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“La conciliación le ahorró al país $1,4 billones”

Rafael Bernal, director del Centro de Arbitraje y Conciliación de la Cámara de Comercio de Bogotá, habla con este diario sobre la importancia de esta herramienta para el posconflicto.

María José Medellín Cano
04 de enero de 2016 - 02:26 a. m.

La Cámara de Comercio de Bogotá arranca el 2016 con un reto grande: ser la sede de la edición número 12 del Congreso Mundial de Mediación. ¿De qué se trata este evento?

Esta iniciativa es una de las más importantes del mundo, pues una vez al año agrupa en un país a diferentes expertos en mediación y solución del conflicto durante una semana. Colombia ganó la sede para el 2016 y recibiremos más de mil asistentes que hablarán sobre paz, reconciliación y posconflicto. Nos postulamos por una razón fundamental: esperamos con mucha expectativa y fe que el tema de las conversaciones en Cuba se concrete. Es una oportunidad muy buena para todos, pues los ojos del mundo están puestos en Colombia y nosotros mismos necesitamos con urgencia discutir estos temas.

En términos de conciliación, por ejemplo, ¿cómo está Colombia frente a otros países?

La situación es muy paradójica. La conciliación es un tema que cada vez toma más fuerza en el mundo, porque es una herramienta muy sencilla y rápida. Nace en la conversación que pueden tener dos personas que tienen un conflicto y de las soluciones que de esa charla se pueden establecer. Colombia siempre ha tratado de manejar las situaciones por esta vía y llevamos varios años implementando técnicas para lograrlo en problemas intrafamiliares, entre vecinos o en el trabajo, pero también en esferas mucho más complicadas. Mientras tanto, en Europa o Estados Unidos se han dedicado a estudiar, investigar y analizar. Ellos tienen libros y guías muy completas, pero nosotros tenemos mucha ventaja en su aplicación. Por eso nuestro nombre a nivel mundial es muy respetado.

¿Qué es lo más complicado de conciliar en Colombia?

Hay muchos temas complicados en el país. Pero cuando está en juego la familia, es lo más difícil. Nosotros somos una sociedad basada en las relaciones familiares y cuando se salen de cauce y ya nos les importan sus lazos, es muy grave y difícil de lidiar, pues (a los involucrados) no les importa ni siquiera preservar ese patrimonio.

El Sistema Nacional de Conciliación cumplió 25 años de vigencia el 11 de diciembre pasado. ¿Para qué ha servido?

Para esa celebración, el Departamento Nacional de Planeación (DNP) presentó un estudio en el que la Cámara participó activamente y una de las grandes conclusiones es que Colombia ahorró $1,4 billones en doce años gracias a los acuerdos de conciliación. Además, se logró evidenciar que cuatro de cada diez litigios se arreglaron en los centros de conciliación y que las audiencias para resolver los problemas tardan en promedio 45 minutos. Esto demuestra que hay una posibilidad mucho menos complicada y económica de resolver los problemas y así evitamos la congestión en los juzgados. Ahora lo que necesitamos es aumentar la cobertura de estos centros, pues en este momento solo hay presencia en 400 municipios de todo el país.

Si es tan sencilla y rápida como usted dice, ¿por qué seguimos recurriendo a los jueces y llenando de procesos sus oficinas?

Creo que hay dos explicaciones. La primera es porque hemos construido una sociedad y una cultura alrededor de la guerra. Creo que la mejor manera de explicar las consecuencias de esta situación es con las facultades de derecho que están convencidas de que lo importante es graduar buenos litigantes, es decir, buenos “pelietas”. ¿Pero ahí dónde entran la paz y el posconflicto? Tenemos que profundizar en la resolución pacífica y conversada de los conflictos, porque si no lo hacemos, vamos a permanecer en ese estado vegetativo de vivir agarrados y peleando por todo. No podemos hacer una batalla campal por cada problema.

¿Cuál es la segunda explicación?

Que en Colombia nos acostumbramos, por ese mismo chip cultural de la pelea, a saltarnos los caminos de conciliación. Lo natural sería hablar y tratar de llegar a una solución pacífica, pero aquí lo que hacemos es volverlo todo judicial o penal y eso es echarlo a la caneca, porque el sistema judicial está colapsado y no hacemos otra cosa que criticar a la justicia. Pero nosotros somos los mismos culpables de que estemos así. Le pedimos al juez que trabaje sin descanso para que solucione los problemas que no fuimos capaces de conciliar. Hay un ejemplo con la medicina que es perfecto para explicar esta situación: si uno tiene un malestar, va al médico y si el profesional no hace las preguntas ni habla con el paciente, termina operado y sin un riñón cuando lo único que necesitaba era una aspirina.

Pero al tratar de conciliar con una EPS, por ejemplo, y no autoriza la entrega de un medicamento para una persona con cáncer, la solución muchas veces es presentar una tutela.

Es que el común denominador en estos casos es saltarse los pasos y de una vez presentar la tutela. Independientemente de las diferentes situaciones en las que no se respetan derechos fundamentales y las personas recurren a esta instancia, aquí lo importante es entender que estamos ante una situación en la que ya los jueces no nos pueden ayudar porque están atafagados. Lo normal es que estuvieran manejando entre 200 y 300 pleitos, pero nosotros nos hemos encargado de que manejen cuatro veces esa carga laboral. Estamos volviendo completamente inútil algo necesario. Ahí entra otra dinámica cultural: que nadie quiere hacer su trabajo correctamente. Pero cambiar no es tan complicado. Es cuestión de voluntad.

Ante ese escenario de posconflicto, ¿cómo cree que está Colombia para enfrentarlo?

Yo veo ese panorama muy complejo y ya vamos muy tarde con los cambios. Lo bueno es que no necesitamos cosas sofisticadas para adelantarnos. Lo fundamental aquí es entender que no se trata de llenar el país con jueces para que solucionen las cosas. Pero tampoco podemos pretender que vamos a entrar al posconflicto y no vamos a tener turbulencias. Vamos a tenerlas y van a hacer muy duras. Tenemos que pensar cómo construir una estructura simple, asequible y con una mayor cobertura para manejarlas. Que el Congreso de Conciliación se vaya a realizar aquí es muy positivo para llegar a ese punto. Pero también necesitamos combinar el trabajo del sector privado con el público, porque no podemos seguir con esa manía de que todos los problemas son culpa del Estado. Podemos hacer cosas muy buenas si nos quitamos esa hojarasca.

Por María José Medellín Cano

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