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La tragedia egipcia no cesa

El gobierno ordenó a la policía que adopte "las medidas necesarias" para poner fin a las protestas que exigen el retorno del depuesto presidente Mohamed Mursi.

Daniel Salgar Antolínez
01 de agosto de 2013 - 05:56 a. m.
Pese a las amenazas del gobierno, los Hermanos Musulmanes se niegan a detener los protestas que piden el regreso del presidente depuesto, Mohamed Morsi. /EFE
Pese a las amenazas del gobierno, los Hermanos Musulmanes se niegan a detener los protestas que piden el regreso del presidente depuesto, Mohamed Morsi. /EFE
Foto: EFE - MOHAMMED SABER

Por ser la civilización más antigua, sometida durante milenios al poder militar, y por hallarse en un lugar geoestratégico, justo en donde chocan los intereses de EE.UU. e Israel con los del mundo árabe y musulmán, Egipto es el más complejo de los países en donde han estallado los levantamientos populares conocidos como la primavera árabe. Este miércoles, cuando el Gobierno ordenó a la policía poner punto final a las manifestaciones que claman por el retorno de Mohamed Mrsi, el país dio un paso más hacia la guerra civil.

Los Hermanos Musulmanes son los islamistas con más tradición y los que más trabajo han hecho en los sectores desfavorecidos de Egipto, a través de la asistencia benéfica y trabajos de cooperación en barrios urbanos con menos acceso a infraestructura. Supieron manejar los hilos de la revolución egipcia que estalló ea comienzos de 2011, y después de la caída de Hosni Mubarak en febrero de 2011, su representante Mohamed Morsi fue elegido en las primeras elecciones presidenciales democráticas que celebró el país en su historia.

Esos históricos comicios no prometían, en realidad, una gran novedad. Carool Kersten —experto en islam del King’s College London, del Centro de Estudios para el Sudeste de Asia y de la Escuela de Estudios Orientales y Africanos— explicó a este diario que Mursi y su entonces contendor Ahmed Shafiq, que representaba el continuismo de Mubarak, eran los representantes de dos antiguos fenómenos del escenario político del país: el militarismo y la religión. Cuando ganó Mursi se invirtieron los papeles, y los islamistas que habían estado reprimidos por décadas subieron al poder. Pero esto no cambió demasiado el status quo. Como Kersten lo anticipó, se mantuvieron los dos puntos de gravedad sobre los que se soportó el régimen de Mubarak. El pueblo, después de toda una revolución que pretendía lograr reformas hacia una democracia de tipo occidental, terminó reemplazando el sable por el turbante.

Difícilmente iba a surgir de las arenas de los faraones un candidato tipo Obama, que prometiera la mayor apertura hacia las libertades civiles. Los candidatos que representaban los drásticos cambios a los que aspiraban los prodemócratas, sucumbieron en primera vuelta bajo el peso de la historia. Con la llegada de Mursi al poder se frustró el sueño de muchos de los jóvenes que, embelesados con un sueño de globalización y democracia que les llegó desde Occidente gracias a los avances de las telecomunicaciones, iniciaron una revolución.

A esos jóvenes que en El Cairo hicieron escuchar las primeras consignas contra Mubarak, se unieron otros miles de habitantes que tenían demandas concretas de oportunidades laborales, reducción de impuestos, mejoras de salarios, educación y seguridad, pero que no necesariamente querían un cambio de régimen. Hoy, esos habitantes siguen a la espera de que se cumplan sus exigencias, pero la crisis económica y política del país sólo plantea desesperanza.

Lo que haría Mursi en el poder era una incógnita tanto para los egipcios como para el mundo. Y aunque parecía en principio un presidente títere, porque los militares habían asegurado las prerrogativas necesarias para gobernar al país desde la sombra, durante sus primeros días dio señales de tener un temple inesperado. Jubiló a los representantes de la Junta Militar que representaban el continuismo, así parecía que separaba por fin el poder militar del civil; formó una comisión de investigación sobre el papel del ejército durante la revuelta y el periodo posterior; para celebrar los primeros cien días de su mandato, indultó a todas aquellas personas que habían sido encarceladas por actos políticos prorrevolucionarios antes del destronamiento de Mubarak. Pero la inestabilidad del país se mantuvo y las promesas que enarboló durante su campaña no fueron cumplidas.

El pasado 3 de julio, el primer presidente islamista y civil en la historia de Egipto fue derrocado por los militares. Desde entonces, la violencia volvió a las calles de El Cairo, pero el panorama ya no era tanto el de una revolución de jóvenes dispuestos a morir por ver la caída del dictador, sino un enfrentamiento entre militares e islamistas. Ya casi se cumple un mes de esos actos de violencia, mientras el presidente Mursi se encuentra en un paradero desconocido y sus partidarios y familia denuncian que está secuestrado.

Este miércoles el autoritarismo se hizo sentir en Egipto, cuando el gobierno ordenó a la policía que adopte "las medidas necesarias" para poner fin a las protestas de los partidarios del depuesto presidente Mursi. Los militares ya han advertido que tendrán mano dura contra los “terroristas” que impulsan las movilizaciones y pretenden generar más inestabilidad en el país. Pero los Hermanos Musulmanes se niegan a abandonar las calles y prometen más manifestaciones. Así, el país se sale ya del marco de la primavera árabe, y cada vez se acerca más al estallido de una guerra civil, que podría ser igual o peor a la que vive Siria.

Muchos faraones cayeron en la historia de Egipto y la dinastía sigue en pie.

Por Daniel Salgar Antolínez

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