La conversión ecológica que propone el papa

¿Qué hay en la encíclica papal dedicada al calentamiento global que generó efectos políticos inmediatos? El espíritu de Francisco trasciende el universo católico.

Lluís Bassets* / Especial de “El País” de España
04 de julio de 2015 - 09:03 p. m.
El papa Francisco llega mañana a Ecuador y va luego a Bolivia y Paraguay.  / EFE
El papa Francisco llega mañana a Ecuador y va luego a Bolivia y Paraguay. / EFE

Pocas encíclicas papales suelen tener efectos inmediatos y de tipo político. Como textos doctrinales que son, en los que el obispo de Roma se dirige a todos los fieles, las encíclicas influyen en el rumbo espiritual de la Iglesia y naturalmente en su relación con el mundo. Sobre todo si se trata de encíclicas de contenido político o social, como fueron la Rerum Novarum, de Leon XIII, de 1891, que estableció la doctrina social de la iglesia ante los movimientos obreros, o la Pacem in Terris de Juan XXIII, de 1963, que fue la respuesta a la guerra fría.
 
Como cualquiera de las grandes encíclicas, la Laudato sii de Bergoglio, dedicada a una visión ecológica del planeta, sienta doctrina, pero también busca y tiene efectos políticos inmediatos. A diferencia de otras cartas papales, no se dirige únicamente a los fieles sino que pretende alcanzar a la humanidad entera, con independencia de la religión o las creencias. Es además un llamamiento, en muchos aspectos dramático, a la acción urgente ante las catástrofes medioambientales que se avecinan y específicamente las que se derivan del calentamiento global, dirigido sobre todo a los países más ricos y con mayores responsabilidades contaminantes y a las organizaciones internacionales pero también a los individuos, cada uno en su nivel, para que respectivamente actúen con políticas que limiten los desastres y adopten formas de vida más ecológicas y menos consumistas.
 
Su repercusión demuestra el prestigio y la autoridad crecientes del papa Francisco. Solo han discrepado las voces cada vez más aisladas de quienes niegan la evidencia científica del cambio climático, como es el caso de Jeb Bush, el candidato republicano a la presidencia de Estados Unidos, que declaró que en cuestiones de economía no está obligado a seguir a los obispos ni al papa. 
 
La nueva doctrina ecológica del Vaticano influirá sin duda en las elecciones presidenciales del país que ahora sostiene el peso de las negociaciones sobre la reducción de emisiones a la atmósfera. Barack Obama, en cambio, ha manifestado su sintonía con Bergoglio y le ha agradecido su encíclica como un apoyo a la conferencia que se celebrará en diciembre en París para limitar el incremento de la temperatura del planeta.
 
Obama lo necesita, no tanto para convencer a sus interlocutores internacionales, sino sobre todo a sus conciudadanos y al Congreso que les representa y que le ha bloqueado numerosas iniciativas. La encíclica ha coincidido con una muy oportuna encuesta del prestigioso Pew Research Center sobre las posiciones de los católicos de Estados Unidos respecto al calentamiento global, en la que se evidencian las dificultades que tiene la sociedad estadounidense para aceptar el consenso científico. Solo atendiendo a la población católica, un 29% de los estadounidenses no cree que exista, un 53% no cree que sea fruto de la actividad humana y un 52% no considera que tenga consecuencias graves para el planeta. Estas cifras se amplían en el conjunto de la población y todavía más entre los no católicos. Quienes mejor sintonizan con las posiciones de Bergoglio respecto al medio ambiente, según la encuesta, son los católicos hispanos que votan demócrata y quienes peor, los blancos evangélicos que se identifican como republicanos.
 
Quienes más pueden darse por aludidos por esta encíclica son las oligarquías de los países más ricos y sobre todo los productores de gas y petróleo. Bergoglio propugna drásticas disminuciones en la extracción y uso de combustibles fósiles, carbón, petróleo y gas, y su sustitución por energías alternativas. Son reiterados en la encíclica los ataques al consumo irresponsable, a la producción de deshechos innecesarios, al urbanismo que segrega a los ricos en zonas seguras y ecológicamente limpias y a los estilos de vida arrogantes de los más favorecidos.
 
Este es un texto de gran densidad religiosa e intelectual. Hay capítulos perfectamente acordes con la literatura católica más devota y otros, de lectura más interesante para los laicos, que pertenecen al género del ensayo político y económico. Empieza con una evocación del santo inspirador de su papado, Francisco de Asís, y específicamente del poema y oración que es el Cántico de las Criaturas y termina con dos plegarias escritas de su mano, la Oración por nuestra tierra y la Oración cristiana con la creación. Jorge Bergoglio escogió el nombre de Francisco por el santo de los pobres y ahora se inspira en su filosofía de la naturaleza para esta encíclica ecologista, en la que hermana el cuidado del planeta con la atención a los más desfavorecidos, a los que considera las primeras y más importantes víctimas de las catástrofes originadas por el cambio climático.
 
Hay ambición política en este texto redactado por el humilde cura andariego salido de los suburbios de Buenos Aires. Ambición eclesial y ambición papal. La voz de Bergoglio recupera ante la pobreza y la amenaza medio ambiental la intensidad del clamor de Wojtyla ante la falta de libertades bajo el comunismo. El Vaticano, eclipsado durante el pontificado de Ratzinger y herido en su prestigio por los numerosos escándalos de los abusos sexuales, está recuperando con Bergoglio su capacidad para actuar como contrapoder frente a los poderes de este mundo, con la ventaja de que aparece ahora despojándose de sus ropajes más arcaicos e incómodos y adaptándose en sus hábitos y en su vida diaria a la sencillez evangélica que siempre ha predicado y solo en muy contadas etapas de su historia practicado.
 
Bergoglio se dirige a todos, pero a los creyentes les dice que no se puede amar a Dios sin amar la naturaleza y a los más desfavorecidos. El Papa les conmina a practicar una espiritualidad ecológica, a convertirse a una vida de sobriedad y bajo consumo, exactamente en las antípodas del tipo de religiosidad que funciona como una forma de equilibrio interior o autoayuda, tal como la practican muchos cristianos renacidos en Estados Unidos o piadosos magnates musulmanes en los países árabes.
 
 
* Director adjunto y columnista de “El País”.

Por Lluís Bassets* / Especial de “El País” de España

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