Publicidad

Aprendiendo de la furia del Pacífico

Dos años después del tsunami en Japón, un grupo de adolescentes de Nuquí, en Chocó, lidera un programa de atención a emergencias que podría salvar la vida de sus vecinos si una tragedia similar se presentara en Colombia.

Angélica Cuevas Guarnizo *
10 de octubre de 2013 - 10:00 p. m.
Las calles de Nuquí están demarcadas con señales que indican qué se debe hacer en caso de tsunami.
Las calles de Nuquí están demarcadas con señales que indican qué se debe hacer en caso de tsunami.

A toda nuestra niñez

La vamo’ a preparar

Pa’ que ante la emergencia

Todos podamo’ evacuar

Si nos llegan a informar

Que se viene un tsunami

Cogiditos de la mano

Toditos vamo’ a evacuar

 Oigan niños y niñas

Que ya suena la sirena

Todos cójanse muy duro

Que vamo’ al lugar seguro

 Canción infantil compuesta por la profesora

Ana Valencia para los niños de Nuquí

La noche del viernes 11 de marzo de 2011 el terror se apoderó de los habitantes de Nuquí, un poblado de la costa pacífica chocoana con al menos 8.000 habitantes, levantado a escasos metros del mar, sobre terrenos movedizos a los que sólo se llega en avioneta o por agua.

Los noticieros mostraban cómo al otro lado del mundo un terremoto de 8,9 en la escala de Richter había sacudido durante seis minutos las costas de Honshu, en Japón. Las olas, convertidas en paredes depredadoras de hasta 38 metros de altura, se tragaron humanos, animales, hoteles, viviendas, hospitales, motocicletas y automóviles. En pocos minutos acabaron con la vida de 20.000 personas, desaparecieron a otras 3.000 y destruyeron 45.700 edificios.

El fuerte tsunami avanzó por el océano Pacífico en todas las direcciones, las alertas se encendieron en gran parte de América, desde EE.UU. hasta Chile. Durante las horas siguientes al desastre en Japón no podía medirse la fuerza con la que llegaría el mar a las playas del Pacífico colombiano. Cuando el Gobierno declaró la alerta de tsunami para 16 poblaciones costeras de Chocó, Nariño y Valle del Cauca, en Nuquí la gente salía corriendo de las casas entre lágrimas y llevando niños, colchones y animales.

Unos caminaron hacia el monte en busca de un lugar seguro cerca a la serranía del Baudó, docenas se montaron en balsas para huir del mar río arriba y otros se agolparon en la pista del aeropuerto. “Dijeron que la ola no vendría tan fuerte, entonces nos fuimos para las discotecas y algunos esperaron en la playa para ver qué tan alta llegaba y tomarse fotos”, recuerda Jeimar Mosquera, de 32 años.

“La gente gritaba, salía corriendo de las casas. Pero en la mía, mis papás esperaron a lo que dijeran en las noticias, y cuando avisaron que las olas no vendrían tan fuertes nos calmamos”, dice Yuly Felisa Brand, de 17 años, delgada, de piel oscura y labios pintados.

Efectivamente no ocurrió nada, aunque el tránsito de embarcaciones turísticas se suspendió, así como el de la pesca artesanal. El mar perdió poder y las olas generaron impactos menores. Pero pudo haber sido desastroso y la verdad es que ninguno de los 16 municipios colombianos, incluyendo a Nuquí, estaba listo.

Preparadas para salvar vidas

Dos años después del desastre en Japón, Yuly Felisa, que ya cursa 11 —quiere ser abogada, conocer Quibdó, Medellín y viajar por primera vez en avión—, camina por el pueblo junto a Nataly Mosquera, de 16 años, y Ángela Ayala, de 18. Las tres se conocen desde pequeñas y están convencidas de que podrían salvar las vidas de muchos de sus vecinos si el mar vuelve a enfurecerse.

Durante todo el año pasado Yuly, Nataly y Ángela hicieron parte de los grupos de formación en atención de desastres que implementó la Fundación Plan en Nuquí y Bahía Solano. Asistieron maestros, padres de familia y miembros de la Defensa Civil, pero también este trío de niñas curiosas que aprendieron que ante las emergencias se debe evacuar rápido pero en calma, que hay conocimientos básicos de primeros auxilios que podrían salvar de la muerte a más de un ser querido y que existen lugares seguros a donde pueden guiar a la gente.

La fundación instaló letreros en las principales rutas de acceso a Nuquí para indicarles a habitantes y turistas que prácticamente todo el poblado está construido en una zona de riesgo de tsunami. Por primera vez las conversaciones sobre prevención se volvieron comunes para los nuquiseños y se realizaron dos simulacros municipales para identificar las rutas que conducirían a la pista del aeropuerto, establecida como lugar seguro. Las maestras del jardín infantil adecuaron unas sogas conocidas como “líneas de la vida”, de las que los pequeños se podrían agarrar en caso de evacuación, mientras el trío de morenas le indicaba a la gente hacia dónde dirigirse y cómo actuar.

En Nuquí, como en la mayoría de municipios del Chocó, el machismo ha reinado históricamente, y por eso a muchos pobladores les cuesta entender que un grupo de niñas lidere un programa de atención a desastres.

“Nunca me habían dicho que yo podría ayudar a otros”, dice Ángela mientras se escapa de las primeras gotas de lluvia que en segundos se vuelven un torrencial aguacero. Para Laidis Lemus, funcionaria de la Fundación Plan, las condiciones en las que crecen las niñas de estas poblaciones impiden, en muchas oportunidades, que puedan proyectarse como profesionales exitosas.

“Ser niña en el Chocó implica cosas como que si eres la mayor, no puedes estudiar porque te tienes que dedicar a la casa y al cuidado de tus otros hermanos mientras ellos van a la escuela. Aquí es muy difícil romper con el estigma de que sólo los hombres llevan la comida a la casa. Las niñas no tienen poder de decisión. Por eso proyectos como este buscan empoderarlas”.

Para la directora de la Fundación Plan, Gabriela Bucher Balcázar, que mañana presentará en Colombia el estudio anual Por ser niña: estado de las niñas en el mundo, los resultados de estos análisis demuestran que las condiciones de las menores de edad en todo el planeta continúan siendo preocupantes: “Deben asumir los roles del trabajo doméstico sólo por su condición de ser niñas; ven truncada la posibilidad de emprender una carrera profesional pues con frecuencia deben hacerse cargo de un embarazo en edad prematura y así ven limitado su desempeño académico. Sin embargo, toda esta situación podría cambiar si nos enfocamos en el poder transformador de las niñas”.

Nataly, de 16 años, ha entendido bien que el papel de las niñas en Colombia tiene que cambiar. Hace parte de un colectivo audiovisual con el que graba un documental sobre cómo transcurre la vida en Nuquí y cada vez que puede lanza críticas frente a las novelas que consumen sus vecinas, llenas de personajes sumisos y de conceptos banales de feminidad. “Necesitamos espacios de participación, no lugares para mujeres que sólo se desnudan. Las mujeres de este tiempo deben ser capaces de levantar la cabeza y sostener la mirada”.

Al igual que Yuly y Ángela, Nataly nunca ha conocido una cabecera municipal más grande que la de Nuquí. No logra imaginar cuán grandes son Medellín o Quibdó, pero sueña con estudiar medicina en la Universidad de Antioquia, “aunque algunos del Sena que han venido nos digan que acá la escuela es tan mala que deberíamos dedicarnos a una técnica. Pero yo me niego, voy a estudiar medicina”.

Con al aguacero encima, Nataly, Yuly y Ángela siguen caminando por el pueblo. Confían en que el próximo año podrán ingresar a una universidad donde por lo menos haya lámparas que iluminen los salones. Lo que no ocurre en su colegio.


acuevas@elespectador.com
@angelicamcuevas

* La visita a Nuquí de la periodista fue financiada por la Fundación Plan.

Por Angélica Cuevas Guarnizo *

Temas recomendados:

 

Sin comentarios aún. Suscribete e inicia la conversación
Este portal es propiedad de Comunican S.A. y utiliza cookies. Si continúas navegando, consideramos que aceptas su uso, de acuerdo con esta política.
Aceptar