. Habría que escarbar en miles de años de historia para determinar si allí estuvieron primero los cristianos, los judíos o los musulmanes. Aun así sería difícil llegar a una conclusión definitiva sobre quién tiene mayores derechos a reclamar esta ciudad como suya. Haber habitado estas tierras hace miles de años puede no suponer un reclamo legítimo para volver a ellas. Como dice Fred J. Khouri, en un libro titulado The Arab Israeli Dilema, “el mundo se convertiría en un caos, jurídica y políticamente, si a cada grupo se le permitiera reclamar un área que sus antepasados habían poseído en algún momento de la historia”.

Entonces, ¿cuál es la solución? Según la ley internacional y las resoluciones de la ONU, Jerusalén debe considerarse como una ciudad abierta, con un estatuto internacional que no está regido a ningún Estado en concreto. Esto es desde luego rechazado por Israel, que ha declarado a Jerusalén como su capital desde 1980. El papa tiene la misión de no favorecer ni oponerse a ninguna reivindicación específica sobre esta ciudad tres veces santa. No vaya a ser que en un desatino muerda la manzana de la discordia.

 

 

dsalgar@elespectador.com

@DanielSalgar1

Por Daniel Salgar Antolínez

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