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Paro judicial está afectando denuncias por abuso sexual

Reportar un abuso sexual es difícil para cualquier mujer, debido a la burocracia estatal y, en ocasiones, al poco tacto de los funcionarios.

Redacción Judicial
23 de noviembre de 2012 - 10:50 p. m.
En Colombia, para las mujeres sigue siendo muy difícil denunciar agresiones sexuales.  / Fotoilustración de 123rf
En Colombia, para las mujeres sigue siendo muy difícil denunciar agresiones sexuales. / Fotoilustración de 123rf

“Lo peor no había terminado. Habían abusado sexualmente de mí hacía ocho días y cuando finalmente decidí poner la denuncia me di cuenta de que la humillación, el dolor, la vergüenza, la rabia que sentí el día que me violaron se multiplicarían al verme al frente de las autoridades. Esa mañana llegué a la URI de Paloquemao en Bogotá a las 7 a.m. Lo que había escuchado en los medios es que esta era la única que estaba funcionando desde que el paro judicial había iniciado, hacía ya 43 días. Un celador me dejó entrar a las instalaciones del lugar y allí sólo encontré a una señora del aseo que me dijo que la URI estaba cerrada: ‘Están en paro, ¿no ve?’.

Volví a donde el celador. El hombre me dijo que me fuera hasta la URI de Mártires, que allá de pronto me atendían. Por fin había logrado armarme de valor para denunciar al par de hombres que algún día consideré mis amigos, a ese par de animales que me drogaron mientras celebrábamos la inauguración del apartamento de ellos y que tomaron turnos para hacer conmigo lo que quisieron, mientras estaba demasiado sedada e inconsciente para defenderme. Por fin quería denunciarlo, ¿y resulta que esto es un carrusel? Me dieron ganas de regresar inmediatamente a mi casa, lo último que necesitaba era ponerme a ‘voltear’.

Mientras decidía si ir o no a la estación de Mártires vi a tres policías, uno de ellos una mujer, en frente de los juzgados. Si alguien debe saber de manera certera a dónde dirigirme son ellos, pensé. ‘¿Dónde puedo poner una denuncia?’, les pregunté. ‘¿Denuncia por qué?’, inquirieron en coro. ‘Abuso’, dije yo. ‘¿Qué tipo de abuso?’, indagó uno de ellos. ‘Sexual’, murmuré. De tanta preguntadera no salió más que un: ‘Aahh, no, ni idea’, que me dejó sintiéndome más sola que nunca. La cereza fue la patrullera: me dijo que como el abuso había sido hacía ocho días ya era muy tarde para ir a Medicina Legal. ‘Ya para qué’, afirmó mientras encogía los hombros.

Hubiera entendido a cualquier mujer que en ese momento hubiera querido tirar la toalla. Pensé por un segundo que no había nada qué hacer. Pero también consideré que ya estaba ahí, que tenía que agotar todos los caminos. Llamé al 123 buscando información y la operadora me dijo que fuera a la URI de Puente Aranda, que estaba funcionando en la estación de Policía de esa misma localidad. Paré un taxi y seguí las instrucciones. Quisiera poder explicar lo que se siente no tener quién lo escuche a uno después de haber sido víctima de una violación. Estaba en el limbo, sobre todo por un paro en el que yo no tenía nada qué ver.

La URI de Puente Aranda se veía desde afuera tan desierta como la de Paloquemao: un celador era la única persona que estaba en el lugar. Cuando por fin logré entrar, casi una hora después porque los funcionarios estaban en una reunión, me encontré sola en una fría sala de espera, sujetando entre mis manos una pequeña hoja en la que se leía: ‘Motivo: abuso sexual’. Una hora más de espera. Me hicieron seguir a un cubículo en el que por fin empecé a sentir que lograría poner el denuncio. Una señora grande, de apariencia tosca, me ofreció jugo de guayaba con galletas tan pronto me senté frente a ella.

No recibí la comida porque en lo último en lo que puedo pensar por estos días es en comer; ha pasado una semana y he perdido ya tres kilos. ‘Eres muy valiente por venir aquí, te felicito’, me dijo. No tuvo que decir más para que yo empezara una vez más a llorar, respiré profundo y empecé mi relato. Pero, de nuevo, lo absurdo: al terminar me pidieron la dirección de ese par de hombres para hacerles llegar la citación a testificar, no sin antes aclararme que el proceso arrancaría en unos dos meses por el paro judicial. Infortunadamente, yo sólo sabía dónde vivía uno de ellos, porque fue el lugar donde me violaron. Del otro no pude dar razón.

La mujer me comunicó entonces que las citaciones llegarían a mi casa y que yo —la víctima— tenía que ir personalmente a entregárselas —a los victimarios—. La sola idea de volverlos a ver, de escuchar sus voces, de volver al lugar donde empezó mi pesadilla me hizo considerar por enésima vez en el día que no valía la pena seguir con este proceso. Todavía no han llegado los papeles y aún no he decidido cómo o si de hecho se los voy a llevar.

De la URI salí con una copia de mi testimonio y una orden para ser examinada en Medicina Legal. El empuje con el que salí de Puente Aranda fue rápidamente aplastado en ese instituto: era una casa mal adecuada, se veía sucia, ese día ni siquiera había agua en los baños. El escenario menos apropiado para que una mujer con una situación como la mía se sienta cómoda. Me atendieron a la 1:30 p.m.; había llegado a las 11 a.m. Duré unas dos horas con el médico. Volver a sentir que un hombre me tocaba me hizo dar náuseas, me hizo estremecer sentir que estaba desnuda, una vez más a merced de ellos.

Con los exámenes de Medicina Legal tenía que volver a la URI para radicarlos. Me atendieron casi a las 9 p.m. y ahí los dejé respondiendo las mismas preguntas que había contestado durante todo el día, sin recibir la atención que creo me merecía, sin obtener la seguridad que pensé me darían, sin nada más que la promesa de que tendré que enfrentar a los hombres que me violaron. ‘En otras circunstancias los citaríamos esta misma semana. Pero como hay paro, esto no va a arrancar en menos de dos meses’, me indicaron. Supongo que no me queda más que esperar”.

Por Redacción Judicial

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