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El infierno de un colombiano en Noruega

Tras doce años como paciente terminal en ese país, Stefano Castellanos asegura que fue discriminado en dos hospitales por su condición de extranjero y de homosexual. Sigue esperando un trasplante.

María Flórez
30 de diciembre de 2014 - 03:01 a. m.
En documentos expedidos con una diferencia de cinco días, dos doctoras emiten conceptos contrarios sobre la salud mental de Castellanos.
En documentos expedidos con una diferencia de cinco días, dos doctoras emiten conceptos contrarios sobre la salud mental de Castellanos.

La historia de Stefano Castellanos, un colombiano nacionalizado en Noruega, es de no creer. A los 23 años llegó a ese país como turista y poco tiempo después se radicó allí como profesor de español e inglés. Sin embargo, del joven que disfrutaba la vida tomando cerveza y bailando en los bares de Oslo no queda ni la sombra. En 2000, ocho años después de haber llegado a Noruega, se desmayó en la calle. Tras una serie de exámenes los médicos del hospital universitario Ullevål le diagnosticaron epilepsia y le recetaron medicamentos con base en carbamazepina para controlar la enfermedad. Pero, según cuenta, nunca le monitorearon los efectos secundarios de la medicina, por lo que en 2004 fue diagnosticado con falla renal y se le informó que necesitaba un trasplante de riñón. Entonces empezó a afrontar una serie de agresiones en distintos hospitales noruegos que él ha asociado con su doble condición de homosexual y extranjero.

Recuerda Castellanos que de Ullevål salió corriendo cuando su médico tratante le pidió que usara su tiempo libre en el hospital para enseñarle español, sin remuneración alguna. Por eso solicitó traslado y fue enviado a Riks, el hospital nacional, donde tampoco se sintió bien atendido. Entonces viajó a la ciudad de Bergen e ingresó al hospital Haukeland, donde empezó su verdadero martirio. Ni bien llegó le pidieron que aprendiera a conectarse a la máquina de diálisis, lo que no acostumbraban hacer con el resto de pacientes. En 2009, tras las manifestaciones violentas de judíos en Oslo contra la ofensiva israelí en la Franja de Gaza, un enfermero noruego le dijo: “¿Sabe que Hitler fue bueno para Europa? Él mató extranjeros como usted, lo cual sería bueno porque pronto ustedes van a ser mayoría, mientras nosotros, los ciudadanos, seremos minoría”. Castellanos sintió pánico y asistió a una reunión con el jefe de enfermeros del hospital, en la que expuso el caso.

Al día siguiente, “el enfermero y un médico me recibieron con el saludo nazi”. Según él, le hicieron invivibles los cuatro días a la semana que asistía a Haukeland para que le practicaran diálisis: lo sometían a esperar más de una hora para que un taxi lo llevara hasta su casa, le daban pan viejo y mojado, y lo humillaban pidiéndole que agradeciera que los servicios médicos noruegos eran mejores que los colombianos. Peor aún, en mayo de 2009, la doctora Izeta Mujic le envió una carta informándole que lo expulsaban de la lista de espera de donantes porque era paranoico, sin que se le hubiera practicado ningún examen psiquiátrico. Desesperado, acudió a la psiquiatra alemana Christiane Weinert, quien el 11 de ese mes controvirtió el dictamen y aseguró que su estado mental era óptimo (ver facsímil).

Luego de ese episodio, los médicos de la sección de riñón de Haukeland lo expulsaron dos veces de la lista alegando que padecía problemas cardíacos y que tenía cáncer de vejiga, diagnósticos que más tarde fueron descartados. Sobre este último, Castellanos recuerda: “Me hicieron un examen que consistía en meterme una manguera para lavarme la vejiga y otra para sacarme el agua. De un momento a otro llegó un médico, de los que hacían las piruetas nazis, y les dijo a las enfermeras de la sección de cáncer y vejiga que se fueran. Entonces cerró la válvula que expulsa el agua y, como yo no podía del dolor, me puso cuatro inyecciones de morfina, hasta que casi me revienta”. En abril de 2011, cuando lo sacaron de la lista por tercera vez, se hartó del hospital y se fue a vivir a Tønsberg. En octubre le asignaron un riñón, por lo que viajó nuevamente a Oslo, que es la única ciudad en Noruega donde practican trasplantes.

Pero la felicidad desapareció cuando se enteró de que el nuevo riñón que le había sido trasplantado tenía insuficiencia renal terminal y estaba infectado. Una radiografía posterior reveló que el órgano había sido ubicado contra el colón, lo que le causaba fuertes dolores y hemorragia interna. Empeñado en mejorar su condición, decidió poner toda su energía en mejorar la salud del nuevo riñón. “Durante mucho tiempo comí fresas y frambuesas, porque leí que los frutos rojos limpiaban los riñones. Compraba tarros de remolacha y me los comía como si fueran helado y planté frambuesas que se regaron como selva por el jardín”. Desde entonces mejoró poco a poco, con la ayuda del personal de Tønsberg. Aun así lamenta los maltratos que recibió y no olvida que un médico de Bergen le manifestó: “Un hombre (homosexual) como usted no se merece un trasplante”.

Castellanos, que desde hace seis años no visita Colombia, vive con la pensión de discapacitado que le otorgó el gobierno noruego y sigue esperando un nuevo riñón que le devuelva la fuerza y la vida.

 

 

mflorez@elespectador.com

@elenaflorezr

Por María Flórez

 

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