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El peligro de los rumores 'online'

La rapidez con la que se informa en la internet y redes sociales puede resultar una pesadilla.

Ángela Rojas Vargas
22 de junio de 2012 - 11:11 p. m.

Beneficios, ventajas y diversión, son lo único que parecieran representar Facebook, Twitter y las cuentas de correo electrónico. Sin embargo, como diría el refrán “de eso tan bueno, no dan tanto” y el mal uso de estas redes sociales ha hecho que la vida de algunas personas se convierta en una verdadera pesadilla.

Por ejemplo, para Constanza Rueda, una médico veterinaria de 41 años, que cualquier reflexión personal se pueda divulgar con el simple hecho de hacer clic en “publicar” hizo que su negocio, una clínica veterinaria, cerrara y que ella, su familia y trabajadores fueran amenazados de muerte.

Anivet era el nombre del negocio que ella había creado junto a su esposo. Durante más de una década en la veterinaria fueron atendidas las mascotas de los habitantes de Chapinero alto en el norte de Bogotá y con el dinero que les dejaba ella y su familia disfrutaron de una comodidad económica que, entre otras, les permitía viajar al exterior en vacaciones y pagarle cursos de francés, inglés y natación a su hijo.

Ahora sin los ingresos de su negocio, a duras penas si logran cubrir todos los gastos. Atrás quedó tanta tranquilidad.

Según Constanza, el domingo 27 de noviembre del año pasado, una mujer entró en el local y le pidió que atendiera a su perra, una pitbull de seis años que después de ser examinada fue operada inmediatamente. El can sobrevivió al procedimiento, la dueña lo llevó a los controles posteriores y finalmente dejó de ir, lo que le hizo pensar a la veterinaria que se había recuperado sin problema. Sin embargo, una llamada más de dos meses después de la cirugía le hizo saber a Constanza que al animal le habían tenido que practicar la eutanasia en otra veterinaria. La etapa más difícil de su vida acababa de empezar.

A partir de este momento, la dueña de la pitbull la empezó a llamar incansablemente, la calificaba de “mata perros” y de negligente. Finalmente acudió al medio masivo que le permitió expresar su enojo: en su Facebook la mujer escribió que en la veterinaria de Constanza, Anivet, habían tratado a su perro “sin dignidad”, “con pereza” y advertía a sus amigos que no fueran a este lugar para que sus mascotas no tuvieran el destino que la suya. El reclamo fue difundido por 564 usuarios más. Todos éstos se unieron al pedido de justicia y los comentarios indignados no se hicieron esperar. Constanza descubrió la publicación y lo que encontró entre los comentarios fue algo que la sorprendió y, sobre todo, asustó. Vio que no sólo era objeto de groserías, sino que también muchos de los internautas estaban pensando unirse para hacer cerrar su negocio e incluso se ofrecían de voluntarios para “dispararle, prenderle candela y darle una paliza”.

En los meses siguientes, de tener programadas más de cuatro cirugías diarias, Constanza pasó a no tener ninguna, sus ventas cayeron estrepitosamente e incluso tuvo que despedir a tres de sus empleados. La depresión se apoderó de ella, tanto que bajó más de cinco kilos en menos de dos meses. En trece años de trabajo jamás le había ocurrido nada parecido.

La médico veterinaria denunció a la dueña de la pitbull por injuria y calumnia y antes de que ésta llevara su caso ante el Consejo Profesional de Medicina Veterinaria y de Zootecnia de Colombia (Comvezcol), Constanza decidió ir primero. Para su satisfacción y tranquilidad, la investigación por negligencia fue desestimada y Comvezcol cerró el proceso argumentando que la muerte de la pitbull no tenía que ver con el procedimiento realizado en Anivet. Pero de todas maneras, las pérdidas económicas del negocio fueron insuperables. Constanza tuvo que tomar una de las decisiones más duras de su vida, cerrar Anivet.

La veterinaria ya dejó de funcionar y mientras la demanda penal en contra de la dueña del animal continúa, a Constanza una publicación en Facebook la obligó a comenzar desde cero. Con su caso es imposible dejar de recordar el de Óscar Andrés Bonilla, el estudiante de la Universidad de los Andes que en 2009 fue víctima de un montaje a través de un correo electrónico. En éste era acusado de haber violado y asesinado a una niña de 12 años en Armenia (Quindío). Si bien las autoridades comprobaron que el delito del que se le acusaba era mentira, la reputación del joven fue totalmente destruida y él y su familia también fueron objeto de múltiples amenazas.

Han pasado tres años desde este hecho y sigue sin saberse quién o quiénes estuvieron detrás del malintencionado correo. Y aunque Óscar logró terminar su carrera y hoy manifiesta estar tranquilo y haber superado el terrible rumor, todavía recuerda la manera en la que este hecho lo afectó: “Tuve muchos problemas, no podía dormir, no salía a la calle, es increíble la fuerza que cogió ese chisme, fue muy complicado”.

Para evitar este tipo de casos y teniendo en cuenta el uso masivo de internet, el Código Penal se modificó creando la Ley 1273 de 2009 para los delitos informáticos, cuyas penas pueden ser de hasta 96 meses de prisión. Por su parte, Twitter, Facebook y las cuentas de correo electrónico como Gmail y Hotmail también tienen políticas de seguridad que pretenden proteger a los internautas; pero por encima de estas normativas, el buen o mal uso de estas redes depende del usuario. En palabras de Óscar, “la gente tiene derecho a opinar lo que quiera, pero hay que tener cuidado en el momento de emitir un juicio; las palabras se las lleva el viento, pero pueden llegar a causar mucho daño”.

Por Ángela Rojas Vargas

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