Todo por un informante

Un hombre que conocía bien a la banda de atracadores que habría asesinado al agente de la DEA será quien reciba los $50 millones que se ofrecieron.

María del Rosario Arrázola
26 de junio de 2013 - 10:00 p. m.
De izquierda  a derecha: Héctor López, alias ‘Bavario’; Ómar Valdez, alias ‘El Gordo’; Edwin Figueroa, alias ‘Garcho’, y Javier Bello, alias ‘Payaso’. / Andrés Torres - El Espectador
De izquierda a derecha: Héctor López, alias ‘Bavario’; Ómar Valdez, alias ‘El Gordo’; Edwin Figueroa, alias ‘Garcho’, y Javier Bello, alias ‘Payaso’. / Andrés Torres - El Espectador
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Fueron muchos los errores que cometieron los seis hombres involucrados en el crimen del agente de la DEA James Terry Watson, en su afán de no permitir que las autoridades descubrieran que eran ellos quienes habían segado la vida del estadounidense en la noche del jueves 20 de junio cerca del parque de la 93, en Bogotá. Uno de ellos, por ejemplo, tres días después del asesinato, encendió el Ipad que le había robado a Watson. Fue como si llamara a los investigadores del caso a decirles: “Hola, estoy en tal dirección de tal ciudad”. Sólo ese hecho redireccionó la investigación, pues en ese momento las ubicaciones de quienes ya eran buscados eran inciertas.

Otra de las fallas de estos hombres fue no saber qué hacer con los rastros de sangre que habían quedado tras su crimen. Se embolataron. Héctor López, también conocido como Bavario, conducía el taxi en el que Watson fue asesinado, pero el vehículo no era suyo, sino de un hombre llamado Wilson Daniel Peralta. Bavario conducía el carro durante las noches y, al devolverlo al siguiente día, Peralta notó de inmediato manchas rojas. Según explicó su abogado, Peralta entregó el vehículo, para que agentes de la Dijín lo inspeccionaran.

Hoy Peralta está detenido. Su defensor asegura que él no tiene nada que ver con lo sucedido: “Esa noche él estaba en casa con su novia y su familia”, explicó el litigante. Peralta, de cualquier manera, no fue el trofeo a mostrar de la Fuerza Pública. Ayer, a las 7:00 de la mañana, la Policía presentó públicamente a Héctor López, Javier Bello (alias Payaso), Edwin Figueroa (alias Garcho) y Ómar Fabián Valdez (alias El Gordo). Fueron ellos, afirmó la Policía, quienes retuvieron a Watson, lo apuñalaron, robaron su maletín y lo abandonaron, sangrando, a su suerte. Son ellos quienes serán extraditados a Estados Unidos, para responder en ese país por este crimen.

Investigadores del caso le contaron a este diario que, a menos de 24 horas de haber ofrecido una recompensa de $50 millones a quien supiera sobre lo ocurrido, ya tenían un informante. Se trataba de alguien que conocía bien a los integrantes de esa banda delincuencial, y uno a uno los fue nombrando, indicándoles, además, dónde vivían y cómo se movilizaban. Una dificultad en las indagaciones surgió cuando el grupo de oficiales que les seguía la pista a los supuestos asesinos de Watson encontró que los taxis en los que se desplazaban no eran “gemeleados”, sino legales.

Se dieron cuenta entonces de la modalidad que usaban, una especie de “pirámide”. El taxi le pertenece a alguien que lo tiene inscrito en una empresa legal, y que contrata a dos conductores: uno maneja el automóvil de día y el otro, de noche. El taxi de este conductor nocturno es el que suelen abordar bandas delincuenciales: le pagan lo que él hubiera producido trabajando y un tercer sujeto se hace cargo del vehículo para hacer con él “paseos millonarios”, generalmente entre las calles 82 y 93, la Zona Rosa de Bogotá. Esta manera de operar dificulta, por supuesto, la ubicación de los criminales.

El laboratorio de la Dijín fue clave, para que la investigación mantuviera su rumbo. En el primer taxi que tuvieron las autoridades en su poder, el que habría entregado Wilson Daniel Peralta, se encontró además un collar de una mujer, pedazos de lo que parecía un pantalón también ensangrentado, huellas dactilares y algunas huellas de zapatos que sirvieron para tener más claridad sobre lo sucedido. Con apoyo del informante, oficiales de la Dijín se infiltraron en la zona de residencia de la banda, Ciudad Bolívar, mientras un segundo grupo de agentes encubiertos partió para Villavicencio y otro, para El Guamo (Tolima).

Uno de los uniformados infiltrados que se hizo pasar como comprador de autopartes en Ciudad Bolívar recibió en sus manos la prueba reina del caso: el asiento del automóvil en el que fue herido Watson. Ya para ese momento, agentes de la Dijín seguían día y noche a los cuatro hombres que serán extraditados y a dos más que fueron detenidos el martes, Ángel Mauricio Pulgarín y Víctor Nieto, pues el fin de semana uno de estos supuestos taxistas había sido detenido y de inmediato fue puesto en libertad, pero sólo para que le indicara al grupo especial de investigación —en el que participaron la Dijín, el CTI y la DEA— en dónde estaban sus cómplices.

Si James Terry Watson no hubiera sido ciudadano estadounidense y, para rematar, agente de la DEA, quizá la historia hubiera sido distinta. Quizá a esta hora Édgar Bello, Héctor López, Edwin Figueroa y Ómar Valdez estarían planeando otros “paseos millonarios” de la noche, que podían dejarles hasta $5 millones en una sola jornada. Quizá Wilson Peralta seguiría arrendando su automóvil a Héctor López. Pero la desgracia entró súbitamente por la puerta principal del hogar del agente de la DEA. Así como irrumpió la justicia estadounidense en las vidas de estos atracadores.

marrazola@elespectador.com

@nenarrazola

Por María del Rosario Arrázola

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