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Colombia y México: el dolor sabe a lo mismo

En Pueblo Bello, Antioquia, lloran a 43 desaparecidos desde hace 24 años, así como lo hace Ayotzinapa hoy. Testimonio de dos hombres que han tenido que soportar el mismo infierno.

Diana Carolina Durán Núñez
30 de noviembre de 2014 - 02:00 a. m.

Bernardo Campos Santos y Eliécer Meza son dos campesinos que sobreviven de la tierra que arañan. El primero habita una humilde casa en Tixtla, en el estado mexicano de Guerrero: “No es grande pero es propia”, dice este hombre de 59 años, exigiendo que para esta historia se mantenga su nombre real porque no es un delincuente. Desde el pasado 26 de septiembre, don Bernardo se acuesta suplicando “Madre mía, padre mío, que nos los entreguen”: ese día, fecha maldita, su hijo José Ángel y 42 compañeros de la Escuela Normal Rural de Ayotzinapa fueron atacados por la Policía de Iguala y Cocula y entregados a la organización criminal Guerreros Unidos.

Desde entonces, a la pregunta ¿dónde están? sólo la sucede el silencio, el mismo que desde el 14 de enero de 1990 ensordece a don Eliécer Meza, un labriego que vivió en Pueblo Bello, corregimiento de Turbo (Antioquia), hasta que los ‘paras’ lo obligaron a volverse una estadística del desplazamiento. Tiene 81 años y sufre de mala circulación, de la presión y no oye por un oído. “Los médicos me tienen humillado”, afirma entre risas. Fue la única vez durante toda la entrevista que rio. Don Eliécer lleva 24 años llorando ríos por su hijo Juan Bautista y la cuenta sigue porque para él ése que la Fiscalía le entregó en una cajita el año pasado, ése no era su muchacho.

Este relato es apenas un pincelazo de la lucha por los 43 desaparecidos de Ayotzinapa y los 43 desaparecidos de Pueblo Bello. Resume el amor inagotable que los padres les profesan a sus hijos, y la herida honda que se forma en el alma de la gente buena cuando el Estado deja de estar de su lado y se convierte en su enemigo.

La desaparición

Tixtla, Guerrero, 2014

–Nos enteramos porque en una camioneta iban el chofer y otro voceando con una bocina que se presentaran los padres de familia en Ayotzinapa, que había ocurrido una demalas en Iguala.

–¿Qué les dijeron al llegar a la escuela, don Bernardo?

–Que había habido una balacera, que había muertos y heridos, que a los demás los habían agarrado; pensamos que estaban en la Procuraduría o en la cárcel. Al día siguiente, como a las 11 de la noche, llegaron dos autobuses. Corrimos con ansias de ver a nuestros hijos, pero cuando los muchachos se bajaron y ya dijeron ‘son todos’ nos dimos cuenta que no todos habían vuelto.

Pueblo Bello, Antioquia, 1990

–Esa noche, cuando se terminaba el culto de los jóvenes en la Iglesia Presbiteriana Príncipe de Paz, llegaron y nos acorralaron. Que nadie se moviera, que se quedaran las mujeres, que los hombres salieran a la carretera. No recuerdo cuántos eran, imagínese, uno aterrorizado. Nos hicieron poner boca abajo con los ojos cerrados. Yo tenía agarrado de la mano a mi hijo Samuel, Juan Bautista estaba como a tres metros. Pasaron por encima de nosotros y lo cogieron.

–¿Y él no gritó, don Eliécer?

–No gritó, no dijo absolutamente nada. Los hombres esos dijeron ‘somos los Tangueros y nuestro jefe es Fidel Castaño’.

Comienza la búsqueda

Tixtla, Guerrero, 2014

–El 28 de septiembre nos fuimos con otros padres de familia por la autopista que va derechito a México. Nos desviamos por Huitzoco, después a Tepecoacuilco, de allí llegamos hasta Iguala. No vimos nada. Como el 1° o 2 de octubre nos fuimos a declarar a la Procuraduría de Chilpancingo todos los padres de familia.

–¿Qué declaró usted, don Bernardo?

–El nombre de mi hijo es José Ángel Campos Cantor, tiene 32 años, ojos negros y pelo lacio, es moreno, robusto, mide 1.70 y está vivo. Ya después empezó la búsqueda, la búsqueda, la búsqueda, pero no, no nos dieron respuesta.

San Pedro de Urabá, 1990

–Al siguiente día nos fuimos para San Pedro de Urabá, como allá había una base militar... Preguntamos y nos dijeron que por ahí no había pasado nadie.

–¿Les creyeron, don Eliécer?

–Qué va. Los militares sí sabían. Investigando supimos que un carro donde llevaban a la gente embarcada se les dañó en las ‘Residencias Viajero’, que están después de San Pedro. Tuvieron que parar como media hora para buscar quién les compusiera el carro y de ahí salieron pa’ Las Tangas.

(La Corte Interamericana de Derechos Humanos, que condenó a Colombia por este caso en 2006, concluyó que la Fuerza Pública colombiana no había hecho lo suficiente para evitar que un grupo de unos 60 paramilitares ingresara a Pueblo Bello en una hora de circulación restringida para secuestrar a 43 personas y esfumarse).

Cazando esperanzas

México D.F., 2014

– Nos fuimos todos los padres de familia a México a hablar con Peña, Murillo y Osorio.

(Peña es Enrique Peña Nieto, presidente de México; Murillo es Jesús Murillo Karam, procurador general; y Osorio es Miguel Ángel Osorio Chong, secretario de Gobernación).

–¿Dónde los recibieron, don Bernardo?

–En el Palacio de los Pinos. Al entrar luego luego nos recibió puro catrín con corbata, saco, todos bien arregladitos. Nos dijeron que pusiéramos las mochilas que las iban a registrar, pensarían que llevábamos armas. El presidente saludó a todos de la mano, para qué. Los del comité de padres de familia le leímos una demanda que le llevábamos directo a él. Nos contestó que iba hacer lo posible. Nos pidió tres meses, mes y medio, no recuerdo. Le pedimos que nos firmara un papel con todas esas palabras y que para cuándo nos iba a tener respuesta.

–¿Cuándo fue esa reunión?

–No me acuerdo de la fecha, señorita, es que como anda uno de aquí para acá, y con la preocupación, se me va la memoria.

–¿Les firmó el papel?

–Nos firmaron el papel Peña, Osorio y el procurador. Era una letra, una L, una raya así, pensarían que éramos tontos por las firmas que nos hicieron.

Montería, Córdoba, 1990

Unos días después, una comisión de los familiares de los desaparecidos nos mandó a otro muchacho y a mí a Montería, a la Policía, para investigar qué había pasado. Llevábamos una carta de la Registraduría.

–¿De la Registraduría, don Eliécer? ¿De pronto quiere decir de la Procuraduría?

–Esa, esa, de la Procuraduría.

–¿Y qué decía la carta?

–Era recomendación para que no nos fueran a hacer nada, me imagino yo, no la leí. En ese tiempo las cosas estaban delicadas.

–¿Quién era el joven que lo acompañaba?

–Lo llamaban Elías. No era familiar de ningún desaparecido, pero es que nadie se atrevía a ir conmigo y él se ofreció a acompañarme. A los pocos días él tuvo que irse del pueblo y después supimos que lo habían matado. Debía tener 24 años. Llegamos al comando de Policía como a las 7 de la noche, le entregamos la carta al que estaba en el puesto de ahí adelante. Nadie nos dijo nada, sólo nos llevaron a donde ellos dormían. Pero uno qué iba a dormir. Al otro día, como a las 6:30 de la mañana, nos llevaron para el aeropuerto y nos dijeron que nos subiéramos a un helicóptero. Ahí yo sentí que se nos vino la muerte.

–¿Ustedes no se negaron? ¿No gritaron? ¿No pidieron ayuda?

–¡Estábamos asustados! Se elevó el helicóptero y nos llevaron de Tierralta para arriba hasta la cabecera del río Sinú. Iban tres helicópteros juntos. Aterrizamos en Las Tangas. La Policía nos dijo que entráramos, pero ahí no había nada ni tampoco en la otra finca a la que nos llevaron, Linares.

(Las Tangas es una finca emblemática del paramilitarismo. Le pertenecía a Fidel Castaño. Allí fueron encontrados los restos de siete personas de Pueblo Bello).

–¿Qué pensaba cuando estaba en el aire?

–Sinú arriba sólo se veían montañas, despeñaderos. Ahí sí me asusté yo. Pensé que nos iban a vaciar por allá. Luego nos regresamos a Montería y los policías nos dijeron: “Pueden irse pa’ su casa”.

Sin miedo pero sin eco

Tixtla, Guerrero, 2014

–¿Siente miedo, don Bernardo? ¿Lo sentía antes?

–Yo voy a ser franco, ¿eh, señorita? Sinceramente, yo no tengo miedo porque sé que éstas son cosas de la vida. Nosotros aquí, campesinos, no tenemos miedo de narcos o secuestradores. Lo que digo es: todos somos pobres y a ellos los tienen secuestrados, ¿por qué están haciendo sufrir a los chamacos? ¿Por qué no nos hablan directo a nosotros? Que nos digan cuánto quieren. Quisiéramos que Peña nos diera una fecha y nosotros sí vamos, señorita. Pero, sinceramente, no tienen valor pa’ llamarnos. No quieren que les contradigamos su verdad, porque nosotros les estamos exigiendo desde la angustia y eso no quieren, que los sacudamos.

Turbo, Antioquia, 1990

–Luego de lo de los helicópteros hicimos huelga como 20 días en Turbo pero no nos pusieron atención. Nos cogimos un espacio en una casa del gobierno, una escuela o algo así. Esperábamos que alguien nos dijera qué había pasado. ¿Cómo era posible que ninguna autoridad respondiera?

(En los medios de la época, poco o nada se lee sobre los desaparecidos de Pueblo Bello. Mucho menos de la huelga).

–¿El alcalde de Turbo fue a hablar con ustedes, don Eliécer?

–Nada. Ni envió a nadie tampoco. Durante la huelga designamos a dos compañeros para que se fueran a investigar, estuvieron preguntando al uno y al otro y todo fue negativo. La dimos por perdida. Sin plata y sin nada tuvimos que regresar a la casa.

Ese momento maldito

Tixtla, Guerrero, 2014

–El procurador Murillo dijo que se los llevaron en una camioneta blanca, que los quemaron, que habían agarrado a testigos que estaban confesando. Nosotros no creemos eso, señorita, nos quieren hacer a un lado, todos nos mienten, quieren hacernos creer que nuestros hijos están muertos para que no andemos molestando. Nos quieren engañar, señorita, eso no está bien. Eso de que los quemaron no es cierto, los huesos en ese basurero eran de animales. Le tenemos fe a los químicos argentinos, en ellos sí confiamos.

(Desde la primera semana de octubre, técnicos forenses argentinos trabajan en la identificación de restos hallados en varias fosas comunes que las autoridades mexicanas han descubierto durante la búsqueda de los normalistas).

–Ellos nos dijeron que si encontraban algo nos lo iban a decir. No vamos a descansar hasta encontrarlos.

Montería, Córdoba, 1990

–Como a los tres meses y medio nos mandaron a buscar para ver quién estaba dispuesto a ir al Hospital San Jerónimo de Montería para identificar a los muertos de Las Tangas. Querían saber si alguien podía reconocer zapatos, cinturón, camisa, alguna señal. Yo recordaba que el hijo mío tenía una camisa verde ese día y dos dientes de platino adelante.

(En abril de 1990, Rogelio Escobar Mejía desertó de los paramilitares, rindió indagatoria ante el Juzgado Cuarto de Orden Público y delató, entre otras cosas, la ubicación de fosas comunes en Las Tangas que contenían los restos de 24 personas).

–¿Qué pasó al llegar al hospital, don Eliécer?

–Nos tuvieron cuatro días en espera de los cadáveres. Que vienen hoy, que en la noche, que mañana. Hasta que llegaron. El olor era tan fuerte que se pegó hasta en la ropa. Los cuerpos venían en bolsas negras, ya se estaban desvaneciendo. Todos esos días yo no sabía cómo andaba, parecía que flotaba, no entendía lo que me decían, estaba muy mal. Entre los cuerpos dos estaban sin cabeza. Había uno con camisa verde.

–¿Era su hijo Juan Bautista?

–No, el verde de la camisa no era igual a la del hijo mío. Algunos familiares sí identificaron a sus hijos ahí, los cogieron y acordamos cavar un hoyo en el cementerio y enterrarlos sin más señas, para que no se los fueran a robar.

Lo que nunca muere

Tixtla, Guerrero, hoy

–¿Usted es católico, don Bernardo?

–Aquí en la casa, católicos, católicos, como estar ligados diario a la iglesia, sinceramente no. Somos creyentes, vamos a misa a veces los domingos, cuando hay un matrimonio, un rezo, un difunto.

–¿Qué le pide a Dios en sus oraciones?

– Digo padre mío, madre mía, ablándales el corazón, que nos los traten bien, que estén bien que nos los devuelvan. Porque mi hijo está vivo, señorita.

Turbo, Antioquia, hoy

–La Fiscalía entregó los restos de siete víctimas de Pueblo Bello en abril del año pasado. Una de las personas identificadas era su hijo, ¿verdad, don Eliécer?

 

–A nosotros nos sacaron la sangre y después vino la Fiscalía a decir que el ADN coincidía. Pero a ese que me entregaron le faltaba un brazo y una pierna. Yo quedé dudoso; ése no era el hijo mío.

* dduran@elespectador.com / @dicaduran

Por Diana Carolina Durán Núñez

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