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Cómo una pequeña región puede bloquear a la Unión Europea

La pequeña región de Valonia, en Bélgica, se opone al acuerdo entre la Unión Europea y Canadá, sobre todo, a los mecanismos que trae el acuerdo para solucionar los conflictos entre los Estados y las empresas. Sin embargo, hay otras razones para el disenso valón.

Juan Sebastián Jiménez Herrera
24 de octubre de 2016 - 09:41 p. m.
El primer ministro de Valonia, Paul Magnette.  / EFE
El primer ministro de Valonia, Paul Magnette. / EFE

Valonia, una pequeña región belga, tiene a la Unión Europea y a Canadá al borde de las lágrimas. Esta región, de 3.500.000 habitantes, ha decidido decirle No al acuerdo comercial entre Bruselas y Ottawa, mejor conocido como CETA. Y por ello Bélgica no ha podido avalar el tratado. Y sin el aval de Bélgica, este acuerdo, que lleva siete años de discusión, no puede ser implementado. Y si el acuerdo no se aprueba antes del jueves, la UE va a hacer, literalmente, el ridículo. Y es que para este 27 de octubre, está programada una cumbre entre la UE y Canadá, en la que se espera que el acuerdo sea firmado. De no aprobarse el CETA, la reunión no sería sino una triste pantomima.

Valonia rechaza, sobre todo, los mecanismos con los que cuenta el CETA para resolver los conflictos entre los Estados y los inversores. Pero, he ahí la paradoja, Valonia ni siquiera se vería afectada o beneficiada con un acuerdo comercial con Canadá. Del total de sus importaciones, apenas el 0,09% vienen de ese país. Mientras que apenas el 0,31% de sus exportaciones van hacia allá. En sentido estricto los intercambios entre ellos son menores. El rechazo de Valonia -que se mantiene incluso tras varios encuentros entre el primer ministro valón, Paul Magnette, y las autoridades canadienses y europeas- tiene otros ingredientes. Esta región padece desde hace décadas de una fuerte crisis económica, causada, entre otras, por la partida de varias multinacionales. 

Valonia, conocida como el corazón industrial de Bélgica, se ha visto afectada por el traslado de multinacionales como Caterpillar hacia otras regiones y, por ello, el discurso en contra del libre comercio ha calado tan profundamente entre sus habitantes. A lo que se suma desde hace un par de años el ascenso de la izquierda, de la mano del Partido Socialista y del Partido del Trabajo. Este sentimiento se hace evidente en las palabras de Magnette: "No estamos en contra de un tratado con Canadá, pero no queremos que se pongan en peligro las normas sociales, de medioambiente, la protección de servicios públicos y no queremos tribunales de arbitraje privados en los que las multinacionales puedan atacar a los Estados". 

Ese de hecho es uno de los tantos disensos entre Valonia y Flandes, las dos grandes regiones belgas. La primera ha estado, desde siempre, a la zaga de la segunda. Lo que ha generado que Flandes haya propuesto, en reiteradas ocasiones, su independencia con el argumento de que no quiere seguir "sosteniendo" a Valonia. No hace poco, en 2010, el disenso entre ambas regiones llevó a una crísis política en Bélgica que la tuvo sin gobierno durante más de un año. Ahora Valonia tiene está, literalmente, sacándose la espinita y tiene a la UE con los pelos de punta. El bloque atraviesa por una profunda crisis por cuenta del Brexit y sus coletazos, entre otros, una profunda crisis de legitimidad. 

De no poder llegar a un acuerdo con Canadá, una de las mayores economías del mundo, por cuenta del rechazo valón, no sólo se afectaría la economía europea sino además su legitimidad. Qué garantías les quedarían a otros socios comerciales si Europea no logra llegar a un consenso antes de implementar cualquier acuerdo. Esa es la principal lección de la crisis desatada por Valonia. Quedan pocos días para la cumbre UE-Canadá, tanto el primer ministro canadiense, Justin Trudeau, como el presidente del Consejo Europeo, Donald Tusk, se han mostrado confiados de que va a haber un acuerdo antes de la cumbre. Pero la pelota está en campo valón. Y puede que Valonia les arruine la fiesta. 

 

Por Juan Sebastián Jiménez Herrera

 

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