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La visión de túnel de Israel

La existencia de las vías subterráneas de Hamás ha replanteado por completo la guerra y la idea de cómo se vive en Gaza.

Alejandra Azuero Quijano* / Especial para El Espectador
03 de agosto de 2014 - 02:00 a. m.
Uno de los túneles inspeccionados por el ejército de Israel.  / AFP
Uno de los túneles inspeccionados por el ejército de Israel. / AFP

Israel anunció que no retirará sus tropas de Gaza hasta que todos los túneles de Hamás sean destruidos. Sin embargo, a pesar de sus promesas, ¿puede realmente el ejército de Israel evitar que el conflicto con Palestina siga evolucionando bajo tierra?

Hay un miedo creciente entre los israelíes respecto a aquello que yace bajo la superficie. Visiones de una “Gaza Underground” circulan en los medios de comunicación y la realidad de lo subterráneo aparece como nuevo territorio en donde se libra el conflicto. Atrás parece haber quedado la fantasía de infalibilidad que trajo consigo el Domo de Hierro. Hoy los israelíes siguen llevando la delantera militar y estratégica, de eso no cabe duda. Sin embargo, sus ciudadanos fantasean con visiones de túneles que se convierten en ciudades. Estas fantasías de metrópolis creciendo en el subsuelo hacen pensar en los rizomas, plantas que pueden seguir creciendo bajo tierra aun después de haber sido separadas de sus raíces.

El Times de Israel se pregunta: “Y si Israel anunciara en unos días que ha destruido los túneles de ataque de Hamás y el ejército retira sus tropas de Gaza, ¿que va a pasar? Es obvio que Hamás volverá a construirlos y más rápido... Serán tan grandes que Hamás necesitará policía para manejar el tráfico en su interior... o tal vez hasta instalen semáforos para los terroristas”. Por su parte, después de visitar un túnel descubierto recientemente cerca de un kibutz, uno de los líderes del lugar exclamó: “¡Es como entrar en el metro de Nueva York!”.

Los ataques perpetrados desde túneles están forzando a Israel a combatir en un terreno en el que su control sobre la Franja de Gaza disminuye significativamente. Mientras tanto, la opinión pública en Israel, sintiéndose vulnerable, acusa a la clase política por haber subestimado el sistema de búnkeres bajo tierra que Hamás usa como centros de comando y control. Para los israelíes, algo así implicaría que quienes viven en la superficie ya no pueden confiar en la capacidad de Israel para controlar Gaza a través de un sofisticado sistema de vigilancia y armamento aéreo. Teniendo en cuenta la indudable habilidad de Israel para desarrollar tecnología militar, lo más probable es que estos escenarios no dejen de ser sólo eso, fantasías. Sin embargo, la infiltración de militantes de Hamás constituye un golpe certero a uno de los pilares del proyecto de Estado en Israel: su impenetrabilidad.

Fuentes internas del ejército han reconocido los retos tecnológicos y operativos que impone hacerles la guerra a los túneles. Atacar desde el aire no es suficiente. Sin embargo, Netanyahu ha logrado transformar la desventaja estratégica en una justificación política para prolongar la operación terrestre. Entre más escurridizo sea el objetivo militar, menos posibilidades de que cesen las hostilidades.

Aun así, los túneles desafían la lógica de la ocupación en Gaza: al librar una guerra desde abajo, Hamás intenta reconfigurar la asimetría de poder que impone el control total del espacio aéreo. Eyal Weizman describe este fenómeno como la última simetría de un conflicto en el que las fuerzas en pugna son profundamente asimétricas. Sostiene que entre mayor sea la capacidad destructiva de Israel desde el aire, más profundo bajo tierra se moverá la resistencia armada en Palestina.

La percepción de inseguridad de los israelíes no es puramente fantasía. De los cientos de túneles que existen bajo Gaza sólo una mínima fracción llega a Israel; aun así, el territorio israelí se ha hecho más poroso. Los túneles, junto con los drones que Hizbolá ha instalado sobre Israel, así lo demuestran. Por su parte, la prensa ha creado una narrativa que da la falsa impresión de que el comercio ilegal en Gaza no es, antes que nada, una estrategia de supervivencia. Los túneles de abastecimiento que conectan la zona de Rafah en Gaza con Egipto crecieron exponencialmente cuando las condiciones del bloqueo se recrudecieron en 2007, tras la toma de poder de Hamás en la Franja. A medida que Israel ha impuesto un aislamiento más severo, el comercio entre Egipto y Rafah se ha vuelto un problema existencial.

Sin duda, Hamás es responsable de haber desviado fondos de uso público para la construcción de los túneles de ataque que hoy Israel intenta destruir. Sin embargo, Israel es responsable de los ciclos de destrucción que mantienen la infraestructura, la economía y los servicios básicos en Gaza al borde del colapso. Así lo confirmó un cable del Departamento de Estado de EE.UU. filtrado por Wikileaks: el objetivo de la ocupación israelí en Gaza es mantener a sus habitantes escasamente vivos.

Precisamente en este contexto, los túneles constituyen un intento por desafiar el ciclo de destrucción y “reconstrucción a medias” que ha sido una política por parte de Israel. Hamás intenta desafiar ese proyecto al tiempo que demuestra su habilidad para construir infraestructura. En la situación en la que se encuentra Gaza, construir constituye una forma legítima de resistencia. Tal y como lo describió Daniel Pelham, “los túneles han ayudado a Gaza a reconstruirse a sí misma mientras que donantes internacionales han incumplido con ayuda por un valor de US$4.500 millones”.

Sin embargo, no hay duda de que es irracional incitar a uno de los ejércitos más poderosos del mundo a que descargue su violencia sobre casi dos millones de personas confinadas en Gaza. Hacer Gaza invivible es una de las formas como Israel crea las condiciones de caos necesarias para que el Estado palestino sea una solución política inviable. Mientras tanto, Gaza está siendo aplastada entre dos guerras.

 

* Candidata a doctorado en Ciencias Jurídicas de la Universidad de Harvard. Candidata a doctorado en Antropología de la Universidad de Chicago.

Por Alejandra Azuero Quijano* / Especial para El Espectador

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