“Colombia es una fosa común”

John Fredy Ramírez, antropólogo forense que encabeza las exhumaciones en La Escombrera, en Medellín, ha vivido en carne propia el drama de la desaparición forzada.

Santiago Martínez Hernández
03 de agosto de 2015 - 02:00 a. m.
John Fredy Ramírez, antropólogo forense que dirige la búsqueda de 96 cuerpos que podrían estar sepultados en La Escombrera. / Luis Benavides
John Fredy Ramírez, antropólogo forense que dirige la búsqueda de 96 cuerpos que podrían estar sepultados en La Escombrera. / Luis Benavides

El antropólogo que tiene la tarea de buscar 96 cuerpos posiblemente sepultados bajo cinco millones de toneladas de escombros en la Comuna 13 de Medellín conoce en carne propia el dolor de la desaparición forzada y de la violencia paramilitar. John Fredy Ramírez, perteneciente al grupo de exhumaciones del CTI de la Fiscalía, perdió a su prima Viviana Ramírez en noviembre de 2001, luego de que un jefe “para” se ofendiera porque la joven le dijo que no.

“Viviana desapareció cuando tenía 19 años. Yo jugaba con ella cuando nos llevaban de vacaciones a Urrao, y lo primero que veía era a la niña feliz porque llegaban los primos de la ciudad. De una íbamos para el río. A ella la bajaron de un bus, un tipo que se disgustó porque ella no se dejó tocar y la mandó a desaparecer”. Estos hechos son relatados a El Espectador por Ramírez, quien desde la semana pasada adelanta una titánica labor que se realiza por primera vez en el mundo: buscar cuerpos en 75 hectáreas de basura, en un sector de Medellín conocido como La Escombrera.

Tiene 46 años. Ha sido consultado por distintos países como Argentina y México para compartir experiencias y sugerir hipótesis en casos tan difíciles como el de los 43 estudiantes de Ayotzinapa desaparecidos. Y no deja de pensar en el día en que conoció al victimario de su familia: “Justo en este trabajo me encuentro con la persona que me dice qué pasó con ella. Imaginate el drama: yo siendo policía judicial y teniendo al frente al hombre que me dice que la enterró, la desenterró y la botó al río siguiendo órdenes. Verme en este destino y tener que darle la cara al papá de Viviana, decirle que me vi con ese tipo que la enterró y la desenterró, pero que por ahora no podemos hacer nada, eso es muy complejo. Yo mejor que nadie puede entender lo que sufren las familias en La Escombrera”.

La Escombrera es un proyecto de geotecnia y arqueología sin precedentes en el mundo: ningún país había adelantado una exhumación bajo escombros. Según Ramírez, el grupo de la Fiscalía es pionero en el uso de maquinaria pesada para la recuperación de restos, ya que nadie ha buscado en un área tan extensa. Por eso la complejidad del reto, ya que, según él, no sólo se trata de la profundidad que hay que cavar y el tipo de suelo en el que se va a trabajar —no es natural, hay pedazos de teja, ladrillos, piedra, alambres, vidrios, basura, por lo que no se compacta con el tiempo—, sino que por primera vez se realizará el proceso en presencia de un colectivo de víctimas.

“Vamos a tener a las familias como veedoras. Hemos adelantado cátedras para que no les tengan miedo a las máquinas. No es un tema difícil de explicarles. Yo soy coleccionista de maquinaria pesada a pequeña escala, por lo que me traje los modelos para realizar las demostraciones. Ellas han entendido con claridad lo que se va a hacer. Están a no más de 100 metros de distancia de donde vamos a realizar la excavación, en un punto elevado, verificando las labores”, explica el antropólogo.

Junto con el grupo que trabaja en la zona, que incluye fiscales, asistentes, topógrafos y obreros capacitados por ellos mismos, ha realizado más de 300 exhumaciones y recuperado algo más de 400 cuerpos de personas desaparecidas en Colombia. Ramírez cree que los procesos de exhumación como el que tiene lugar hoy en La Escombrera son un paso para desenterrar verdades del conflicto. “Hay que entender que es un proceso lento, de paciencia, de cuidado, de articular un peso técnico y judicial con un drama humano: es lo más tenaz de lograr”.

El antropólogo, que comenzó a buscar cuerpos desde 1994, cuando era estudiante de la Universidad de Antioquia, dice que en su trabajo los funcionarios llegan a sentirse parte de las familias de los desaparecidos: “El que diga que no se apega a las víctimas en este trabajo es un mentiroso. O, si lo dice, es indolente y no es un profesional. El drama humano hace parte de este sentir profesional”. Por eso cree que es imposible saber cómo manejar la ilusión de una madre que ve la posibilidad, por más remota y difícil que sea, de encontrar por fin a su hijo.

“Si encontrás a alguno que te pueda dar una explicación, me lo presentás. Ellos están mirando todos los días ese cerro”. Ramírez no contempla el fracaso, por eso, ante la pregunta de qué tan probable es que en La Escombrera se halle de todo menos restos, responde: “No, no, no digás eso. Es frustrante. Hacer un trabajo pesado, con todo el profesionalismo, y encontrar algo que no es, no hay cómo manejarlo, es de lo peor. Aquí hay varias señoras que nos abrazan y nos piden que encontramos a sus hijas. Nos dicen: ‘Quiero morirme tranquila cuando la encuentre a ella’. Están centrando todas sus expectativas en este lugar. Eso no hay cómo manejarlo”.

Para Ramírez, la desaparición forzada es un crimen imposible de superar: “La ausencia nadie la supera, y peor aún en estas circunstancias. Estas personas simplemente vieron salir a su familiar, se despidieron y jamás lo volvieron a ver. Si para alguien que ha visto morir a un ser querido es difícil superar la ausencia, imaginate estas personas que ni siquiera los vieron muertos. Que no se les haya permitido llorarlos. Ni siquiera tienen el cuerpo”.

Ha sido tal el acercamiento con las víctimas, testigos de cómo los paramilitares, la Fuerza Pública y la guerrilla les arrebataron a sus familiares entre 2001 y 2002, que Ramírez no entiende la indolencia que se vive alrededor de la labor que hoy realiza la Fiscalía. “Mientras aquí estamos desenterrando, al frente las volquetas tiran escombros. Una sociedad clamando justicia y otra indolente tirando basuras. Eso es muy difícil, porque a menos de 50 metros hay víctimas viendo esta situación y nadie la para. Eso no se puede explicar”.

Ramírez señala que su labor como antropólogo se basa en un deber social, ya que, según él, “tenía que colaborar. Infortunadamente, la geografía de Colombia es una inmensa fosa común y esta inundada de ríos por los que flotan cadáveres sin nombre. Nos asistía el deber como profesionales y seres humanos de permitirles a las víctimas el derecho de llorar a sus muertos”. Según él, la Fiscalía ha logrado hacerles entender a las víctimas que es un proceso lento, de persistencia, y que el significado de recuperar un cuerpo es como el de una semilla que permite renacer un hogar.

Su máxima recompensa es el deber cumplido. No se ve ejerciendo otra profesión, porque “un abrazo de una persona de estas, que te dijo que te tienen en una cadena de oración, no tiene precio. Nuestro trabajo es valedero, así no tengamos premios, porque esos se los dan a quienes hacen capturas. Pero no los esperamos ni los hemos solicitado, porque la gratificación es un abrazo y que te digan: ‘Dios le pague’. Es satisfactorio y el deber cumplido nos deja dormir plenamente”.

Ya son más de 15 años los que lleva John Fredy Ramírez al servicio de la Fiscalía. Recalca que el cuerpo de antropólogos forenses tiene una experiencia sin igual y, jocosamente, dice que los huesos no lo mortifican. Al contrario, dice que es una relación misteriosa, muy interesante, al punto que les conversa. Por eso asimila su labor con el código de Caronte, el barquero de la  mitología griega, “aunque él los lleva al inframundo y nosotros hacemos lo contrario: los rescatamos de ese anonimato y clandestinidad y los llevamos a una luz, al seno de su hogar. Es que arrebatarles a las víctimas el derecho de sepultar a un familiar es atroz”.

Por Santiago Martínez Hernández

 

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