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El excéntrico gusto de los 'narcos'

Los pormenores de la boda del capo de ‘Los Urabeños’ recuerda la que ha sido la regla de la mafia: una vida de extravagancia y de gastos inverosímiles.

Sebastián Jiménez Herrera
13 de julio de 2012 - 11:18 p. m.

El gusto narco

Grabados de Botticelli en el papel higiénico, cuadros de Picasso y Miró al lado de retratos tamaño gigante de los diferentes capos. Los mafiosos intentaron una y otra vez distinguirse de otros millonarios comprando costosas obras de arte, aunque la mayoría de ellos poco o nada sabía de pintura o escultura. Incluso, hay un anécdota de un periodista que una vez visitó a un narco y notó que en su residencia el mafioso tenía un cuadro de un afamado pintor colombiano que estaba roto en una parte. Cuando le preguntó el por qué de la fisura, el traficante le dijo que esa parte de la obra no le había gustado y entonces había decidido cortarlo y ponerle un marco nuevo. Otros narcotraficantes les tapaban los penes a los ángeles de los cuadros que compraban, porque consideraban que si otros los veían creerían que ellos eran homosexuales.

El sueño de Lehder

Dicen que el narcotraficante Carlos Lehder no hablaba de otra cosa sino de su obsesión con los Rolling Stones, con que tocaran en su Posada Alemana, a las afueras de Armenia. Allegados suyos contaron que el capo hablaba del dinero que les iba a pagar y cómo iba a ser la logística del evento; incluso, dónde pondría los parlantes para que todos pudieran escuchar a la banda que este año cumple su medio siglo de existencia. Nunca se supo de acercamientos entre el narco y los artistas, y el concierto quedó como una ilusión. Lehder era un fanático del rock, a la entrada de su mansión tenía una estatua y fotos gigantescas del beatle John Lennon, a quien admiraba. Sus fiestas eran sexo, drogas y rock and roll, pues este era el único género musical que se escuchaba en ellas.

Las apuestas de los capos

Los narcotraficantes son fanáticos de las apuestas. Podían perder o ganar hasta  $100 millones en partidas de billar. A veces apostaban ridiculeces. Se sabe que Gonzalo Rodríguez Gacha en ocasiones apostaba qué  caballo llegaría último o  qué jugador de fútbol metía el primer gol del partido. Incluso apostaba con sus socios sobre cuál de ellos era el primero que se dejaba tentar por unas prostitutas que él contrataba específicamente para que los convencieran con sus movimientos. Carlos Lehder, consumidor compulsivo de marihuana —se dice que al día fumaba entre 20 y 30 cigarros del doble de tamaño de los normales—, le apostaba millones de pesos a sus amigos y allegados a ver quién era el primero en armar un ‘porro’ de marihuana sobre un caballo corriendo a todo galope.

Los automóviles de la mafia

Para aparentar, los narcotraficantes ‘engallaban’ sus vehículos hasta el punto de hacerlos inútiles. Carlos Lehder le habría agregado a una camioneta un blindaje tan pesado que era necesario cambiarle el embrague cada 15 días. Lehder tenía otro carro, un Mercedes-Benz, que podía echar aceite y tachuelas por la parte trasera en caso de que el capo fuera perseguido, a la usanza de James Bond.Los narcotraficantes del cartel de Medellín acostumbraban tener en sus carros palanca de cambios y timones de oro. Pablo Escobar decía tener entre su colección de automóviles lujosos el carro que condujo el mafioso italoamericano Al Capone, y un traficante de La Guajira, de la época de la bonanza marimbera, llegó a usar un taladro para abrirle huecos a su carro y luego decirles a los incautos que eran el resultado de un tiroteo con gángsters estadounidenses, del que había salido ileso.

Los visitantes de los narcos

La asistencia de artistas de renombre a las fiestas de los narcos  era el común denominador de estas épicas parrandas. Cantantes vallenatos, de salsa, rancheras, del género que al capo se le antojara, desfilaban por su mansión. Incluso, de acuerdo con Fernando Rodríguez Mondragón, hijo del capo Gilberto Rodríguez Orejuela, en una ocasión su padre recibió la visita del cantante mexicano Juan Gabriel. Al final de la parranda, en un arranque  de emoción, el cantautor habría besado a Rodríguez Orejuela, por lo que tuvo que ser sacado rápidamente de la fiesta y enviado de regreso a su país. Rodríguez Mondragón cuenta que a otra reunión organizada por los capos asistió todo el elenco del famoso programa ‘El Chavo del Ocho’, contratado para entretener a los hijos de los narcos. Todos ellos han negado haber participado en  tales encuentros.

El buen gusto del narcotráfico

Los narcotraficantes acostumbraban invitar a sus allegados a reuniones que pretendían ser del más alto refinamiento. Para ello contrataban bufés con comida internacional y entre más raros fueran los nombres de los platos, mejor. El problema es que la mayoría de las personas no gustaban de la comida del extranjero y ésta se echaba a perder. Toneladas de alimentos se perdieron después de una rumba que organizó Carlos Lehder y en la que se ofreció marihuana a todos los asistentes. Nadie probó bocado, en cambio todos salieron drogados de allí y toda la comida se avinagró.

Urdinola siempre ganó la lotería

Del capo del cartel del Norte del Valle hay una anécdota que recoge el libro Narcoextravagancia, del periodista Óscar Escamilla. Según la investigación, Iván Urdinola Grajales se ganó varias veces la lotería. La última vez fue en 1994, cuando estaba en la cárcel acusado de narcotráfico. En esa ocasión ganó $200 millones al acertar con el número 5937 de la serie 1231 de la Lotería de Bogotá.

La fortuna parecía perseguir misteriosamente a Urdinola: varias veces se embolsilló los premios mayores de otras loterías, al punto de ganar alguna vez hasta $600 millones, un dineral entonces. Aunque las autoridades rastrearon en su momento si Urdinola lavaba de este modo plata del narcotráfico, nada se pudo probar. Pero está visto que nadie tiene tanta suerte.

En febrero de 2002 Iván Urdinola fue encontrado muerto en su celda de la cárcel de alta seguridad de Itagüí (Antioquia). Se dice que fue envenenado.

 

 

 

Por Sebastián Jiménez Herrera

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