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El indescifrable camino del parricida

El Espectador consultó a varios expertos para intentar comprender las complejidades que se esconden detrás del homicidio de un padre a manos de su propio hijo.

Jaime Flórez Suárez
14 de septiembre de 2015 - 09:39 p. m.

Si hay un vínculo afectivo que parece inquebrantable es el que se forma entre un padre y un hijo: un lazo idealizado hasta el punto que es difícil asimilar que también se deforma, se rompe. Primero llegó la noticia desde Estados Unidos: tiene 13 años y mató a su mamá con un cuchillo, a su mamá colombiana. Cuatro días después, el pasado 5 de septiembre, los medios nacionales registraron un evento casi calcado: adolescente, 17 años, apuñala a su madre, una fiscal de Medellín. ¿Por qué? Frente a esa pregunta instintiva, cualquier respuesta parece inverosímil.

No se puede hablar de un prototipo de parricida. Ni siquiera resulta sensato establecer un perfil para los perpetradores de estos actos porque, aunque suene a verdad de Perogrullo, cada caso tiene sus particularidades. Desde las ciencias forenses, sin embargo, se estudian aspectos que pueden derivar en algunos rasgos comunes de los parricidas: sus antecedentes, sus motivaciones, la planificación del crimen.

Un caso para intentar entender cómo funciona el parricidio: el 17 de abril de 2003, Giovanny Ángel Moreno asesinó a sus padres y a su hermano en el apartamento de la familia, ubicado en el occidente de Bogotá. Ángel Moreno estaba resuelto a tomar el carro familiar para salir de viaje con su novia. Su madre y su hermano se opusieron a sus pretensiones, lo que desató una discusión acalorada. El joven de 28 años estalló. A la mamá le disparó en la boca, al hermano en la frente y al padre en la nuca.

Investigadores de la Sección de Análisis Criminal del CTI dicen que las conductas parricidas tiene un detonante claro: un momento de máximo estrés o de ira, por ejemplo. Sin embargo, la ejecución del asesinato se fermenta en la mente del (o la) homicida con anterioridad, en algunos casos, incluso, desde los primeros años de vida de la persona, y está determinada por toda clase de factores, como el momento que atraviesa en su trabajo o en sus relaciones afectivas.

No obstante, agregan los analistas, en el (o la) parricida es determinante la manera de relacionarse con su familia. En estos casos, el victimario suele acumular sentimientos de frustración y humillación, por parte de padres autoritarios o represivos. Pero, incluso, las sensaciones pueden tener bases equivocadas, pueden ser simplemente percepciones de un sujeto al que los actos más simples le parecen ataques personales.

En el caso de Giovanny Ángel Moreno, indagaciones de los investigadores, y el mismo testimonio del asesino corroboraron que Ángel Moreno se sentía despreciado por su madre, cuyo “favorito”, decía él, era su hermano. Éste, se supone, fue el motivo de fondo de su frustración. Después de ejecutar el triple homicidio, como lo había planeado, tomó el vehículo familiar y se fue de viaje con su pareja. Al regresar, en casa de su novia, fingió, para no levantar sospecha, que hablaba por teléfono con su familia. Incluso, utilizó químicos para disimular el olor de los cadáveres en descomposición y así mantuvo ocultos los cadáveres por varios días.

En contraste, los casos de parricidio conocidos la semana pasada fueron advertidos por las autoridades rápidamente, lo cual está relacionado, dicen los analistas, con la edad del asesino. A mayor edad, hay unas condiciones cognitivas que desembocan en una planificación más fría y “eficiente” del crimen y de las acciones posteriores a este. Al joven de 17 años que asesinó a su madre en Medellín, lo descubrió su tía el mismo día del asesinato –crimen aparentemente detonado por una discusión sobre la novia del muchacho- cuando torpemente intentaba envolver en bolsas de basura el cadáver, para luego montarlo a un carro.

Sin embargo, los móviles del parricidio no están motivados únicamente por la solución de un conflicto inconsciente, advierte Iván Perea Fernández, coordinador de psiquiatría de Medicina Legal en Bogotá. Son muchos los casos documentados en los que un hijo asesina a su padre para quedarse con su herencia o cobrar un seguro de vida. Asimismo, ni el odio ni la codicia son las únicas emociones ligadas a estos crímenes.

Carlos Framb, escritor antioqueño, le dio de beber a su madre, anciana y enferma, un veneno para que, según aseguró, muriera tranquila. Veneno del que él también tomó, para morir junto a su progenitora, con quien tenía una relación cercana y mediada por el cariño. Aunque se le condenó por inducción al suicidio y no por homicidio, el caso de Framb podría considerarse, de alguna manera, un parricidio motivado por la compasión.

La enfermedad mental está también asociada a estos crímenes. Un enfermo mental o un paciente con algún trastorno afectivo pueden, en un episodio sicótico, por ejemplo, ejecutar un parricidio. Sin embargo, aseguran los expertos de la Fiscalía, esto no los libra necesariamente de su responsabilidad, pues estar enfermo no siempre implica la falta de consciencia de la ilegalidad del acto. Intentar ocultar el crimen, sostienen los analistas, es muestra de que el asesino sabía lo que hacía.

Los expertos concluyen que para entender un parricidio es necesario, además de indagar por el victimario, revisar su entorno familiar. Pese a que cada caso tiene un sinnúmero de particularidades y algunos factores, en el análisis de los crímenes, parecen escaparse de la lógica - como que en Bogotá la tasa de homicidios descienda cuando llueve- siempre hay banderas rojas que advierten una conducta. Al preguntar por el parricida, probablemente alguien dirá que observó algo extraño, que percibía una disfuncionalidad en la persona o en su relación con sus padres, que algo le hizo intuir, alguna vez, que el parricida podría ejecutar el crimen.

 

 

Por Jaime Flórez Suárez

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