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Un hombre sin temores

Hace 25 años fue asesinado en Medellín el Magistrado de la Sala Penal del Tribunal Superior José Héctor Jiménez Rodríguez. Una víctima más en la guerra sin cuartel declarada por el narcotráfico contra el Estado.

Catalina González Navarro
17 de octubre de 2014 - 10:09 p. m.
Así registró El Espectador la muerte de José Héctor Jiménez Rodríguez el 18 de octubre de 1989. / Andrés Torres
Así registró El Espectador la muerte de José Héctor Jiménez Rodríguez el 18 de octubre de 1989. / Andrés Torres

El reloj marcaba las 6:55 de la mañana y uno tras otro se oyeron los disparos. José Héctor Jiménez Rodríguez, de 56 años, había sido asesinado, el 17 de octubre de 1989, a manos de sicarios del narcotráfico que le cobraron con sangre su valentía.

Oriundo de Amalfi, en el nordeste antioqueño, Héctor Jiménez se caracterizaba por ser un hombre de carácter fuerte, siempre recto y crítico de cualquier asomo de corrupción. Se graduó de la Facultad de Derecho de la Universidad de Medellín en 1957, y se dedicó a la rama Penal. Fue juez municipal, Promiscuo del Circuito y Laboral del Circuito. En 1969 llegó a ser magistrado en la Sala Penal del Tribunal Superior de Medellín. En 1985, tan solo 20 días antes de la Toma del Palacio de Justicia fue convocado para que hiciera parte de la Sala Penal de la Corte Suprema de Justicia, sin embargo decidió declinar la propuesta pues ya arreciaban las amenazas en su contra.

Porque esa era la realidad del país en 1989. Las intimidaciones contra los funcionarios judiciales eran el pan de cada día y el miedo y la zozobra reinaba en las calles. Así lo recuerda su compañero y escudero en los tribunales de trabajo Juan Guillermo Jaramillo: “Lastimosamente todos los habitantes de Medellín vivíamos con incertidumbre, desazón y desesperanza. Mucho más nosotros los administradores de justicia. Teníamos encima a todos estos maleantes, amenazándonos y matando a cuánto magistrado y juez pudieran”.

Jaramillo, exjuez y exmagistrado adscrito a la Sala Penal del Tribunal Superior de Medellín, recuerda a Héctor Jiménez como un auténtico jurista con el que tuvo el privilegio de compartir conocimientos en distintos escenarios de la justicia. “El Doctor Jiménez no tenía paciencia con la gente que trabajaba mal, ni con los perezosos, ni mucho menos con la gente corrupta”, recuerda.

Era bien conocida la pasión que despertaba en el magistrado Jiménez el derecho penal y procesal, entusiasmo que durante los últimos 12 años de su vida intentó avivar en los estudiantes que acudían a su cátedra en la facultad de derecho de la Universidad de Antioquia. “Se preocupaba por nosotros pero también nos regañaba cuando hacíamos algo que él no compartía”, rememora Rubén Darío Pinilla, quien asistió a su clase de Proceso Penal en 1977 y posteriormente se convirtió en uno de sus compañeros de tribunales.

Sus colegas los recuerdan como un hombre disciplinado. Madrugaba todos los días, asistía a la Universidad y al concluir las clases se dirigía al Tribunal a trabajar en jornadas que a veces parecían interminables. En ocasiones almorzaba sentado en su escritorio mientras adelantaba procesos e incluso trabajaba uno que otro sábado.

Además, era severo cuando se trataba de juzgar a quienes querían actuar por encima de la ley. “Siempre derrotaba la corrupción, cuando veía que los jueces ponían en riesgo la función judicial o que no cumplían sus funciones como debía ser, era inflexible. Eso le creó adversarios”, dice Pinilla.

Un carácter fuerte que determinó su carrera judicial pero que en su casa parecía esfumarse. “Era una persona muy cordial, inclusive sus hijos le tomaban del pelo, a mí me sorprendió porque lo conocía del trabajo. Con la esposa era muy especial”, recuerda Pinilla quién viajó con él y su familia a Coveñas (Sucre) tan solo tres días antes de su asesinato.


* La justicia reclama

La mañana del 17 de octubre Héctor Jiménez salió de su casa, en la Urbanización La Palma del barrio Belén, rumbo a la Universidad de Antioquia a la que lo llevaría uno de sus colegas. Jiménez esperaba de pie en la calle 30 con carrera 79 y a las 6:55 su compañero llegó a recogerlo en un carro Dahiatsu blanco. Cuando se aprestaba a subir en el vehículo, un sicario que se movilizaba en una motocicleta del mismo color le disparó en repetidas ocasiones. El asesino emprendió la huida.

Quienes presenciaron el ataque ayudaron a llevar a Jiménez a la Unidad Intermedia de Belén, a pocas cuadras del lugar. Su cuerpo llegó sin vida y la noticia se regó como pólvora.
Blanca Cárcamo, su esposa, fue la encargada de llamar al magistrado Pinilla para darle a conocer la trágica noticia. “Ya iba a salir de mi casa cuando sonó el teléfono”, recuerda “él no era un hombre de temores, lo amenazaron muchas veces, la mafia lo intimidaba y a él lo que lo preocupaba era su familia”. Y es que el magistrado Héctor Jiménez fue reivindicado por las mafias que luchaban para no ser extraditados hacia Estados Unidos, lucha que ya había comenzado el magistrado.

El cuerpo del magistrado fue velado en la Sala Múltiple del Tribunal de Medellín que ese día se declaró en duelo y suspendió actividades. Un día después sus familiares, compañeros, alumnos y amigos despidieron a un hombre de la justicia, de principios inquebrantables que luchó contra las mafias del narcotráfico. La iglesia de Belén estuvo completamente llena y bajo un cielo gris se desplazaron al cementerio Jardines Montesacro.

Los magistrados eligieron a Rubén Darío Pinilla como vocero del Tribunal para hablar en sus honras fúnebres. A pesar de ser el más joven tuvo el honor por ser el más cercano. Su discurso evocaba la realidad, la de su familia quebrada en dolor, la de la justicia que perdía una vez más a uno de los suyos y la de un país que reclamaba acciones contra las atrocidades que cometía el narcotráfico: “fuimos tus discípulos bienamados y que luego acogiste en el seno de la justicia; casi sin darnos cuenta, nos ibas moldeando con las manos como el alfarero amasa el barro y construye la obra que perdurará por siempre; y al final, reconocíamos en ti al padre y al maestro. Aún ayer se me acercaban a decirme: Nos mataron al papá. ¡Y cuánta razón tenían! Al fin de cuentas, "el nombre es la bandera" y tú te llamabas José, como el carpintero, a cuyo lado se fue formando la imagen de Jesús, de cuyas manos sencillas y laboriosas surgió convertido en hombre”.

Así las mafias que Héctor Jiménez había combatido desde los estrados judiciales lograban una vez más desangrar al país y terminar con 31 años de servicio a la justicia, la misma que había encarnado.
 

cgonzalez@elespectador.com

Por Catalina González Navarro

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