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‘Don Mario’, un ‘narco’ sin antecedentes

Paradójicamente el capo más buscado no tenía órdenes de captura por narcotráfico en el país.

Redacción Judicial
15 de abril de 2009 - 10:03 p. m.

En el corregimiento Manuel Cuello, del municipio de Turbo (Antioquia, oculto tras una palma y cubierto por unas sábanas, llegó a su fin la carrera criminal de Daniel Rendón Herrera, alias Don Mario. Un ex jefe paramilitar que, renuente al proceso de paz con el gobierno Uribe, se había reciclado en la violencia recobrando sus andanzas como narcotraficante, al punto que hoy representaba el objetivo número uno de la DEA y los organismos de seguridad del Estado colombiano. El cerco concluyó y cuando se agoten los formalismos de ley será enviado a una cárcel de Estados Unidos.

La fase final de la captura del capo se puso en marcha hace un par de semanas, cuando la Policía lo ubicó en el campamento en el que pernoctaba custodiado por su anillo de seguridad de cinco escoltas. La ‘Operación Rastrillo’ se concentró en un área de tres kilómetros que fue infiltrada por agentes del Comando Jungla que se hicieron pasar como ayudantes médicos, vendedores ambulantes o voluntarios de la Iglesia. En días previos, Don Mario había perdido a dos enlaces clave que cada tres horas le reportaban quién entraba o salía de la región próxima al puerto.

Según informaciones conocidas por El Espectador, el último filtro antes de acceder al capo se neutralizó con la captura de Jaime Culma, alias El Puma, uno de sus lugartenientes, y de Junith Márquez, una empleada del municipio de San Pedro de Urabá, quien al parecer tramitaba contratos para favorecer la red de apoyo del narcotraficante. Con apenas un escolta para su protección, y rodeado por más de 200 uniformados, comiendo arroz con sus propias manos, “acurrucado como un perro”, según el ministro Juan Manuel Santos, cayó en la madrugada de este miércoles y hoy está confinado en una celda de la Dijín.

Nacido en noviembre de 1964 en Amalfi (Antioquia), pasó su niñez en la vereda Las Ánimas, a donde había llegado huyendo de la violencia su familia, compuesta por 15 hermanos, y donde terminó por conocer a otra familia que cambió su vida y, en buena medida, la del país: los hermanos Fidel, Vicente y Carlos Castaño Gil, también oriundos de Amalfi, así como muchos otros jóvenes de la misma generación que se enrolaron en la espiral de las autodefensas, cuando empezó a cobrar forma en el nordeste antioqueño y la zona de Urabá el proyecto paramilitar que entró a combatir el avance de la guerrilla.

A finales de los años 80, al tiempo que su hermano Fredy Rendón, alias El Alemán, se alistó en el grupo de Los Guelengues en Necoclí, Don Mario fue reclutado para la guerra en San Pedro de Urabá. Cuando murió Fidel Castaño, los hermanos Rendón dividieron sus destinos. El Alemán se quedó en el Urabá apoyando a los Castaño y se convirtió en el puntal de penetración al inexpugnable departamento del Chocó y fundador del frente Élmer Cárdenas. Don Mario, seducido por Vicente Castaño y los dineros a raudales del narcotráfico, emigró a los Llanos Orientales para apoyar la expansión del bloque Centauros, al mando de Miguel Arroyave.

Conocido como El Arcángel, Arroyave, un veterano proveedor de insumos químicos para los narcotraficantes de la zona, acababa de salir de la cárcel La Modelo, de Bogotá, y encontró en Don Mario el socio perfecto para fortalecer el proyecto de las autodefensas con la bendición de los Castaño, al punto que de su mano el bloque creció desbordadamente hasta abarcar los departamentos del Meta, Casanare, Guaviare y Arauca. Una nefasta alianza que extendió sus tentáculos hasta Bogotá, convirtiéndose en la base para la creación del llamado bloque Capital.

Sus negocios y estrategias de guerra marchaban a la perfección hasta que, por diferencias de narcotráfico, el dúo El Alemán-Arroyave entró en guerra con sus pares de las Autodefensas Campesinas del Casanare, orientadas por Héctor Buitrago, conocido con el alias de Martín Llanos. La guerra fue a muerte. Un indeterminado saldo de víctimas quedó como recuerdo de días azarosos de enfrentamientos entre los urabeños y la gente del Casanare. El testigo José Raúl Mira Vélez, antes de ser asesinado, dejó una larga confesión sobre el imperio de impunidad y muerte que consolidó Don Mario en los Llanos.

En 2003, las autodefensas entraron en negociaciones con el Gobierno y Don Mario cumplió una doble labor: organizar los cuadros para la desmovilización, sin desactivar el negocio del narcotráfico, y regular la lucha de poderes que se desató dentro del bloque Centauros después del asesinato de Miguel Arroyave a manos de sus propios hombres, en septiembre de 2004. Sin embargo, Don Mario sólo se desmovilizó en agosto de 2006, junto con su hermano El Alemán. Tampoco en Urabá hubo desmovilización total y las rutas de las mafias se mantuvieron intactas.

Por eso, cuando el proceso de paz entre las autodefensas y el Gobierno entró en crisis y fue quedando al descubierto que los jefes del paramilitarismo eran también capos del narcotráfico, a Don Mario no le quedó difícil regresar a la clandestinidad y reencauchar a sus antiguos colaboradores. Pero a pesar de sus estrechos nexos con otro de los desertores del proceso, Pedro Oliverio Guerrero Castillo, alias Cuchillo, no regresó a los Llanos, retornó al Urabá y, de paso, ofició como articulador de las nuevas bandas criminales que se extendieron desde el Chocó hasta La Guajira, pasando por las sabanas de Córdoba.

Una vez reconstituido como capo, empezó a imponer su ley, incluso con sus antiguos socios en las autodefensas. Al margen de su confrontación con el Estado, según el ministro Santos, en los últimos 18 meses fueron asesinadas más de 3.000 personas por cuenta de los combos al servicio de Don Mario. Sus guerras dieron incluso para protagonizar un capítulo de barbarie que aún se salda sangrientamente en las comunas de Medellín y otros municipios del Valle de Aburrá, contra los hombres del extraditado jefe paramilitar Diego Murillo Bejarano, alias Don Berna, interesados en reconfigurar la temible ‘Oficina de Envigado’.

Hasta que colmó la paciencia de las autoridades y desde hace dos años, con orden presidencial de por medio y una recompensa de $5.000 millones por su cabeza, se convirtió en el blanco fundamental de la Fuerza Pública. De esta manera, poco a poco fueron cayendo sus más cercanos colaboradores. El principio del fin de su narcoimperio comenzó en agosto de 2008, cuando agentes del CTI y de la Armada capturaron en Cartagena a John Fredy Manco Torres, alias El Indio, su segundo de a bordo. Una detención que se le volvió un búmeran al esquivo Don Mario.

De hecho, a partir de esa captura se desató un escándalo mayor, en el que resultaron salpicados el empresario antioqueño Juan Felipe Sierra y el ex director de Fiscalías de Medellín y hermano del ministro del Interior, Fabio Valencia, el abogado Guillermo León Valencia, hoy preso y en juicio por sus nexos con la organización del capo de Urabá. Entonces el poder corruptor de Don Mario se dimensionó en sus reales proporciones y se evidenció la urgencia de capturarlo, pues al margen del narcotráfico ya tenía en la mira un propósito mayor: reagrupar el paramilitarismo bajo el irónico calificativo de Autodefensas Gaitanistas de Colombia.

Un maquivélico plan que no concretó porque fue capturado en retirada y nada quedó de quien fue conocido como el “controlador feudal de Urabá”. A pesar de dos décadas al servicio del narcotráfico y sus dineros ilegales, Don Mario, aunque registra cinco órdenes de captura por homicidio y concierto para delinquir, no tiene ni un solo requerimiento judicial por asuntos de droga. Paradójicamente, el más grande narco de Colombia tiene un prontuario más largo por este delito en Estados Unidos que en el país. Ahora, del computador que le fue incautado por la Policía se decantarán las verdades del nuevo capítulo de Don Mario en la cárcel.

Por Redacción Judicial

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