Memoria histórica, un conjuro contra la amnesia colectiva

Olivia Cadaval, curadora de la Institución Smithsonian, el grupo de museos, educación e investigación más grande del mundo, explica por qué es importante creer en la memoria histórica como parte fundamental de la educación en el país.

Olivia Cadaval*
24 de marzo de 2017 - 07:00 p. m.
Para Olivia Cadaval la memoria es una manera amigable de entender el contexto social y político en el que vive la gente.  / Andrés Torres - El Espectador
Para Olivia Cadaval la memoria es una manera amigable de entender el contexto social y político en el que vive la gente. / Andrés Torres - El Espectador
Foto: ANDRÉS TORRES/ EL ESPECTADOR? - ANDRÉS TORRES

En la cultura occidental, desde los tiempos más antiguos, nació una nueva manera de entender la memoria colectiva. Se llamó “conciencia histórica”. Su esencia radica no sólo en recordar el pasado para así crear una identidad colectiva y cohesionada, sino también en el intento de comprender el pasado y darle un significado. La idea de esta conciencia histórica la mencionó por primera vez uno de los historiadores judíos y profesores más importantes de los últimos tiempos, Amos Funkenstein, en 1989.

Para abordar la pregunta sobre por qué la memoria histórica es importante para la educación de las nuevas generaciones, empiezo por presentar este concepto de conciencia histórica mediante una explicación muy general, y las nociones de Amos Funkenstein sobre la memoria colectiva y la conciencia histórica, para ahora añadirle mi perspectiva como etnógrafa cultural que trabaja con la cultura tradicional viva. No estoy interesada solamente en promover la memoria histórica para entender y darle significado al pasado. Me interesa también darle sentido al presente y guiar el futuro.

En mi trabajo en el Centro de Tradiciones Populares y Patrimonio Cultural del Smithsonian intento conectar a las personas a través de experiencias culturales, específicamente diseñando proyectos que crean espacios para que la gente pueda compartir sus relatos basados en sus propias experiencias y memoria colectiva. Estas historias son un instrumento didáctico invaluable. Los estudiantes, al escucharlas, pueden relacionarse con ellas, disfrutarlas, aprender y, lo más importante, darle sentido al pasado y contar con una guía para lo que viene.

Con la memoria histórica y los relatos colectivos los estudiantes nunca serán pasivos. Las historias evocan diferentes asociaciones, sentimientos y recuerdos. Abren un camino hacia la autoconciencia. Es así como los estudiantes pueden preguntarse si esos relatos encajan de alguna manera o no en sus propias vivencias. Para ellos, la memoria es una manera amigable de entender el contexto social y político en el que viven, de concebir el pasado y el presente, y es también la forma en que imaginan el futuro.

De una manera muy experimental, los estudiantes pueden conectarse con la historia, con la comunidad y adquieren así un sentido de pertenencia. Si un acontecimiento que es evocado se relaciona con un lugar que les es familiar, el relato puede realzar su sentido de identidad y les da también referencias de quiénes son y de dónde vienen. Por ejemplo, la primera generación de jóvenes de la zona andina que están creciendo en Lima (Perú), muchas veces en comunidades migrantes y marginalizadas, pueden entender mucho mejor su historia personal si conocen los relatos de sus mayores que tuvieron que abandonar Ayacucho durante los tumultuosos años 80, cuando el Sendero Luminoso se apoderó de sus tierras.

La memoria histórica y colectiva invita a tener un sentido de pertenencia y conexión. Muchas veces la historia misma tiende a distanciar a sus lectores o a quienes están interesados por saber más de ella. En cambio, la memoria colectiva invita a establecer una interacción y alienta para que se mantenga una conexión.

La memoria histórica es también una manera de abordar la amnesia colectiva de momentos históricos dolorosos o vergonzosos, que no sólo son borrados del registro histórico de un país, sino que también causan un impacto en comunidades desplazadas, en donde se afectan las familias y o se atenta en contra del sentido de identidad de los más jóvenes. En Bogotá existe una población muy grande de jóvenes desplazados que se encuentran involucrados en proyectos de memoria. Pero todavía hay muchos que están por fuera.

Comprender el pasado puede ayudar a tomar decisiones en el futuro. Y la memoria histórica y colectiva también tiene el poder de curar las heridas.

El acto de recordar se hace público porque existe un lenguaje que está incrustado en la cultura, que se convierte en un sistema simbólico moldeado por la sociedad durante generaciones. Cuando en las familias se dan estas expresiones, es más fácil entender la historia. Hay una urgencia en el arte de contar historias, pues éstas son las que alientan la creatividad tanto de quien las oye como de quien las cuenta. La historia no es la perspectiva objetiva de los historiadores, sino las voces de la gente que recuerda, crea, interpreta y recrea su vida. Ellos tienen recuerdos y recuerdos de recuerdos.

Esto lo que crea es una democracia inherente en la memoria. Lo que tenemos es una pluralidad de voces y relatos relacionados a un solo evento, que no sólo nos dan una perspectiva más amplia de lo que pasó, sino que puede contribuir a la tolerancia en las diferencias. Con el tiempo, una persona puede modificar sus recuerdos dependiendo de las circunstancias y de quien escucha sus relatos.

Los recuerdos son creados para responder un propósito. A menudo dan testimonio de eventos dolorosos que nos pueden hacer sentir incómodos, sacudiéndonos de lo que solemos escuchar, pero también para que la resiliencia de esas personas nos inspire. La memoria histórica y colectiva complementa la educación convencional, tanto para iluminar y sensibilizar a los jóvenes sobre la historia reciente de su país, como para animarlos a que tengan una conciencia histórica y para que les den sentido a su pasado y a sus propias vidas.

 

* Doctora en estudios americanos y tradición popular de George Washington University. Trabaja con la Institución Smithsonian desde 1988.

Por Olivia Cadaval*

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