“Falsos positivos” por reclamar unas vacas

El 30 de noviembre de 2006 desaparecieron tres campesinos de Vistahermosa (Meta) que alegaron con militares por el robo de dos animales. Por este crimen, la Fiscalía acaba de llamar a juicio a diez soldados que se habrían unido para mostrarlos como guerrilleros.

María Paula Rubiano
23 de agosto de 2016 - 10:17 p. m.
Diez militares de la Brigada Móvil Nº 12 fueron llamados a juicio por el crimen de tres campesinos que se cometió en Vistahermosa (Meta) en 2006. / Archivo
Diez militares de la Brigada Móvil Nº 12 fueron llamados a juicio por el crimen de tres campesinos que se cometió en Vistahermosa (Meta) en 2006. / Archivo
Foto: Gabriel Aponte

Los campesinos encontraron huellas de botas de militares, la cabeza de un caballo, pinzas y guantes quirúrgicos. Vieron sesos humanos enterrados y un rastro de sangre que se perdía en la maleza, relataron algunos ante la Fiscalía. Buscaban a tres vecinos en una vereda de Vistahermosa (Meta) que la mañana anterior, 30 de noviembre de 2006, habían salido para reclamarle al Ejército por, supuestamente, haberles robado varias reses. Pero no los encontraron.

Casi diez años después, la Fiscalía llamó a juicio a diez militares de la Brigada Móvil Nº 12, que actuaba en esa zona, por el hurto de unos animales y por el asesinato y la desaparición de Javier Acuña, James de Jesús Agudelo y Antonio Agudelo: los tres campesinos que desaparecieron el 30 de noviembre de 2006.

De acuerdo con la declaración de uno de los soldados involucrados, y que la Fiscalía citó en su acusación del pasado 3 de agosto, unos militares les robaron ganado a esos campesinos en dos ocasiones. El primer hurto habría ocurrido días antes de su desaparición, supuestamente por orden de un teniente. Ese mismo teniente habría sido quien, el 29 de noviembre de 2006, frente a otros uniformados, le disparó a una vaca en la finca que cuidaba Javier Acuña, quien vio toda la escena. Según el soldado, Acuña habría corrido para alejarse de la escena, dejando abandonado el caballo en el que iba montado.

Después de despresar la vaca y llevarse los mejores trozos de carne, dijo el soldado, al caballo le amarraron una pata del animal y otras presas sobre la silla de montar. Al otro día, le dijo al ente acusador el dueño de la finca donde se robaron las vacas, Antonio Agudelo y Javier Acuña regresaron con el caballo, que tenía “la silla ensangrentada y traía una mano de la res que había pelado el Ejército”.

Por este motivo decidieron hablar con la tropa, para demostrarle que el ganado no era de la guerrilla, como ellos suponían que creía el Ejército, sino legal. Así, a eso de las 9 de la mañana del 30 de noviembre de 2006, Javier Acuña, y los hermanos James de Jesús y Antonio Agudelo salieron, papeles en mano y sobre tres caballos, a buscarlos.

En la carretera de la vereda Santo Domingo, aseguró el soldado que declaró bajo juramento, los tres hombres se encontraron con miembros de las compañías Bayoneta Cinco y Apolo Seis. Cuando los campesinos les hicieron el reclamo, relató el uniformado, los detuvieron y los metieron en la maraña. A las tres y media de la tarde, el dueño de la finca de los animales robados escuchó unos cuantos disparos.

Según ese soldado testigo, el único que ha hablado sobre el crimen, tres altos mandos de la compañía Bayoneta Cinco llegaron al sitio de los hechos para, supuestamente, apoyar en un combate contra la guerrilla. Pero en realidad, reveló el militar, fue entonces cuando habrían llevado los fusiles y las prendas de vestir para hacer pasar a los campesinos por guerrilleros.

Desde allí, el Ejército habría movido los cuerpos hacia un helipuerto cercano en donde, a eso de las 8 de la noche, aterrizó el helicóptero en el que se llevaron los cadáveres hasta Granada (Meta), en donde fueron enterrados sin identificar. En ese mismo vuelo, dijo el testigo clave de la Fiscalía, llegó un cuarto de pollo para cada soldado, pues esa era la recompensa que les daban para “subir la moral” en ese tipo de situaciones. Al otro día, dos miembros del Ejército habrían matado a los caballos en los que llegaron a reclamarles los tres hombres.

En el informe que un capitán rindió sobre el presunto combate ante el comandante del Batallón Contraguerrilla No. 84, quedó consignado que en el desarrollo de la misión táctica Nilo la tropa había sido atacada por un grupo que conformaban entre 10 y 15 guerrilleros, y que tras defenderse dos de ellos habían muerto en combate. Llevaban, supuestamente, botas pantaneras y pantalones negros; uno con camiseta negra y el otro con una camuflada. Uno llevaba, decía el informe, un fusil AK-47, y el otro, una subametralladora con el escudo del Ejército venezolano y una granada de mano.

La mañana del 1º de diciembre de 2006, la esposa de uno de los fallecidos, Maritza Cardona, salió con 34 personas más a buscar a su esposo, James de Jesús Agudelo; a su cuñado Antonio Agudelo, y a Javier Acuña. Desde las tres camionetas que utilizaron para moverse, vieron rastros de una vaca sacrificada.

Cerca de una trocha de nombre La Avanzada se encontraron con el macabro escenario que los hizo desandar sus pasos: sangre, sesos, la cabeza de un caballo. Horas más tarde, señalaron algunos testigos, Maritza Cardona se enteraría por boca de un teniente que, según el Ejército, allí habrían dado de baja a tres supuestos guerrilleros, cuyos cuerpos estaban en Granada (Meta). Ella y familiares de los otros dos campesinos viajaron de inmediato.

Un día más tarde, el 2 de diciembre de 2006, José Elibanel Agudelo reconoció los cadáveres de sus dos hermanos y Maritza Cardona reiteró el reconocimiento de James de Jesús Agudelo. La esposa de Javier Acuña, Luz Eli Porras, hizo lo mismo con el cadáver de su pareja. Las investigaciones por las versiones contradictorias comenzaron unos meses más tarde, le contó a El Espectador el abogado de las víctimas, Ramiro Orjuela. No obstante, el llamado a juicio sólo se hizo diez años después del crimen.

Si bien en el relato de uno de los soldados involucrados él menciona a mandos medios y altos como responsables, al proceso solo fueron vinculados soldados. Ahora solo resta esperar que el juicio comience y que tal vez las investigaciones den con todos los que encubrieron y conocieron este episodio, uno más en el vasto prontuario de los mal llamados “falsos positivos”.

Por María Paula Rubiano

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