El hombre con parálisis cerebral que lucha contra el Estado

Lleva tres años batallando contra el Estado para que le concedan la pensión de su padre fallecido. Hoy sufre de una vejez prematura y de una artrosis múltiple.

María Camila Rincón Ortega
21 de septiembre de 2014 - 10:16 p. m.
El hombre con parálisis cerebral que lucha contra el Estado

Desde hace 52 años, Mario Ernesto Camargo ha enfrentado, con una entereza que aprendió de sus padres, la parálisis cerebral que sufre desde que nació. Una complicación en el parto de su madre impidió que por unos segundos llegara oxígeno a su cerebro. Cinco décadas después, Mario Ernesto no sólo desafió los pronósticos médicos que le auguraron una corta y complicada vida, sino que también logró valerse por sí mismo. Estudió una carrera en la Universidad Nacional y desde hace 20 años trabaja para una reconocida entidad pública. Un hecho del cual él se enorgullece, pero que, paradójicamente, es el motivo de la batalla jurídica que hoy libra.

En su columna de este domingo de la Revista Semana, el periodista Daniel Coronell reveló que a Mario Ernesto le fue negada la pensión de su padre, porque no dependía económicamente de él. En otras palabras, como podía trabajar y valerse por sí mismo, entonces no tenía necesidad de acceder a un derecho amparado por la Constitución para las personas discapacitadas. Mario Ernesto le explicó a El Espectador que hace tres años, cuando su padre falleció, se acercó a la Caja Nacional de Previsión Social (Cajanal) para reclamar la pensión de superviviente y en un documento le comunicaron que no se la concedían porque “es una persona emancipada y empleada” y por eso “no presenta el elemento de dependencia económica”.

Irónicamente, en el misma misiva, Cajanal reconoció que Mario Ernesto tiene una discapacidad de 69.2% y lo que la norma exige para ser acreedor de la pensión es del 50%. Es decir, él sí cumple con este requisito, pero no con el de depender exclusivamente de su padre. Básicamente, trabajar y estar ad portas de cumplir 20 años en la entidad donde labora se le convirtió en una cruz: “Con una discapacidad cerebral como la mía, independientemente de lo que yo haya logrado, no tiene por qué ser impedimento alguno para que acceda a mis derechos de sustitución pensional. A mí no me pueden negar mis derechos porque me superé. Eso es injusto”, sostuvo Mario Ernesto.

Y agregó de manera vehemente que con su caso el Estado y la justicia están mandando un mensaje preocupante a las personas que sufren su misma enfermedad: “¿Con qué cara le van a pedir a un joven con parálisis cerebral que haga todo lo posible para superarse si después le van a negar sus derechos? El mensaje es claro: Quédese estancado que le va mejor, porque si yo no hubiera trabajado hoy estuviera pensionado por mi padre, así de fácil”. Y es que Mario Ernesto lleva cuestas muchos años de esfuerzo que le permitieron conseguir su trabajo. Primero se enfrentó a un colegio, a algunas burlas de sus compañeros, y a un nivel académico como el de cualquier otro alumno. En el colegio Mayor Nuestra Señora del Rosario conoció los primeros frutos de su descomunal esfuerzo. Según relata Coronell, tenía una habilidad excepcional para las matemáticas y así se ganó el respeto de profesores y estudiantes. Culminado el bachillerato, entró a la Universidad Nacional para estudiar Estadística. Allí se graduó con unas calificaciones admirables. Y como si ningún punto fuera suficiente para conformarse hizo un par de especializaciones.

Todos esos logros Mario Ernesto los alcanzó padeciendo algunas secuelas propias de la parálisis, como la dificultad al hablar. Sus palabras se articulan cuidadosamente y con un esfuerzo descomunal para que su interlocutor pueda entender lo que dice. Tal vez a la fuerza de la práctica hoy sus frases son comprensibles. Eso sí, a veces se nota que quisiera expresar sus ideas más rápido pero los músculos de la boca no le responden a la velocidad que desea. Puede sentarse solo, acomodarse, incluso extender sus brazos y dedos para enfatizar un punto. Aun cuando sus manos tienen un movimiento incesante e involuntario. Le gusta reír y hacer reír. “Somos seis y yo soy el quinto… y no hay quinto malo”, respondió entre risas ante la pregunta de cuántos hermanos tenía.

Sin embargo, la misma parálisis le ha generado a Mario Ernesto una serie de dolencias que con los años han empeorado y que le siembran la duda sobre cuánto tiempo más pueda seguir laborando. Sufre de un envejecimiento prematuro, algo que él, entre risas tradujo en que se volvió “viejito” antes de tiempo. A las dolencias musculares que le comenzaron hace casi cinco años ya sabe cómo llamarlas: artrosis generalizada múltiple. “O sea, esa enfermedad me afecta a nivel de todas las articulaciones y la columna. Todo mi cuerpo me duele”, añadió. Y, como si fuera poco, se cae casi todos los días, desde que tenía siete años. “Cuando empecé a caminar lo hice con una estabilidad muy pobre, muy limitada. En el colegio no salía a recreo porque me vivía cayendo. Usted me empuja con un soplo y yo voy a parar tres metros adelante. Ahora estoy pagando esas caídas y los resbalones. En el trabajo me hacían suturaciones cada tercer día”, contó Mario Ernesto.

Con todas sus limitaciones físicas, él continúa en un proceso para reclamar la pensión que le corresponde. Luego de que apelara la primera decisión de Cajanal y esta entidad volviera a negarle el acceso, Mario Ernesto interpuso una tutela que fue rechazada en un juzgado, en el Tribunal Superior de Bogotá y que cuando llegó a la Corte Constitucional no fue seleccionada para su revisión. En su decisión, el Tribunal de Bogotá consideró que cuando se le negó la pensión “no se advierte comprometido el mínimo vital, el derecho a la salud, ni a la seguridad social del demandante; menos aún, que se genere para el mismo un perjuicio irremediable”.

Lo anterior porque, de nuevo, se probó que Mario Ernesto estaba vinculado a un cargo profesional en una entidad pública, al que además llegó por concurso, y sus ingresos le permiten subsistir tanto dignamente como tener acceso al sistema de salud. Además, para el Tribunal, no es un argumento suficiente el hecho de que él no sepa, por su misma enfermedad, hasta cuándo pueda trabajar: “en el evento de producirse la pérdida total de la capacidad de laborar, hecho futuro e incierto (…) que de configurarse podrá acceder entonces el nombrado (Mario Ernesto) a la pensión de invalidez”. En otras palabras, esta corporación sostuvo que hasta tanto su enfermedad no le impida trabajar, él no tiene derecho a la pensión de su padre.

Y remata el Tribunal asegurando que el objetivo de la pensión de sustitución a favor del hijo discapacitado “no es la de conceder tal prestación de forma automática, sino la de garantizar la subsistencia posterior de quien dependía económicamente de la persona fallecida, esto es del que por razón de su capacidad no está en condiciones de generar ingresos”. Sin embargo, Mario Ernesto insistió en que con él se está cometiendo una injusticia. Máxime cuando “el régimen de beneficiarios de pensiones no le exige al cónyuge una dependencia económica del fallecido y a mí sí. Eso es inconstitucional, es una desigualdad. Es ilógico que un cónyuge tenga mayores posibilidades de sustituir a su pareja que un discapacitado”.

A Mario le gusta trabajar y le gusta lo que hace. No en vano lleva dos décadas con la misma entidad estatal, pero la preocupación es tan evidente como su enfermedad. “Lamentablemente, mis recursos son limitados. Si yo tuviera más recursos me pondría en un tratamiento para evitar este tipo de molestias musculares y tener la certeza de que voy a seguir trabajando. Algunos dicen que me puedo pensionar a los 55 años con mil semanas cotizadas y otros dicen que no, como con lo de mi papá. Sé que mi pensión va a ser otra lucha”, concluyó. Hoy Mario lucha por un derecho que, está convencido, le corresponde tal como ha batallado esa parálisis cerebral desde el momento en que nació y decidió no rendirse ni dejarse amilanar por los comentarios y la presión social que lo hacían sentir menos. Su caso ha despertado bastante solidaridad en lo opinión pública y valdría la pena que las autoridades judiciales revisen su caso, pues hoy espera ganar la pelea por sus derechos. 

 

mrincon@elespectador.com /

Por María Camila Rincón Ortega

 

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