Unas profesoras de miedo

Tres educadoras de Cartagena ayudaban a un hombre a abusar de sus alumnas menores de edad. La sentencia en su contra fue confirmada por la Corte Suprema de Justicia.

Sebastián Jiménez Herrera
16 de junio de 2013 - 09:00 p. m.
Las menores relataron que el violador las obligaba a hacerle sexo oral y a tomarse fotos desnudas. / 123
Las menores relataron que el violador las obligaba a hacerle sexo oral y a tomarse fotos desnudas. / 123

En vez de cuidarlas y velar por ellas, tres educadoras de Cartagena ayudaban a que sus alumnas menores de edad fueran tocadas, abusadas y fotografiadas desnudas. Para las niñas, de entre 4 y 6 años de edad, la que era su segunda casa, el jardín en el que estudiaban, se convirtió en el escenario de una historia de terror.

Por estos hechos la Corte Suprema de Justicia, en un reciente fallo conocido por El Espectador, confirmó la condena a 37 años de prisión contra las profesoras Tatiana Gómez Triana y Gina Ramírez y contra la educadora y además rectora del jardín infantil La Inmaculada Concepción de Cartagena, Judith Jiménez de Newbal, prófuga de la justicia.

De acuerdo con las autoridades, en abril de 2006 estas mujeres le ayudaron a un hombre —aún no identificado, pero que, se presume, sería un familiar muy cercano de la rectora— a abusar de las menores. El hombre, de acuerdo con las niñas, vestía de uniforme y usaba un casco amarillo y un lazo con el que ataba a las niñas.

Habría que agregar que la mayoría de las violaciones se produjeron en la habitación que la rectora tenía en el segundo piso del plantel educativo y en una finca en Arjona (Bolívar).

La lista de vejámenes incluye obligar a las niñas a realizarle al hombre —al que en sus declaraciones se refieren como “el hombre malo”— sexo oral, tocarlo en sus genitales, posar desnudas para que les tomara fotos e incluso recibir golpes cuando una de las niñas abusadas le mordió el pene en momentos en los que la obligaba a la felación. Todo esto ante la mirada cómplice de las profesoras.

Por lo menos nueve fueron las denuncias que se interpusieron ante la Fiscalía por estos abusos. Por ellos, el 1º de diciembre de 2009 un juez de Cartagena condenó a las maestras a 37 años de cárcel. Dos de ellas apelaron la decisión.

La sentencia fue confirmada el año pasado por el Tribunal Superior de Cartagena, que fue enfático: “Las enjuiciadas tenían respecto de las niñas violadas unos especiales deberes de cuidado y protección, que aún en el evento de que hubiesen sido unas simples espectadoras de los ataques sexuales —situación que hemos desechado— implicaba para ellas indefectible responsabilidad penal, pues tenían la obligación de impedirlos”.

Para el tribunal era claro que las maestras no fueron simples testigos de los abusos. “El acompañamiento que hicieran a las víctimas hasta los sitios donde tuvieron ocurrencia y su participación activa, que obviamente facilitaba sustancialmente la comisión de los delitos, contiene el aporte de una ayuda sumamente importante, diríamos que hasta indispensable, para que el hombre adulto pudiera cometer los ataques sexuales”.

Una vez más las profesoras pidieron que se revisara el fallo porque, en su criterio, la Fiscalía no había hecho bien la investigación ni había valorado bien los testimonios de las menores que, según ellas, nunca las mencionaron como partícipes en estos aberrantes hechos. Por ello recurrieron a la Corte Suprema de Justicia.

No obstante, la decisión fue confirmada una vez más, porque la Corte Suprema no encontró prueba alguna de que la Fiscalía hubiese incurrido en errores durante la investigación y porque la misma demanda no tenía, siquiera, argumentos claros para que se absolviera a las profesoras.

La investigación para esclarecer la identidad del “hombre malo” continúa. Por su parte, las autoridades siguen en la búsqueda de Judith Jiménez de Newbal, mientras las que fueron sus “socias” en esta asquerosa empresa criminal siguen en la cárcel pagando por los abusos que les cambiaron la vida a niñas de menos de 6 años para siempre y muy seguramente para mal.

jjimenez@elespectador.com

@juansjimenezh

Por Sebastián Jiménez Herrera

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