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Una forense colombiana requerida en todo el mundo

María Dolores Morcillo es una médica forense colombiana que ha trabajado en la identificación de los desaparecidos de Colombia, Kosovo y Chipre.

María José Medellín Cano
12 de octubre de 2015 - 04:31 p. m.
Lo que más admiran de María Dolores Morcillo quienes la conocen es su inteligencia, su compromiso y su disposición a resolver problemas.
Lo que más admiran de María Dolores Morcillo quienes la conocen es su inteligencia, su compromiso y su disposición a resolver problemas.

Así eran sus domingos: viaje hasta el cementerio. En completo silencio y sin expresar una sola emoción, rezar alrededor de la lápida donde se leía el nombre de Maridol Méndez, su mamá. A su lado siempre estaban sus cuatro hermanos: Pedro Pablo, María Dolores, Carlos y Luis Gabriel, todos menores de 10 años, y su papá, Pedro Pablo Morcillo. Después de esa visita, los cinco se sentaban en la misma banca de la iglesia para escuchar la misa. Regresaban juntos a la casa para almorzar y uno de los pocos temas de conversación que permitía la cabeza del hogar era el evangelio, que no todos habían escuchado con la misma atención.

Ese es el recuerdo de María Isabel Morcillo Méndez, la tercera hija de Pedro Pablo y Maridol, de los domingos que vivió en su infancia junto a María Dolores, su hermana mayor. La inteligente. La médica. La que hoy es la coordinadora del programa forense y de migración del Comité Internacional de la Cruz Roja, en Ucrania. La doctora que trabajó durante doce años en el Instituto Colombiano de Medicina Legal. La especialista que ha analizado casos en la Corte Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) y en la Comisión Internacional contra la Impunidad en Guatemala (Cicig). Y la doctora forense que las Naciones Unidas ha elegido para trabajar con las comisiones de personas desaparecidas en Kosovo y Chipre.

“Lo que pasa con mi hermana Isabel es que tiene una imagen de mí como de la mujer maravilla. Pero eso no es así”, difiere María Dolores Morcillo. Pero los detalles de su vida le dan más validez a la perspectiva de su hermana menor. Cuando estaba en el colegio, la adelantaron de curso una vez. Aprendió a hablar inglés casi a la perfección cuando vivió en Canadá y tenía 14 años. Se graduó del colegio La Candelaria en Bogotá a los 16. Estudió medicina en la Universidad del Rosario y ha hecho dos especializaciones en la Universidad Nacional, una en medicina forense, y otra en derecho penal. Durante los últimos diez años ha vivido en tres países diferentes en medio del conflicto. Y a pesar de lo difícil y agotador de su trabajo –¿qué más complicado que la muerte?–, ha logrado un equilibrio entre su vida laboral, su esposo y dos hijos menores de edad.

Todo lo ha logrado, asegura su hermano menor, Luis Gabriel Morcillo, a punta de esfuerzo, perseverancia y sin la ayuda de nadie. Recién terminado su año rural, en 1996, ingresó al Instituto de Medicina Legal, donde comenzó en unidades locales en Soacha y Duitama, y llegó hasta la coordinación del grupo nacional de patología cuando el proceso de Justicia y Paz necesitaba con urgencia el trabajo de la medicina forense. Allí conoció a Jairo Vivas y juntos trabajaron en un cambio en la manera en que identificaban los cuerpos desaparecidos en Colombia.

Su capacidad de enfrentar problemas y darles una solución fue lo que más le llamó la atención a Vivas de Morcillo. “En el tiempo que trabajamos juntos, escribimos muchos protocolos nuevos y realizamos cursos que fueron fundamentales en esa época de justicia transicional, porque pudimos desmentir en muchas ocasiones lo que los paramilitares estaban confesando a cambio de beneficios”, explica el compañero de trabajo de Morcillo. Y fue en esa misma época en la que fue testigo de los casos más bárbaros de su carrera. Recuerda en especial uno. El de una mamá que durante varios años buscó a sus cuatro hijas desaparecidas y encontró sus cuerpos en un estado que fue difícil para el proceso de identificación.

Ese es para María Dolores Morcillo el ejemplo más claro de lo que se vivía en esa época, pues asegura que no hay nada más horrible que la desesperación de una madre que busca a sus hijas. “Tristemente tengo que decir que el contexto de desaparición en Colombia es de los más crueles de mi experiencia. De esos son los que más tengo recuerdos tristes y dolorosos. Son casos que tienen un componente de maldad muy grande y es cuando uno puede ver realmente hasta dónde puede llegar la capacidad del ser humano de hacerle daño o matar a otro”, explica Morcillo.

Sin embargo, de esta situación ella misma asegura que existe una ventaja que ha beneficiado al sistema forense nacional. “Los largos años de violencia que ha vivido el país nos han obligado a estar muy bien preparados. La práctica hace al maestro”. Pero la falta de una remuneración económica que se ajuste a los esfuerzos de estos médicos en Colombia fue lo que le hizo buscar otras oportunidades de trabajo.

Primero fue Kosovo, un país en donde aproximadamente desaparecieron 4.500 personas como consecuencia de la guerra, que primero fue civil y escaló hasta instancias internacionales entre 1996 y 1999. Allí trabajó durante dos años con la Oficina de Personas Desaparecidas como investigadora forense. A su regreso a Colombia, ya con sus dos hijos, María Gabriela y Manuel Santiago, las oportunidades de seguir su formación en otras partes del mundo siguieron llegando. Visitó México dentro de la investigación presentada ante la CIDH por el asesinato de Digna Ochoa en 2001, una abogada defensora de derechos humanos, cuya causa de muerte no se ha podido establecer.

Guatemala también fue uno de sus destinos, como invitada por la Comisión Internacional contra la Impunidad para revisar varios casos. Ha visitado en múltiples ocasiones Argentina para trabajar con el Grupo Argentino de Arqueólogos Forenses, y ya perdió la cuenta de cuántas veces le han pedido su ayuda en casos que investiga la CIDH. En 2012 llegó la segunda oportunidad de vivir en el exterior. Chipre fue el destino y allí trabajó con el Comité de Personas Desaparecidas, manejado por las Naciones Unidas, con el objetivo de identificar a los más de 1.500 desaparecidos de la guerra civil que vivió esta isla en la década de los sesentas.

Tres años después de su trabajo en los laboratorios de la isla, el Comité Internacional de la Cruz Roja la contactó y le ofreció el puesto de coordinadora forense y de migración en Ucrania. Aceptó el trabajo cuando la guerra civil que se desató en este país en abril de 2014 todavía no estaba en primeras planas y el horror de la crisis migratoria en el mar Mediterráneo tampoco era noticia. “Aquí mi trabajo se centra un poco más en coordinar esfuerzos para que los desaparecidos sean identificados y puedan regresar a sus lugares de origen”, señala Morcillo.

Confiesa que le hace falta el silencio de una necropsia en un laboratorio. “Es muy interesante saber que mediante la revisión de un cadáver, puedo establecer cómo llegó hasta mis manos”, explica. Y es en ese proceso en el que su personalidad puede verse con más claridad: le gusta empezar las autopsias en completo orden y con un cuerpo limpio; hace los cortes con precisión y se toma el tiempo necesario para hacerlo con cuidado. Muchos de sus colegas que la acompañan en estas tareas se desesperan, pues es muy exigente y su nivel de pulcritud es extremo.

Esa es la manera de asegurarse de que su trabajo y sus conclusiones sean confiables. Ese esmero, aseguran sus hermanos, está reflejado en toda su vida. “Recuerdo incluso que cuando ella decidió estudiar medicina y ser forense, a mi papá no le gustó mucho la idea”, señala Luis Gabriel Morcillo. Pero sus notas eran excelentes, y sus logros laborales cambiaron la imagen que tenía Pedro Pablo Morcillo de que su hija no iba a ser médica de bata, maletín negro y estetoscopio en el cuello. Además, su idea de ser experta en cadáveres y en investigar la muerte era algo que desde su adolescencia había resuelto.

Durante muchos años esa convicción no tuvo una explicación clara. Como buena lectora, un hábito que le inculcó su papá, le gustaban los libros de Agatha Christie y cualquiera que contara historias de misterio y de criminales. Le gustaban también las matemáticas y sus notas en el colegio en química y biología la perfilaban como una futura doctora. Pero nada de esto fue lo que la motivó a matricularse en 1990 en el premédico de la Universidad del Rosario y a defenderse de las opiniones de su papá, en las que argumentaba que los médicos trabajan para salvar vidas y no muertos.

Lo que aprendió durante su carrera y le intentó explicar a su familia es que detrás de los muertos quedan los vivos; personas que viven en angustia buscando a sus seres queridos que desaparecieron, y otros que ruegan por saber qué les sucedió. “Hay algo de mi trabajo que es muy interesante: no importa la procedencia, religión o creencias de un desaparecido, la necesidad y el dolor permanente de esos vivos siempre es igual. Por eso nuestra labor se convierte en una forma de trabajar por la vida desde los muertos”, dice María Dolores Morcillo.

La madurez que ha alcanzado a los 42 años, de los cuales ha pasado 20 entre esqueletos y fosas comunes, le ha hecho entender que su decisión de estudiar la muerte tiene que ver con esas visitas todos los domingos al cementerio. “Yo tenía siete años cuando mi mamá murió y por eso cuando alguien habla de ella, tengo la imagen de un cuerpo sin vida. Creo que por eso me he acercado a los cadáveres y de pronto he encontrado ahí algo que me pone cerquita a mi mamá”, confiesa.

Quizá por eso es que el compromiso con su trabajo resulta admirable. Nunca ha estado frente a una situación –a pesar de perseguir conflictos para hacer su trabajo– en la que dude del poder que tiene su misión. Sus hermanos aseguran que es tanta la pasión por su trabajo que se cree capaz de salvar el mundo, y que a pesar de que lo que menos le gusta en la vida es el dolor, se levanta todos los días con la idea de acabarlo.

Por María José Medellín Cano

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