Un desastre olímpico

Fue un triunfo inolvidable, casi olímpico. El 2 de octubre de 2009, después de una larga carrera, Brasil derrotaba a Madrid y Chicago en la lucha por ganar la sede de los Juegos Olímpicos de 2016. El mérito era todo de Luiz Inácio Lula da Silva, quien en un emotivo discurso en Conpenhague (Dinamarca) convenció a los miembros del Comité Olímpico Internacional (COI) de que Río de Janeiro debía ser la ciudad organizadora. Con un vibrato sostenido, Lula les gritó a los miembros del COI que si su país no ganaba era la confirmación de la injusticia de la que había sido víctima Suramérica, “continente al que le habían negado sistemáticamente la organización de las justas deportivas más importantes del mundo”.

Angélica Lagos
24 de julio de 2016 - 02:00 a. m.
Miembros del Ejército brasileño forman en frente del estadio de Brasilia, en una presentación de las fuerzas de seguridad en un simulacro previo a los Olímpicos. / EFE.
Miembros del Ejército brasileño forman en frente del estadio de Brasilia, en una presentación de las fuerzas de seguridad en un simulacro previo a los Olímpicos. / EFE.
Foto: EFE - Fernando Bizerra Jr.

Ganó 66 de los 99 votos, a pesar de que Río había llegado a la recta final valorada como la peor ciudad en la competencia para organizar el evento. Ese día la cenicienta se convertía en la reina de la fiesta. Pero Lula no apostó todo a ese momento final. En 2007, cuando presentó la candidatura, el gobierno brasileño envió un informe de tres volúmenes en el que hablaba de las maravillas que ofrecía Río de Janeiro: los Juegos costarían US$14.400 millones y con ese presupuesto sería capaz de organizar todos los eventos deportivos dentro de la ciudad, excepto el fútbol. El proyecto establecía cuatro zonas olímpicas —Barra, Copacabana, Deodoro y Maracaná— y contemplaba a Belo Horizonte, Brasilia, São Paulo y Salvador de Bahía como las sedes del torneo de fútbol.

La delegación brasileña que acompañaba a Lula también hizo lo suyo: presentó un video de un concierto de Michael Jackson en Río de Janeiro, en donde demostraba la capacidad de la ciudad para albergar megaeventos. Eso inclinaba la balanza, así como lo hizo la presentación del presidente del Banco de Brasil, quien señaló que su país era la quinta economía del mundo, el gigante de los Brics, la gran potencia regional que había logrado sacar de la pobreza a millones de personas y a donde llegaban empresas de todo el mundo para escapar de la crisis económica. La gran promesa mundial.

Un agente de policía, componente clave de la estrategia, habló con cifras en mano del descenso de la delincuencia en la ciudad, catalogada como la quinta más violenta del mundo. El alcalde de Río agregó que la organización del Mundial de Fútbol en 2014 ayudaría a mejorar los puntos débiles de la ciudad y aportaría confianza e infraestructura para las Olimpiadas. La duda de algunos de los miembros sobre la insuficiencia de plazas hoteleras las aplacó Lula con la promesa de construir un hotel para el COI con playa privada.

Pero las palabras, como las promesas, se las llevaron el zika, la incompetencia, la delincuencia, la recesión económica, la inseguridad, los escándalos políticos y la inasistencia de varios atletas, entre ellos 67 rusos a quienes la organización les prohibió participar en las Olimpiadas debido a un informe que comprueba una estrategia de dopaje promovida por el gobierno de Vladimir Putin. A 13 días de la inauguración de los Juegos, Brasil se lleva la medalla de oro en inconvenientes. Algo que, al parecer, el país acepta olímpicamente. Las autoridades dicen que los temores son infundados, que todo saldrá bien y que los Juegos serán un éxito, pues ya tuvieron problemas con los Juegos Panamericanos en el 2007, los Juegos Mundiales Militares de 2011, la Copa Confederaciones de 2013 y el Mundial de Fútbol de 2014. Todos, a pesar del desastre previo, terminaron sin mayores inconvenientes.

Las alarmas sobre el desastre olímpico venían sonando desde hace dos años. El pistoletazo de salida sobre la incapacidad de Brasil para organizar los Juegos sonó en agosto de 2014, cuando el virus del Zika se convirtió en pandemia. Desde entonces, Suramérica ha registrado miles y miles de casos y mostrado poca efectividad para evitar el contagio. El ministro de Salud de Brasil, Ricardo Barros, aseguró que el riesgo de que el virus se propague durante los Juegos “es mínimo”. Dijo que el número de contagios ha caído de 2.116 a 208 (una reducción del 90 %) y que eso es reflejo de que la prevalencia del mosquito que transmite el zika baja dramáticamente en los meses más fríos y secos en el país, es decir, en agosto.

La enfermedad, que provoca problemas como microcefalia en los bebés recién nacidos de madres enfermas y el síndrome de Guillain-Barré, asustó a los atletas olímpicos, que tomaron decisiones. Deportistas notables como Rory McIlroy, Dustin Johnson y Tejay van Garderen decidieron quedarse en casa en lugar de competir por el oro. El saltador británico Greg Rutherford tomó una precaución adicional: congeló su esperma antes de viajar a Brasil. Jayson Day, el mejor golfista del mundo, decidió que cambiaba la gloria y el oro por la salud. Un grupo de 150 científicos le envió una carta a la Organización Mundial de la Salud con una serie de argumentos para posponer o cambiar la sede de los Juegos. Según decían, Río de Janeiro es la segunda ciudad con mayor número de casos, serían 500.000 viajeros los que estarían en riesgo y todavía no se conocen más efectos del contagio. La OMS les respondió que cancelar las competencias no alteraría de manera significativa la propagación del virus y daría una sensación de falsa seguridad con respecto a la globalización de la enfermedad.

Autoridades en Brasil insisten en que, en el caso de atletas, delegaciones acompañantes y turistas, el riesgo es mínimo, ya que la infección causa síntomas leves (sarpullido y fiebre), la duración es limitada (cinco días) y la real amenaza es para mujeres embarazadas. La tasa de adultos que han desarrollado el síndrome neurológico es realmente baja. Para los brasileños, esta es una preocupación ridícula. Los afecta más, según una encuesta revelada por la Folha de São Paulo, la inasistencia de los atletas rusos, estrellas de todos los Olímpicos. De acuerdo con la prensa local, este sí es un golpe para la organización de los Juegos y puede complicar aún más las competencias si la Agencia Mundial Antidopaje (AMA) decide suspender a toda la delegación. Rusia es una de las grandes potencia del atletismo mundial y tenía preparado un equipo con 68 atletas, liderado por la plusmarquista Yelena Isinbáyeva, doble campeona olímpica y triple campeona mundial.

La suma de todos los males

Las cosas se complicaron aún más en 2015, cuando otro actor jugaba en contra de la organización del evento deportivo. Miles de brasileños se tomaron las playas de Copacabana, escenario de voleibol de playa en las Olimpiadas, para expresar su frustración con la corrupción del Gobierno y el gasto excesivo en proyectos no esenciales, como la Copa Mundial y los Juegos Olímpicos. El ejemplo más evidente fue la construcción de un estadio de fútbol en Manaos, una obra que costó US$270 millones y que fue usado sólo para cuatro partidos durante el evento, pues está situado en el centro de la selva amazónica, muy lejos de Río de Janeiro, a donde los aficionado sólo pueden llegar en avión o luego de viajar durante varios días por el río más caudaloso del planeta. Las quejas ciudadanas llevaron a plantear reconvertirlo en prisión.

En un recorrido por Río de Janeiro varios periodistas que llegaron para cubrir los Juegos Olímpicos han descrito que la ciudad está en obra negra: hay trabajos inconclusos, materiales de construcción tirados por las calles y obreros por doquier. El gobernador del estado declaró hace un mes el estado de calamidad pública, pues la crisis financiera les impedirá terminar las obras para los Juegos. Según declaró, la situación es tan severa que podría ocasionar el colapso total de la seguridad pública, el sistema de salud, la educación, la movilidad y el ambiente. Se avecinan días de racionamiento de servicios públicos para los locales, mientras duren los eventos deportivos.

Eso sin contar con los graves problemas de movilidad que tiene la ciudad y que suman otro dolor de cabeza al país. Una de las promesas más caras para los Juegos fue la construcción del metro que une la playa de Ipanema con Barra de Tijuca, escenario principal de las competencias, para reducir los trancones monumentales. Las obras no están listas, pero el Estado garantizó que los trenes comenzarán a funcionar para la fecha. Por si la planificación falla, la ciudad tiene listo un plan B: autobuses que lleguen hasta al Parque Olímpico.

Ciertamente, no hay dinero para pagar lo que falta hacer. Según el Fondo Monetario Internacional, “la recesión en Brasil está demostrando ser más profunda y prolongada de lo esperado”. La economía del país, según dijo el organismo internacional, no se va a recuperar antes de 2018, año de elecciones. Para salvar el honor brasileño, el presidente interino del país, Michel Temer, autorizó un aporte de US$2.900 millones para socorrer al Estado. Algo que al parecer no será suficiente, pues la ciudad de 16 millones de habitantes enfrenta un panorama preocupante: faltan insumos básicos en los hospitales, los funcionarios públicos —entre ellos policías y profesores— están recibiendo su pago a cuotas, otros trabajadores entraron en huelga y las universidades reclaman pagos atrasados. Los juegos costarán US$16.000 millones, según los cálculos más conservadores, algo más de lo proyectado inicialmente.

¿Quién pagará la cuenta? Más del 40 % saldrá del presupuesto nacional, mientras que el resto corresponde a préstamos de entidades privadas. Hay quienes señalan que ese monto no incluye las exoneraciones fiscales para las compañías que organizan el evento. Temer aseguró que su compromiso con los Juegos Olímpicos y el COI sigue firme y prometió unos Juegos inolvidables. Por eso aceptó una decisión que para muchos es polémica. Después de meses de deliberaciones, el Comité Olímpico Internacional resolvió un entuerto que pone en evidencia la situación política del país: invitó a la suspendida presidenta, Dilma Rousseff, a la inauguración de las Olimpiadas. Ella estará sentada al lado de expresidentes, entre ellos Lula da Silva, el “padre de los primeros Olímpicos que se celebran en Suramérica”, mientras que Temer, en el palco superior, compartirá con los jefes de Estado en ejercicio. “Sabemos que ella no es, técnicamente, una presidenta”, justificó el COI.

El analista José Mathias-Pereira, de la Universidad de Brasilia, le dijo a EFE que Temer “puede utilizar los Juegos Olímpicos para vender la imagen de que el país vuelve a la normalidad. El presidente interino hará que la fiesta olímpica transcurra con normalidad porque se comprometió con ello y necesita hacerlo”. La suspensión de Dilma Rousseff, en un polémico proceso llevado a cabo el pasado 12 de mayo, tiene el país en un limbo político.

Rousseff fue suspendida por decisión del Senado brasileño por supuestamente haber maquillado los balances oficiales. Fue reemplazada por Temer, su vicepresidente desde 2009, para un mandato de 180 días, después de los cuales se debe definir si la presidenta regresa a su cargo o se va definitivamente. Han pasado menos de tres meses y Temer ha recibido fuertes críticas por el ajuste fiscal que ha puesto en marcha, porque varios miembros de su gabinete han sido involucrados en casos de corrupción y por su cuestionada propuesta de reforma a la seguridad social. Apenas 13 % de los brasileños avalan su gestión.

De acuerdo con el calendario, los opositores políticos de Rousseff esperan finiquitar su salida del poder durante el evento deportivo. Entonces el Congreso se reunirá para votar si la mandataria cometió un delito de responsabilidad y debe salir definitivamente de la Presidencia. A pesar de que un informe no vinculante del Senado no encontró pruebas de tal delito, su suerte parece estar echada. El ministro de Deportes, Leonardo Picciani, nombrado justo después de la suspensión de Rousseff, dijo que la política no afectaría el desarrollo de los Juegos. “Los Olímpicos van a estar fantásticos”, prometió.

¿Y la seguridad?

Río de Janeiro está, además, en el podio de las ciudades más inseguras. Amnistía Internacional denunció un aumento de violencia policial en las favelas y los barrios residenciales de la ciudad sede de los Juegos. Según un informe presentado hace unos meses, “en 2014, año del Mundial de Fútbol, el índice de homicidios en operaciones policiales aumentó un 40 %, hubo informes de violaciones de derechos humanos de parte de soldados del Ejército que patrullaban las favelas durante el torneo. Fueron 60.000 personas las víctimas de homicidio, la mayoría de víctimas en Río eran negros de las favelas”. El informe agrega que “vamos camino a que los Juegos Olímpicos cumplan la norma de anteriores macroeventos deportivos celebrados en Río: mientras que el foco de la atención mundial estará centrado en los triunfos y el brillo del espectáculo, a sólo unos kilómetros de allí, un número escandaloso de jóvenes negros de las favelas seguirá pagando con su vida el precio de este fracaso colectivo”.

Pero a esta amenaza se suma una aún mayor: el terrorismo. La policía antiterrorista detuvo a diez brasileños sospechosos de tener vínculos con el Estado Islámico, la mayor preocupación conocida para los Olímpicos hasta ahora. Se trata de Ansar al-Khilafah (Defensores de la Sharia), que recibieron entrenamiento por internet y juraron lealtad a los yihadistas. Aunque el ministro de Justicia, Alexandre de Moraes, aseguró que eran totalmente “amateurs”, el temor planea sobre las justas deportivas. Si bien el ministro basa su afirmación en que “los 10 se comunicaban por Telegram o Whatsapp (...) Algunos hicieron un juramento por internet a la organización Estado Islámico, pero no hubo ningún contacto personal con ese grupo”, lo cierto es que todas las investigaciones sobre el accionar del Estado Islámico señalan que internet es justamente su campo de reclutamiento. “Lo más preocupante es que la red intensificó sus mensajes en portugués y en español para los ya radicalizados, a los que invitó a visitar Brasil durante los Olímpicos”, explica Miguel Benito, profesor de historia de la Universidad Sergio Arboleda.

Las autoridades, ahogadas en problemas, pidieron que no cunda el pánico. El ministro De Moraes aseguró: “Brasil tiene la capacidad, la tecnología y los métodos de inteligencia más modernos para el rastreo de complots terroristas. No tenemos hoy la probabilidad de un atentado terrorista en los Juegos Olímpicos. La posibilidad siempre existe, como existe en todo el mundo. Es por eso que trabajamos 24 horas por día en el monitoreo, análisis e intercambio de información”.

Asimismo informó que el país ya tiene listo el mayor despliegue de fuerzas en su historia: 85.000 hombres garantizarán la seguridad de atletas y turistas, incluyendo a las más de 200 delegaciones olímpicas, 80 jefes de Estado y más de 500.000 turistas. “Los 17 días que durará el evento están asegurados”, dijo convencido.

Lo dice respaldado por la historia. Brasil es experto en manejar crisis antes de eventos importantes: en 1950 fue anfitrión del Mundial de Fútbol, el primero que organizaba y que terminó con Uruguay como campeón tras el recordado Maracanazo, una de las mayores tragedias deportivas brasileñas; en 2014, en medio de protestas y acosado por una crisis económica, organizó, de nuevo, el Mundial de Fútbol. Y no sólo no salió campeón, sino que, peor aún, perdió 7-1 con Alemania, que venció a Argentina en la final.

Otros países han salido victoriosos también de situaciones extremas. Varios Olímpicos se celebraron en medio de desastres: los Juegos Olímpicos de Invierno en Sochi (Rusia), que estuvieron plagados de reportes de hoteles mal hechos con plomería de segunda, además de la amenaza terrorista de la región; la incertidumbre de la influenza H1N1 acechó los Juegos de 2010 en Vancouver (Canadá), y Grecia apenas pudo terminar las obras días antes de la inauguración de 2004.

De acuerdo con una encuesta realizada hace dos días en el Brasil, el rechazo a los Juegos Olímpicos gana la medalla de oro: dos de cada tres brasileños creen que serán más perjudiciales que buenos para el país. “Tenemos claro que la fiesta debía ser en otro ambiente”, señaló el 60 % de los encuestados.

Para el resto, la competencia es sólo un evento más en el delirante carnaval que comenzó hace siete años en Dinamarca.

Por Angélica Lagos

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