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Perdón para una heroína

La Nación debe ofrecer excusas a Liliana Sánchez por dejar morir a su esposo en manos de las Farc y hacerle un reconocimiento por su labor.

Juan Sebastián Jiménez Herrera
03 de diciembre de 2013 - 10:14 p. m.
Liliana con su esposo, Héctor Latorre, y su hija, Jéssica. / Cortesía
Liliana con su esposo, Héctor Latorre, y su hija, Jéssica. / Cortesía

En menos de seis meses, el Estado tiene que ofrecerle disculpas a Liliana Sánchez y a Jéssica Latorre por, literalmente, dejar a su esposo y padre, el agente de la Policía Héctor Latorre, a merced de las Farc, que lo asesinaron el 6 de junio de 1997 durante un anunciado ataque a la Estación de Policía de Barbacoas (Nariño), en la que Latorre trabajaba.

Anunciado porque, desde el 17 de abril de ese mismo año, la Policía sabía que las Farc planeaban tomarse Barbacoas con 150 guerrilleros fuertemente armados y que los 19 uniformados que cuidaban el pueblo contaban, cada uno, con apenas un fusil, 200 balas y 10 granadas —que no servían— para repeler el ataque.

Pese a ello, las autoridades no enviaron ni refuerzos ni armas y los uniformados quedaron desprotegidos ante la andanada de las Farc. Las armas se quedaron en Tumaco (Nariño) y los refuerzos llegaron apenas en la tarde de ese 6 de junio, cuando ese grupo armado ilegal ya había retenido y torturado a los agentes y asesinado a Latorre.

Liliana Sánchez recuerda haber visto a su esposo con un tiro en la cabeza y con las manos llenas de pólvora de tanto disparar. Al comienzo quiso levantarlo pero, al ver el charco de sangre a su alrededor, se desmayó y cayó sobre él. “Me sentía tan impotente. Lo encontré hecho pedazos”. Ese fue el desenlace de esta tragedia anunciada, que es narrada por el Consejo de Estado en el fallo en el que les ordena a las autoridades ofrecer excusas por la muerte de Latorre.

Antes de la muerte del agente, lo que hubo fue una serie de eventos marcados por la negligencia. Para empezar, la Estación de Policía de Barbacoas no contaba con agua ni luz y estaba a medio construir. Para defenderse, los uniformados habían construido una trinchera; sin embargo, esta si acaso los protegía de los ataques de las Farc. De la misma forma, los agentes no contaban con suministros y a los lugareños que ayudaban a los uniformados los amenazaban o, incluso, los asesinaban.

Por esa razón, Liliana —arriesgando su vida— se convirtió en la cocinera de los policías, “porque nadie nos quería vender comida”. Nadie le ayudaba. Ella y su hija tuvieron que pasar varias noches en la calle. Liliana lloraba mucho y rezaba para que a su esposo y a ellas los sacaran de Barbacoas, para que los enviaran a otro lugar.

Un uniformado que declaró en este proceso resaltó que, para muchos, ser trasladado a ese lugar era como un castigo. El infierno se hizo peor cuando, a inicios de abril de 1997, las Farc hostigaron el pueblo. Desde ese momento, la amenaza se hizo latente. La toma era inminente. Por ello, los uniformados enviaron varios mensajes a sus superiores en Pasto. Todos fueron desatendidos.

Hasta que las Farc entraron a Barbacoas como Pedro por su casa. Algunos uniformados huyeron, otros fueron retenidos y llevados a la iglesia, donde fueron torturados, y unos pocos se quedaron en la estación, entre ellos Héctor. Cuando los guerrilleros entraron, el agente estaba mal herido. Al ver que seguía vivo, uno de los insurgentes le disparó a quemarropa.

Liliana tuvo que irse de Barbacoas y enterrar a Héctor en Pasto. Confiesa que intentó suicidarse varias veces y que nunca se va a volver a enamorar. “Para mí no existe otro hombre más que él”, señala, y recuerda que su esposo era un hombre amable, que nunca le dijo Héctor. Siempre fue Hecticor, el amor de su vida. Su cumpleaños era el 24 de diciembre, por lo que la fiesta era por partida doble y, recuerda Liliana, a Héctor siempre le gustaba lo que ella le hacía.

Dice que tuvieron que pasar entre 8 y 10 años para que ella sanara. Que su hija, Jéssica, sufre mucho. Ella estudia criminalística y, dice su madre, cuando ve un cuerpo se desmorona. Y cuenta, con tristeza, que en varias ocasiones la joven se le ha acercado a preguntarle cómo sería todo si Héctor no hubiera sido asesinado. Han sido años de mucho esfuerzo para Liliana y eso lo reconoce el mismo Consejo de Estado que, en su fallo, les ordena a las autoridades hacerle un reconocimiento por su sacrificio en favor de los uniformados de Barbacoas.

En su criterio, Liliana “contribuyó con los policías proveyéndoles de alimentos sin importar el peligro al que se exponía, mientras que la Policía se limitó a enviar enseres de cocina a una estación que ni contaba con agua potable”. Y, por ello, agrega que “es necesario reivindicar el poder de la mujer en la historia del país y reconocer que, lejos de ser una víctima revictimizada, la mujer, muy a pesar de las condiciones que len impone la sociedad y el conflicto, ha sido ejemplo de valentía y ha resistido con valor las diferentes condiciones a las que el conflicto la ha expuesto”.

De la misma forma, el Consejo de Estado exhorta al Gobierno a que le consulte a la Comisión Interamericana de Derechos Humanos si con el asesinato de Latorre y las torturas a sus otros compañeros, las Farc perpetraron delitos de lesa humanidad y que, de ser necesario, se extingan los bienes de quienes hayan sido responsables.

Liliana va todos los domingos a visitar a Héctor. Un fallo no se lo va a devolver. No obstante, esta sentencia por lo menos reconoce que a ella no le dio miedo poner el pecho cuando a las autoridades se les olvidaron sus propios hombres.

jjimenez@elespectador.com

@juansjimenezh

Por Juan Sebastián Jiménez Herrera

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