Bosques, una esperanza para la igualdad

En Colombia, la desigualdad de oportunidades entre hombres y mujeres es del 72,6 % en cuanto a educación, salud y participación económica y política. Aunque aquí, en el segundo país más biodiverso, todavía abunda un aliado encubierto y esencial para equilibrar ambos géneros.

Camila Taborda/ @camilaztabor
07 de junio de 2017 - 11:02 p. m.
Las mujeres son las mayores usuarias de los recursos naturales.  / AP
Las mujeres son las mayores usuarias de los recursos naturales. / AP

Claudia Avendaño ha dedicado su vida a las mujeres en la Historia. Una investigación sobre “deidades, brujas, parteras, herbolarias, reinas y unas cuantas locas”. La escuché en un auditorio de la Universidad Pontificia Bolivariana, en Medellín, junto a un público femenino atraído por la idea de haber gobernado la prehistoria.

En su relato, los cazadores y recolectores vivían bajo estructuras matriarcales. El papel de las mujeres era dar vida, sangrar sin morir y, daba igual cuánto cazaba el hombre, ellas recolectaban alimentos para el hogar. Reconocían las semillas, los frutos comestibles, los hongos y las setas, la infinidad de colores en los arbustos y los mansos animales que solas podían atrapar. El bosque era su hábitat por naturaleza.

Recuerdo que acabó la conferencia. Éramos 80 jovencitas regresando a la realidad tras asombrosas leyendas. El poderío femenino que nos acababan de narrar lucía muy lejano de un mundo en el que la desigualdad de género tardará 118 años en abolirse, según los datos del Foro Económico Mundial.

Una desigualdad que el mundo se ha comprometido a extinguir con prisa. Tanto así que 149 países definieron como su quinto Objetivo de Desarrollo Sostenible (ODS) lograr la equidad entre las oportunidades que tienen las mujeres, hombres, niñas y niños. Es decir, el acceso a la educación, la atención médica, su participación en las decisiones políticas y económicas y un trabajo decente.

El caso de Colombia, donde las mujeres representan el 52 % de la población, la brecha de género es del 72,6 % a causa de la disparidad entre hombres y mujeres en acceso a educación, salud, participación económica y política. Aquí las mujeres invierten cuatro horas más que los hombres en el trabajo doméstico, según ONU Mujeres.

Además, los hogares a cargo del género femenino tienen una mayor incidencia de pobreza y, pese a que se registran más mujeres profesionales, la participación de éstas en el mercado laboral es 19,7 % menor que la de los hombres. Y ni hablar de las oportunidades para las mujeres rurales, quienes encarnan el 46 % de la población femenina del país. Para ellas, la situación es más difícil, aunque vivan rodeadas de un verde aliado.

En los años ochenta, la Organización de Naciones Unidas (ONU) consideró una relación evidente: los bosques poseían “administradoras invisibles”. Las mujeres eran parte consciente de estos ecosistemas, cuidaban de ellos y se beneficiaban de manera sostenible.

Ellas son las más sensibles con respecto a las problemáticas ambientales. Así lo reveló una encuesta Gallup de 2010, aplicada a ambos géneros, donde la mayoría de ellas confiaba en que el calentamiento global se debe a la actividad humana. Además, el Programa de Naciones Unidas para el Medio Ambiente asegura que el género femenino es el más resiliente ante el cambio climático. Y aun así, son las que menos toman decisiones ambientales alrededor del mundo, delató el Índice de Medio Ambiente y Género.

Lo particular de esta asociación entre mujer y bosque es que se basa en los recursos maderables no forestales. Cuenta Pablo Ramos, director de Ecología en la Universidad Javeriana, que en la mayoría de los casos los hombres perciben más el valor económico de un árbol. Los billetes que representa su madera.

“Mientras que las mujeres no perciben esos beneficios privados, porque sus actividades no están relacionadas directamente con la extracción forestal, es decir, con el corte y la venta, sino que reconocen los beneficios indirectos de estas: los no maderables, como construir canastos, artesanías, pero también tener plantas que hacen parte del consumo en el hogar o también acceder a ciertas zonas de agua”.

El problema es que la tierra suele pertenecerles a los hombres y el hecho de que las hectáreas estén a nombre de ellos implica que las mujeres no accedan libremente a los recursos naturales. Además, tras la degradación ambiental, a ellas se les adjudica otra responsabilidad. Una obligación descrita por Jaime Breilh, investigador en impactos sociales y ambientales, como la triple carga: trabajo, práctica doméstica y procreación.

Es decir, aclara Ramos, “el rol de la mujer en el mundo rural está asociado a obtener beneficios como asalariada a través de recursos naturales. Aparte, debe cumplir con sus roles privados en las casas y, por último, tiene la responsabilidad de solucionar problemas de educación, acceso a salud, alimentación y hasta los derechos del medio ambiente. Es así como en muchos lugares de Colombia las mujeres son las guardianas de los bosques”.

Por ejemplo, en San Francisco de Ichó, Chocó, un grupo de mujeres remedia la escasez con plátano. La harina que la Asociación Vamos Mujeres prepara con plátano popocho es una alternativa de complemento alimenticio, una colada que le provee la naturaleza y con la que se llenan sus hijos. La iniciativa también aporta a sus bolsillos, gracias a su comercialización en los principales mercados de Chocó.

En efecto, una relación simbiótica que se remonta en el tiempo, como si fuera una de esas leyendas con las que una vez, a lo sumo 80 jovencitas, pudimos soñar.

Por Camila Taborda/ @camilaztabor

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