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Un Estado castrense

Los militares derrocaron al primer presidente civil elegido en las urnas en la historia del país, Mohamed Mursi, después de solo un año de gobierno y tras cuatro intensas jornadas de multitudinarias manifestaciones de protesta.

Víctor de Currea- Lugo
06 de julio de 2013 - 09:00 p. m.
Los militares egipcios vigilan las calles del país, para evitar que la protesta se desborde. / AFP
Los militares egipcios vigilan las calles del país, para evitar que la protesta se desborde. / AFP

Los militares aparecen como los salvadores de la revuelta egipcia y, además, como defensores de la democracia. Más allá del entusiasmo por su opción a favor de la salida de Mursi, hay una historia de poder militar que determina al Egipto de hoy. En el siglo XIX, el desarrollo del Egipto moderno bajo la dirección de Mohammed Alí Pasha, incluyó la creación de unas fuerzas armadas profesionales y de escuelas de formación militar. Es decir, el ejército egipcio fue parte de la identidad de la nación moderna.

En 1952, bajo el nombre del Comité de Oficiales Libres, el militar Gamal Abdel Nasser tomó el poder expulsando al Rey Faruq I. Nasser se mantuvo al frente del gobierno hasta 1970. A su muerte, fue remplazado por su vicepresidente, Anwar el-Sadat, también militar, quien estuvo al frente de Egipto hasta 1981, cuando fue asesinado. A su vez, Hosni Mubarak, exjefe de la Fuerza Aérea Egipcia, se quedó con el poder hasta 2011. Es decir, durante 59 años Egipto vivió bajo el gobierno de los militares.

El ejército de Egipto es militarmente poderoso: el más grande de los ejércitos de África y el tercero de Oriente Medio (después de Turquía e Israel). Pero su poder no sólo radica en lo militar. Se calcula que más del 40% de la economía nacional está en manos de los militares: más que un cuerpo armado al servicio del Estado es un empresariado en armas. El ejército egipcio es, después de Israel, el segundo mayor receptor de ayuda militar de los Estados Unidos; controla las ganancias del canal del Suez, y es dueño de astilleros, entre otras industrias.

En febrero de 2011, cuando el gobierno de Mubarak tambaleaba, los militares jugaron la carta nacionalista para legitimarse ante el pueblo, sabiendo que frente al descrédito de los partidos políticos y la falta de organizaciones articuladoras de la protesta social, ellos podrían convertirse en la opción política para liderar el país. Y así fue.

Los militares se quedaron en el poder desde febrero de 2011 hasta junio de 2012, modificaron leyes, legitimaron su poder, siguieron cometiendo violaciones de derechos humanos como detenciones arbitrarias y torturas, no avanzaron en las reformas que pedía la gente en las calles y finalmente cedieron a la presión para realizar una elecciones con las que incluso tenían su candidato: Ahmed Shafik, comandante por muchos años de la Fuerza Aérea y luego primer ministro de Mubarak.

Hoy, el libreto se repite. Ante la torpeza de Mursi, los militares reaparecen en medio de la euforia de las calles como salvadores: el general Abdel Fatah al Sisi es el nuevo faraón. Egipto parece no recordar los largos años de control militar, la falta de democracia, la persecución política de Nasser a los opositores, el neoliberalismo de Sadat que generó grandes protestas ni la corrupción de Mubarak, que vendía gas subsidiado al país más rechazado por el pueblo egipcio: Israel.

El ejército es militarmente poderoso (no fue el caso de Irak), económicamente promercado y políticamente cual Mubarak. Aunque la caída de Mursi es un triunfo de la democracia, no lo es la tutela militar del nuevo gobierno. El ejército recupera su trinidad: el poder militar que nunca han perdido, el poder económico que no se ha visto afectado por las revueltas y el político que tuvieron durante 59 años.

Es ingenuo esperar que quienes sostuvieron un régimen de partido único, persiguieron la oposición y violaron derechos humanos sean ahora guardianes de la revuelta prodemocrática. El nuevo gobierno civil, en cabeza de Adly Mansour, empezó desatando una cacería de brujas y cerrando medio de comunicación, muy a la usanza de los militares, lo que muestra un pésimo comienzo.

Los militares de Argentina fueron juzgados gracias a un proceso democrático hecho por civiles; en Guatemala gracias a una comisión de la verdad, que no se ve en la agenda egipcia inmediata; en Irak, el ejército fue disuelto por decisión del ocupante Estados Unidos, y en Siria ya más de veinte generales se han pasado al lado rebelde. En ninguno de estos escenarios los militares habían concentrado tanto poder ni tanta capacidad camaleónica de adaptación política, y esa es su gran ventaja en Egipto.

El problema no es sólo el uso de la fuerza para expulsar a Mursi bajo la presión de los tanques de guerra en las calles, además de las multitudinarias marchas; el problema es que estos tanques tienen una agenda propia falsamente articulada con el movimiento popular. En 1952, los militares se apoyaron en la izquierda y en los Hermanos Musulmanes para expulsar al Rey Faruq I, hoy se apoyaron en los laicos y en los liberales para sacar a Mursi. El clientelismo armado y oportunismo institucional de 59 años de historia se resiste a desaparecer.

Los votos no conjugan bien con las botas. Gracias a las manifestaciones populares, cayó Mubarak y el mariscal Tantawi entregó el poder, y Mursi fue elegido y removido. Cuando empiecen las marchas contra la “trinidad” militar, económica y política del ejército, empezará la verdadera revolución.

* Profesor, Pontificia

 Universidad Javeriana

@DeCurreaLugo

Por Víctor de Currea- Lugo

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