Ya estamos avisados, a los asesinos no les gusta la risa; ya lo sabemos, los asesinos odian la ironía; quedamos advertidos, los asesinos no admiten la irreverencia. Ellos tienen las armas para aterrorizar y a nosotros nos dejan el terror. A la carcajada de la alegría que intenta sobreponerse al miedo, ellos responden con la desoladora carcajada de las metralletas. A nuestro intento de hablar y denunciar, ellos responden con la violencia que hace callar, que nos obliga a la sumisión y al silencio.
No aguantaron la agilidad mental y la gracia de Jaime Garzón; odiaron su ingenio; no soportaron que quisiera meterse entre los bandos de la guerra para intentar acercarlos a caminos más razonables. Las únicas razones que los asesinos comprenden son las de la fuerza, y su poder de convicción reside en infundir miedo, en provocar terror. El terror tiene su luciferina y escondida eficacia: nos clava a los no violentos en el desasosiego. Sí, son eficientes los terroristas, y les tenemos miedo porque a nosotros no nos gusta la muerte (como a ellos) ni nos queremos morir. Como los asesinos no aman la risa ni la alegría ni la vida, entonces reparten muerte.
Pero lo que ellos, los asesinos, no pueden calcular es la capacidad de resistencia que va creciendo en nosotros cuando una tristeza cae sobre otra tristeza, y cuando los crímenes se superponen en una larga lista. Estos dolores nos van dando, a los inermes como una coraza de amargura, una especie de resignado desprendimiento que nos permite mostrar el pecho, serenos, como un blanco: vengan, aquí también estamos nosotros, los que queremos reírnos, los que no los soportamos a ustedes y solamente los podemos combatir con nuestras palabras y nuestro desprecio. Vengan, asesinos, hagan lo mismo, una y otra vez. Pero mucho que nos maten, eso sí, sépanlo, como la sed de alegría es más terca que la sed de muerte, por muchos más muertos que siembren, detrás habrá otros pacíficos, otros risueños, otros inconformes, que se levantarán y seguirán gritando que estamos contra ustedes, asesinos, siempre contra ustedes, aunque solo sea con la fragilidad de las palabras; contra ustedes, asesinos, por mucho que nos sigan matando, siempre contra ustedes y a pesar del miedo, así sea con el último hilo de nuestra risa y de nuestra voz, contra ustedes hasta el instante que nos quiebren la garganta y otras gargantas se abran para gritar nuevamente contra ustedes.