Cómo viví un día de terror en Bruselas

Ayer (martes) le tocó de nuevo a Europa, a Bruselas, la ciudad que me ha recibido y nos ha acogido a muchos.

Shila Sáenz H. Bruselas (Bélgica) - Especial para El Espectador
24 de marzo de 2016 - 02:04 p. m.
AFP / AFP
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Siempre es difícil describir el dolor que no se vive en carne propia. ¿Cómo hablar del dolor de las familias de las víctimas? del sufrimiento y la impotencia de mi propia familia que a cientos de kilómetros no tenía noticias sobre mí?

Ayer (martes) explotó de nuevo el odio, el horror que se vive a diario en diferentes lugares del mundo. Ayer (martes) le tocó de nuevo a Europa, a Bruselas, la ciudad que me ha recibido y nos ha acogido a muchos, con su mal clima y la inmensa solidaridad de su gente.

La rabia y la guerra nos persigue y siempre acaba con lo más vulnerable. Primero atacaron el aeropuerto, después la estación de maelbeek, el centro de las instituciones europeas, la ruta que utilizo a diario para llegar a mi casa, la ruta diaria de mis amigos para llegar a sus trabajos, la ruta diaria de mi vecina que ahora está en el hospital recuperándose de las múltiples heridas.

Bruselas es un lugar especial donde confluyen todos los idiomas, todas las religiones; un lugar donde hay cabida para la multiculturalidad y la tolerancia. Un lugar que me ha sorprendido por ver a diario como su gente, lejos de las políticas de l’UE, se ha organizado para recibir a los refugiados que huyen del mismo terror que ayer (el martes) experimentamos.

Una ciudad que, después de los atentados, volvió a movilizarse para brindar su ayuda, para donar sangre, para prestar sus hogares a las victimas, para transportar a la gente, sin importar su nacionalidad, desde y hacía Bruselas una vez que el transporte público fue totalmente cerrado.

Días después el panorama no ha cambiado y el sentir de la gente tampoco. Pese a las advertencias, la gente salió de nuevo a seguir con sus vidas, a rendir homenaje a las víctimas, a ejercer el derecho que tienen todas las personas del mundo de vivir sin miedo.

No es posible ser insensible e ignorar el dolor de las víctimas, sin importar lo que el despliegue mediático nos haga creer, todos lamentamos cada uno de estos ataques. A todos nos duele por igual perder a nuestros seres amados, tener que huir de nuestros hogares, tener que dejarlo todo.

Lo sabemos y lo hemos vividos colombianos, mexicanos, burundeses, cameruneses, sirios que convivimos y compartimos a diario nuestras historias.

Lo que pasó ayer (el martes) lamentablemente seguirá pasando, es nuestra realidad, es la cotidianidad de cientos de personas. Pero no podemos permitirnos volvernos insensibles ni castigar con indiferencia a las víctimas. Aun en medio del horror asoma la esperanza, plasmada en aquellos que en medio del caos se movilizan para ayudar, para seguir siendo humanos en medio de lo inhumano y lo absurdo de la guerra.

Por Shila Sáenz H. Bruselas (Bélgica) - Especial para El Espectador

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